Día del son cubano: ¡Es hora de bailar!

Mamá yo quiero saber de donde son los cantantes

Que los encuentro galantes
Y los quiero conocer
Con su trova fascinante que me la quiero aprender
Mamá yo quiero saber de donde son los cantantes
Que los encuentro galantes
Y los quiero conocer
Con su trova fascinante que me la quiero aprender
¿De dónde serán? ay mamá
¿Serán de la Habana?
¿Serán de Santiago?
Tierra soberana
Son de la loma y cantan en llano, ya verás, tú verás
Mamá ellos son de la loma
Mamá ellos cantan en llano
Mamá ellos son de la loma
Mira mamá ellos cantan en el llano
Mamá ellos son de la loma
¿De dónde serán?…
 
Creo que no hay un nacido en Cuba que no conozca más o menos la letra de “Son de la loma”, esa composición inmortal de Miguel Matamoros y que nos identifica allende los mares. Nacido en Cuba a finales del siglo XIX en la zona oriental por las tierras de Baracoa, Guantánamo, Santiago de Cuba, Bayamo, Manzanillo, Palma Soriano, Cueto…, el son es hijo legítimo del Nengón, el Kiribá y el Changüí, y como toda nuestra música, resultado de un proceso transcultural.
 
No se descubre nada al afirmar que uno de los géneros musicales que mejor caracteriza la idiosincrasia cubana es el son. No me interesa tomar partido en la discusión de si debe ser este nuestro baile nacional o si lo correcto es que lo sea el danzón. Ahora, lo importantes es festejar que el 8 de mayo ha sido declarado como el Día del son cubano.
 
La fecha fue escogida porque en ella se da la feliz coincidencia del natalicio de dos grandes soneros, el pinareño Miguelito Cuní y el santiaguero Miguel Matamoros.
 
Este año la celebración está dedicada al 120 aniversario del natalicio de Ñico Saquito, a los 110 años de que arribase al mundo Arsenio Rodríguez, al centenario de esa afamada agrupación que es el Septeto Habanero y a Eliades Ochoa en su 75 cumpleaños.
 
Al margen de lo anterior, hay que entender esta fiesta musical como un homenaje a todos los soneros cubanos, los fallecidos, los vivos, los que están en Cuba y los que residen en la diáspora. Como ha escrito el compatriota Carlos Olivares Baró, para mí uno de los mejores analistas de nuestra música en la actualidad:
 
Cuba es el son. La Isla mayor del caribe se define por esa cadenciosa conformidad instrumental, bailable y coral. África (bantú) y España. Cuerdas y percusiones. Tres (guitarra cubana de cuerdas dobles distribuidas en tres segmentos), güiro, marímbula, bongoes, voces. Caribe y son. / La pareja se acopla y la euritmia guía la oscilación de las cinturas. Las claves subrayan los pasos: 1-2-3/ 1-2. Letanía que se hace cómplice de la melodía en un guajeo de prodigiosa sensualidad: “De Alto Cedro voy para Marcané/ Llego a Cueto, voy para Mayarí / El cariño que te tengo / No te lo puedo negar / Se me sale la babita / Yo no lo puedo evitar // Cuando Juanita y Chan Chan / En el mar cernían arena / Como sacudía el jibe / A Chan Chan le daba pena”, recita Compay Segundo en su célebre “Chan Chan”.»
 
A Bladimir Zamora Céspedes, el nunca ausente Blado, le debo haber escuchado por primera vez grabaciones de sextetos y septetos de los años veinte y treinta de la anterior centuria, maestros del son que jamás, o casi nunca, se difunden por la radio cubana. Eran interminables jornadas de aprendizaje para mí, en las que gracias al caimanero mayor y acompañados –claro está- de abundante ron- me reencontré con la esencia del alma de esta nación.
 
Lamentablemente, en nuestro país existe una propensión en los últimos años a la subvaloración de la música y a considerarla como un arte menor, destinada para la “gozadera”, visión reduccionista que no se percata de que dicha manifestación artística tiene un rol central en la cultura nacional, lo cual implica que ni los discursos cotidianos ni los de los medios de comunicación entre nosotros pueden escapar a su influencia.
 
