Fiel a su estirpe guerrera, batalló durante días contra las complicaciones derivadas de la covid-19 que terminaron por causarle la muerte pese a los esfuerzos de los especialistas que le atendieron en el hospital Dr. Luis Díaz Soto.
Santiaguero, nacido el 27 de julio de 1946 en Songo La Maya, se acercó al béisbol gracias a su padre, que lo practicaba los fines de semana, y desde entonces lo abrazó con la pasión que le acompañó hasta los últimos momentos de su vida.
Lo jugó con soltura, y como parte de su afán de superación derrochó igual ímpetu en la entonces Escuela Superior de Educación Física (Esef), de la que emergió como parte de una tercera graduación compartida con otros protagonistas de destacados resultados.
Ese aprendizaje, enriquecedor de sus vivencias sobre los terrenos, y la entereza con que siempre respondió a las misiones asumidas, le permitieron brillar como mánager ganador en cuatro series nacionales, tres series selectivas y dos copas Revolución.
Internacionalmente también respondió por lo alto, al frente de los equipos coronados en los Juegos Panamericanos de 1987 y 2003, las copas mundiales de 2001, 2003 y 2005, y los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
Dos años después, lo hizo también con el que alzó el subtítulo en el I Clásico Mundial, considerado momento clímax en la historia de nuestro beisbol.
Ejerció el mando de la Dirección Nacional entre 2007 y 2014, y a la condición de titular de la Federación Cubana sumó responsabilidades internacionales, incluida la de vicepresidente de la Confederación Panamericana.
«No pedí esos nombramientos, los he desempeñado con entrega total y un apoyo inmenso de mi familia, sin la cual habría sido imposible», dijo hace unos meses, aferrado a un sentido del deber que realzó su fidelidad a Cuba y Fidel.
Su muerte nos llega días después de que perdiéramos por igual causa al comisionado nacional Ernesto Reynoso, lo que nos obliga a redoblar esfuerzos, comprometidos con la obra a la que puso el mayor de los empeños como soldado siempre dispuesto a afrontar los retos sin esperar elogios.
Es un golpe irreparable para sus seres más queridos y compañeros de labor, a quienes ofrecemos sentidas condolencias, conocedores de lo que significaron para él.