Cuando el Caribe prende el fuego en Santiago

Surgido a inicios de los años ochenta del pasado siglo, el Festival del Caribe, constituye una plataforma ideal no para estrellas mediáticas; sino para defender la cultura popular y tradicional, para nombrarla, para aquilatarla, para quererla.

La tradición se asume aquí como la manifestación más raigal de los pueblos, como reservorio espiritual, como defensa contra la uniformidad devenida de los centros de poder.

El Festival parió la Casa del Caribe, institución que impulsó la visión de quien fuera su director durante muchos años, Joel James Figarola (1942-2006) de apreciar al Caribe no como un área meramente geográfica, sino como un espacio cultural más allá de las islas y las costas de la región.

Se llega de manera ininterrumpida a la 37 edición, dedicada esta vez a la pequeña isla de Bonaire. Ha sido una hazaña mantenerse contra viento y marea. Ha justipreciado y visibilizado las danzas, los ritmos, la cocina, las letras, las luchas de los pueblos del Caribe y ese legado es el verdadero protagonista del convite.

El Festival del Caribe reúne en coloquios, talleres y actuaciones a investigadores, poetas, artistas populares, santeros, especialistas del Caribe y de más allá. Cada año regala un pasacalle de apertura y otro de clausura con representaciones de los países participantes.

El Caribe tiene su Festival en Santiago de Cuba. Un espacio para el abrazo, para mirar al lado, para desterrar pensamientos de periferia o reduccionismos folclóricos. Un espacio para la luz.

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