De ahí que duela tanto que hoy en Cuba sean desconocidos grandes soneros del pasado y que son elementos fundamentales en el devenir no solo de dicho género sino de todo lo que se entiende en la actualidad por música cubana.
 
Ahora, mientras evoco las incontables tardes en La Gaveta, el desvencijado y miserable cuartucho en la segunda planta de un edificio solariego de La Habana Vieja y donde residía el Blado, rememoro la sonoridad de tantos y tantos soneros que él me hizo descubrir y que sin instrucción musical han legado una huella insoslayable a la cultura cubana y universal. Cómo olvidar la vez que me puso la versión original de un tema de Bienvenido Julián Gutiérrez, que yo creía era un chachachá gracias a la versión de Abelardo Barroso y que en realidad de inicio se trataba de un son, marcado por la impronta del dolor pero cantado con alegre despreocupación. Me refiero a esa pieza signada por la pena, con una letra que por igual se mueve entre la burla y el desgarramiento, titulada “El huerfanito” y en cuyo texto se afirma:
 
“Yo no tengo ni padre ni madre que sufran mis penas,
huérfano soy.
Sólo llevo tristeza y martirio en el alma
el cruel dolor
de no hallar una mujer,
una mujer buena,
que mitigue las penas tan grandes que llevo en el alma
con tierno amor”.
 
¿De qué forma se le puede ocurrir a alguien componer un son con una letra así como la anterior? ¿Acaso no será una muestra más de la picaresca nacional, a fin de ganar los favores de una mujer? Confieso no tener respuestas para semejantes preguntas.
 
Por lo pronto rememoro a personajes ilustres como los ya mencionados Miguel Matamoros, Miguelito Cuní, Ñico Saquito, Eliades Ochoa, Arsenio Rodríguez, Compay Segundo, Abelardo Barroso, Bienvenido Julián Gutiérrez y otros como Benny Moré, Carlos Embale, Félix Chapottín, Lilí Martínez, Rafael Cueto, Ciro Rodríguez, Los Compadres, Niño Rivera, Ibrahím Ferrer, Faustino Oramas, Lorenzo Hierrezuelo, Cheo Marquetti, Pío Leyva, Pancho Amat, Pablo Milanés, César Hechevarría “el Lento”, Frank Delgado, Juan Formell, Alexander Abreu, Cándido Fabré, Tiburón Morales, Yumurí, Mayito Rivera, Alain Pérez,” el Nene”, Issac Delgado o Adalberto Álvarez (propulsor de la idea del Día Internacional del Son), por solo mencionar algunos nombres.
 
Tampoco podría obviarse lo hecho por agrupaciones como el Septeto Nacional Ignacio Piñeiro, Familia Valera Miranda, Septeto Santiaguero, Jóvenes Clásicos del Son, Septeto Habanero, Legendarios del Guajirito, Septeto Moneda Dura, Son 14, César Pedroso y Los que son Son, Septeto Ecos del Tivolí y lo llevado a cabo por los que en un momento determinado optaron por radicarse en la diáspora, entre ellos Marcelino Guerra, Chocolate Armentero, la Sonora Matancera, Willy Chirino, Hansel Martínez, Raúl Alfonso, Israel Kantor, Lisandro y su Tratado, Carlos Caro y Sabor Cubano, Papo Ortega’s Cubanoson, Timba Live, Havana NRG, Six Son, Tiempo Libre, Aymee Nuviola, José Nicolás, Renecito Avich, o la inolvidable Celia Cruz, todo un símbolo de lo más auténtico de la cultura cubana y eternamente viva en la memoria de los amantes de nuestra música por peculiaridades suyas como la exclamación: ¡Azúcar! O por cantar aquello de: “Songo le dio a Borondongo; Borondongo le dio a Bernabé; Bernabé le pegó a Muchilanga, le dio a Burundanga, le hincha los pies”.
 
Queda claro que la celebración del Día del Son Cubano debe ser vista como una gran fiesta nacional. Así pues, disfrutemos por todo lo alto este merecido homenaje a un género musical que ha marcado la vida de millones de personas en Cuba y en el extranjero. El festín ya está en marcha. ¡Es hora de bailar! 

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