Fue un hombre del siglo diecinueve, pero sus ideas empujaron el horizonte cada vez hasta alcanzarnos. El 19 de mayo fue un día terrible: en la sabana de Dos Ríos cayó El Delegado “entre un dagame y un fustete”. Las balas de la España colonial, no lo enviaron a la muerte, sino a la inmortalidad.
Conmueve ver el túmulo pentagonal de bronce que resguarda finalmente sus restos bajo la bandera cubana en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba. Todo rodeado de los escudos de América. He ido muchas veces al sitio y cuando uno se asoma al Mausoleo, inaugurado en 1951, la solemnidad te envuelve.
A Martí, sin embargo, no lo hemos concebido nunca como alguien del pasado, sino como un cubano mayor que nos acompaña desde su pasión por la libertad, desde su sensibilidad literaria, desde su filosofía del sacrificio, desde su visión de la patria como “fusión dulcísima y consoladora”.
Su concepción de gobierno siempre admitió la pluralidad de pensamiento. Debería ser más conocida su carta-poema al patriota cubano Néstor Ponce de Léon, fechada en 1889, una de cuyas estrofas dice:
“Miente como un zascandil /El que diga que me oyó, /Por no pensar como yo / Llamar a un cubano «vil».
No hubo hombre o mujer nacido en estas tierras que Martí no rescatara, que no hiciera ondear, si se trataba de una existencia de valía. “¡Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas!”, fueron las palabras que pronunció en su discurso en el Liceo Cubano de Tampa el 26 de noviembre de 1891.
Todos los días se descubren caminos en sus artículos, discursos y poemas, si sabemos leer con atención. Por eso siempre he dicho que es nuestro contacto más precioso con la futuridad.
RADIAciones le invita a escuchar esta evocación radial que cuenta con la musicalización de Jailer Cañizares.