Te doy una canción: conciertos en los barrios (+Video)

Alejandro Ramírez Anderson filmó, durante dos años, 34 conciertos, y en sus manos tiene 200 horas de rodaje; pero ninguno de estos datos revela el impacto y la naturaleza de la acción cultural que registra.

Canción de barrio no fue –ni es– una excusa para acercarse a un entorno social duro y áspero de la periferia, de los márgenes. Nadie se lo imagina, pero está ahí. El filme nos emplaza.

Lo acabo de volver a ver y –como la primera vez– ahí está Santiago Á lvarez que aplaude, salta de alegría en su butaca porque han regresado sus temas y sus inquietudes por el entorno social; es un volver a vivir los noticieros, sus bandas sonoras; es recordar documentales que se implicaban, desde el cine, en la realidad social cubana; imágenes en la memoria que nos permite recordar, o mejor, no olvidar.

La noticia es que aquellos escenarios tan llenos de problemas empiezan a cambiar. Viven días donde los sueños y esperanzas se tocan con las manos y así, otra vez, los barrios son protagonistas principales y absolutos. Acerca de su proyección en la Televisión Cubana expresó el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

En las dos acciones creativas que narro es evidente una autonomía. Los propósitos de Silvio y sus músicos son claros: compartir y cultivar el espíritu con canciones que fueron creadas en otras circunstancias. Acercarse, cantar en barrios para gente menos favorecida, se convierte en una experiencia sobrecogedora. El equipo de rodaje no evade ese escenario de carencias materiales, al contrario, está ahí, y filma, pero lo que subrayan es el factor humano, la cámara no se endulza con las texturas que abundan.

Sobresale el uso del plano general que testimonia sin enfatizar. Hay un momento en que se desata una riña confusa entre mujeres, interviene la policía, pero la cámara no subraya nada, solo muestra la escena, y en este plano general podemos intuir una violencia subyacente.

Otra escena: un hombre sostiene la mirada de su perro. ¿Habrá mejor solución fotográfica para apresar el drama de la soledad o de la desesperación? Es un  sorprendente momento que, gracias al cine, nos queda para siempre.

Los conflictos de los indocumentados, orientales o no, viviendo una vida virtual, sin dirección postal, testimonian sin estridencia un problema.

Asistimos al esplendor del cinema verité o free cinema, y lo atestiguan las entrevistas directas y esenciales que sacan a la luz las causas de unos y otros: uno dice que allí nació, hace 41 años, y no ve «la luz al final del túnel»; otra protesta por el café mezclado, lo hace llena de risas y sarcástico humor, y aquel otro que en medio del público dice que le reclamará a Silvio que no interpretó «… la ciudad se derrumba y yo cantando». Hasta este punto se han ido conjugando emoción, reflexión y, sobre todo, información.

De esa manera queda establecido que el ámbito social es el personaje principal y que la música, las canciones de Silvio, van subiendo de tono y encuentran eco en cada público. El piano de Frank Fernández nos explicita una vaga y persistente necesidad espiritual de la que no somos, a veces, ni conscientes. En ese público y en esos barrios problematizados, llenos de carencias, está la esencia de hacer esta acción desde la creación.

Si el concierto se propuso ir al encuentro de ese público en su entorno real y cotidiano, entonces el documental no podía (y no lo hace) obviar esa premisa; por eso la cámara no está centrada en el escenario, se mueve y busca, encuentra esas vidas, invade su intimidad, sus sueños, pesadillas y esperanzas, y logra una armonía que ensambla perfectamente a los dos actores principales: la música y el entorno social.

Mientras tanto, las canciones de Silvio se van trenzando, saboreadas, memorizadas por la gente de cada barrio, por niños y adolescentes blancos y negros, de pechos descubiertos y bien torneados, peinados y vestidos a la moda; un universo que avanza hasta convertirse en un único concierto y, a pesar de la multiplicidad de escenarios (tarimas), acaba siendo un solo gran concierto. Todos llegamos a un clímax: Omara Portuondo dice que «la era está pariendo un corazón». Nos llama «a acudir por cualquier casa, por cualquier hombre». La canción nos pide ir corriendo y nos convoca, antes y ahora, «pues se cae el provenir».

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