Falleció Cosme Proenza, el artista que amaba los mascarones de proa

La muerte del artista Cosme Proenza (pintor, ilustrador, muralista y dibujante) pretendió, en la madrugada de este lunes, colocar un velo oscuro sobre la vida cultural de esta región y más allá, cosa imposible por la luz que siempre ha proyectado y proyectará el artista.

Hace años, en una breve conversación con este periodista, confesó que amaba los mascarones de proa. Luego supe que, cualquiera que fuera la forma de aquellos, los había tomado como símbolo de la capacidad para arremeter contra las tormentas de la vida, ante las cuales no pocas veces naufragan los creadores.

Unas veces fueron ventiscas ligeras y aisladas; otras, verdaderos huracanes de pasión, pero nunca llegó perdido y sobre una tabla maltrecha, a las costas. Cuando alguien pensaba que estaba rendido, su pincel, movido más por el estudio y la laboriosidad, que por la magia, entregaba una obra impactante.

Una tarde muy lejana ya, en Gibara, en la galería donde se exhiben parte de sus creaciones, al pie de una de las interpretaciones que había realizado sobre el célebre pintor francés Henri Matisse, aclaró a un grupo de periodistas que, al dedicar varios años a estudiar la historia del arte, tenía derecho a jugar con ella.

Pasó el tiempo y cada vez que pude busqué sus obras. Nunca lo hice con el ojo y la mente entrenada del crítico de arte, porque no lo soy. Pero en sus imágenes descubrí, entre muchas cosas, una asombrosa mezcla de escenas del medioevo europeo y la vida de nuestra isla antillana.

Vi a mucha gente frente a sus cuadros. Algunos permanecían largo rato contemplándolos. En una de esas ocasiones, alguien que me acompañaba dijo que era porque no los entendían. Mi interlocutor estaba en un error. Los espectadores no se iban, porque vivían, intensamente, cada trazo de ese hombre que embestía, con sabiduría singular, los misterios de la creación.

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