El natalicio de George Washington

En su circunstancia histórica, aquel hombre luchó por la independencia de las otroras Trece Colonias. Inglaterra, su metrópoli, las había sometido a fuertes restricciones económicas, pero la medida colonial llegó tarde porque desde muchos años antes y gracias al comercio entre ellas pudieron integrarse económicamente.

La edificación post independencia, aunque con escollos, fue relativamente fácil; no así en las antiguas colonias españolas al sur del río Bravo que, divididas en virreinatos, fueron fragmentadas y sometidas a un monopolio comercial ni antes ni después conocido.

Las Trece Colonias de la América del Norte y las de Nuestra América crecieron bajo condiciones totalmente distintas.

En esas génesis subyacen las causas, tanto de la integración norteña como del desarrollo desigual entre las antiguas colonias de América Latina y el Caribe, que no pudieron integrarse y llegaron a su emancipación en momentos y circunstancias disímiles entre sí.

El prócer George Washington, uno de los artífices de la independencia norteamericana se destacó por su valor y sabiduría. En la etapa que le tocó vivir supo conducir su país hacia la independencia, y luego hacia la institucionalización como república.

Fue durante la guerra un gran estratega en el terreno militar, lo mismo que en nuestras tierras lo fueron Bolívar, Sucre, O’Higgins, San Martín, Maceo y Gómez, entre muchos más de aquellas primeras etapas. Washington fue un patriota como todos ellos, hombre de acción y entrega a sus firmes ideas.

Los cubanos y cubanas conocemos y admiramos la historia de las Trece Colonias, de Washington y de muchos más que pelearon con arrojo por su país.  

Sabemos que en la patria de Washington existen también muchos seres humanos, hombres y mujeres honrados y laboriosos, que admiran y respetan nuestra historia y a los próceres que forjaron nuestra independencia; en el caso de Cuba desde Félix Varela, pasando por Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria, como lo fue Washington en su propio país, hasta Martí y Fidel, el líder eterno de la Revolución Cubana y consumador de nuestra independencia definitiva.

Sangre generosa de compatriotas de George Washington, como lo fue Henry Reeve, ofrendaron sus vidas por Cuba; lo mismo que en la historia más reciente hombres del calibre de Lucius Walker, ya fallecido, vencieron toda suerte de obstáculos para venir a Cuba a manifestar su afecto sincero y solidario.

Del norte recordamos con profundo respeto a Abraham Lincoln, el presidente que ganó la Guerra de Secesión y puso fin definitivo a la ominosa esclavitud de los afroamericanos. También reverenciamos a Martin Luther King Jr., luchador pacífico por los derechos civiles de quienes otrora eran esclavos y continúan exigiendo su dignidad ciudadana.

Intelectuales de la talla de Ernest Hemingway admiraron a Cuba, a su Revolución y a Fidel, y en tal sentido se manifestaron públicamente.

En hombres como él claman también hoy millones de estadounidenses que abogan por la normalización de relaciones entre nuestros dos países, el fin definitivo del más oneroso e inmoral bloqueo ejercido jamás por una superpotencia contra un país pequeño que jamás ha representado una amenaza a su seguridad.

Al conmemorarse 286 años del natalicio de George Washington recordamos a Martí cuando acerca de él escribió: «Por Washington, que juntó sobre su corazón a los partidos hostiles, salió triunfante de sus primeras pruebas la Constitución, que sólo a regañadientes aprobaban los Estados recelosos». (*)

Así el más universal de los cubanos vio en aquel prócer de Virginia el factor de unidad para la lucha independentista del norte.

Hoy podemos evocar también aquel lejano 1959 cuando el líder eterno de la Revolución Cubana, exactamente domingo 19 de abril, visitó Mount Vermont, el Lincoln Memorial y el Jefferson Memorial, recorrió la casa donde vivió George Washington y puso una corona en su tumba. Fue el encuentro de un gigante de los siglos XX y XXI con otro de la segunda mitad del siglo XVIII.

Lamentablemente, la actual administración estadounidense ignora lo que nos une y pone la agresividad verbal, el endurecimiento del acecho económico y financiero y miles de muros más por encima del respeto y de las naturales y mutuas simpatías.

Cuánta tristeza embargaría a George Washington si pudiera presenciar esa realidad que, ante todo, da las espaldas a la mayoritaria voluntad de su propio pueblo.

Confiamos en que algún día se abran paso como la luz del Sol el sentido común y la razón para quepodamos emprender un camino pleno de amistad basada en el respeto mutuo, sin injerencias en nuestros asuntos internos.

Esa relación es posible, necesaria y deseada por ambos pueblos. Un buen día, felizmente, llegará para bien de todos.

(*) El centenario americano, José Martí. Antología Mínima. Obras Escogidas, Tomo II, pág. 79. Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972

 

 

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