Periodista con alma de beso

La vida es una novela que te has bebido sediento, el libro de la biblioteca que nunca fue devuelto. Una oración perfecta, tu sonrisa buena, el tren que no se te fue nunca sobre  los rieles viejos de una leyenda de magia, hacia Orlando González del alma tuya.

Levántame esas manos de retranquero, salpicadas de hierro, y hollín de ingenio, que encontraron senderos de luz en el periodismo, y desde entonces, acarician el papel, vueltas  ternura,  y acierto.

Yo te entiendo, estuviste tan ocupado todos estos años siendo feliz y escribiendo. Pero déjame que te interrumpa un momento para celebrar este premio, porque llevamos  tiempo esperando la hora del orgullo explícito y hemos sabido aguardar a tu altura sin vanidades, pero con la garantía de tenerte sabio, mañoso, brillante, experto.

¿Te acuerdas cuantos de nosotros aprendimos a bailar contigo la música coqueta de la gramática, el ritmo certero de la redacción radiofónica? Hay gente que no se puede dar el lujo de irse, tú eres uno y lo sabes, pero solo aprendiste a mirar con la humildad por encima de los hombros.

Distinciones, premios, medallas, todos en un rincón, todos apenas guiños al merecimiento, honra colosal esa, la bondad de tu palabra honesta, desinteresada,  sierva del arte que nos emancipa a los pobres.

Virtuoso de mis amores, quiero poner la radio y oírte, cerrar los ojos y escuchar  la cadencia del corazón hablando de cosas que no tienen precio, de nombres raros, de historias viejas, de alquimias, de rosas y escaramujos, de aquellos versos…

Déjanos mirarte otra vez el paso suave, la frente discreta, y esa dignidad aleccionadora que aplasta lucros vanos y arrogancias. Quien merece no pide y  quien ama la belleza y le rinde lealtad, no regresa solo nunca. Estamos aquí, porque de nosotros eres el mejor. Estás en nosotros, porque del alma nace el beso.

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