El Colega de Radio Juvenil

Todos los que trabajamos con Willy le llamamos “Colega”, no importa que sea realizador de sonido, locutor, director de programas o encargado de la limpieza; la razón está en que él decidió un buen día apropiarse de esa palabra para llamar a todo el que pasaba por su lado, y Colega se quedó.

A todos los atributos mencionados, el Colega agregó su pasión desmedida por la bebida y la música mexicana, lo que hace que otro sector no identificado con la radio lo conozca como “El Mariachi”.

Son famosas las anécdotas del Colega, o el Mariachi, como mejor le guste a usted. Como aquella en la que aún viviendo en Las Mantecas, y cansado de que una perra le saliera al paso con sus ladridos y dientes afilados, decidió darle su merecido. Con unas copas de más, usaba unas zapatillas caseras, hechas de una simple tela y suelas de goma, muy usadas en los años más duros de la crisis de los 90 del pasado siglo.

Esa noche, con buena luna, Will notó que la maldita perra no le ladró; por el contrario, permanecía completamente dormida y enroscada muy cerca de donde habitualmente lo atacaba. Se acercó sigilosamente al animalito espetándole una patada digna de un gol de Messi.

Según contó un tiempo después, él fue el que cayó enroscado de dolor, con sus dos manos se frotaba el pie magullado, la borrachera se le pasó inmediatamente al comprobar que su pie se había fajado contra una piedra anclada en el camino.

Sus continuas libaciones le han llevado a protagonizar escenas geniales, como aquella en la que perdido el equilibrio, resbaló y se hundió en un viejo lodazal por un buen rato. El hijo de uno de sus hermanos – paralizado por el asombro preguntó al casi inidentificable Mariachi: ¿Tío, qué le pasó, se cayó?, a lo que nuestro Colega espetó con voz alcoholizada: “No sobrino…Aquí, dándome una fangoterapia”

Hombre alto, enjuto de carnes, brazos y manos nervudos, Willy trae sus pies enfundados en chancletas caseras, fabricadas con suelas de goma y otros materiales y que inevitablemente calza cuando es tiempo de farra. Se hace acompañar de varios perros, a los que siempre ha puesto nombres graciosos: Nacho Capitán (protagonista de una conocida telenovela cubana), Ranger (soldado especializado de la armada norteamericana), y uno al que puso su propio nombre, de modo que quien llegue a su casa,  primero tendrá que conversar con su tocayo canino.

Otro detalle curioso es que Will, es loablemente aseado y ordenado, al extremo de que por muy borracho que llegue a su hogar, jamás se acuesta en la cama; primero va al sofá o al piso hasta refrescar “la mona”, y después toma el correspondiente baño.

A decir verdad, no he conocido a un ser más naturalmente inteligente e innovador de cuanto le cae a la mano. Lo mismo diseña un dispositivo para distribuir y controlar toda la electricidad desde su cama, que pone en funcionamiento una rústica y original alarma contra bandidos. Todo lo puede cuando está sobrio.

Su ingenio le ha merecido varios premios, como una tinta especial, fabricada con materiales de desechos y con la cual logra manufacturar un excelente papel carbón del  que se sirven casi todas las empresas de nuestro pueblo.

Pero en cuanto cae en las garras del perverso líquido, vienen las “presentaciones” del ilustre beodo en algunos lugares públicos, como aquella en el portal de la Casa de Cultura.  Allí ofreció una disertación de  Rock , mientras guiaba a su inseparable “Nacho Capitán” por sus patas delanteras, tarareando el famoso Rock de Amadeus, a la usanza de un Falco criollo y tambaleante.

En otra ocasión, en medio de un carnaval, rodeado de personas y demostrando una vez más cómo puede bailarse con un perro, fue interpelado y hasta regañado por alguien conocido: Will, ¿Qué estás haciendo, compadre? A lo que sin inmutarse respondió: “Aquí, colega, dando un espectáculo”, y en realidad era un espectáculo.

Algo que llama la atención es el hecho de que mientras el Colega no bebe, sus perros no lo siguen y se quedan cuidando la casa, pero en cuanto sienten su aliento o perciben que ha bebido, no le pierden pie ni pisada, será para protegerlo, digo yo. Jamás acostumbra a ofender a nadie ni faltar el respeto a gente alguna; es la persona más respetuosa y correcta que se haya visto y cuando pasa la curda, todo cuanto hizo le provoca la vergüenza mayor, al extremo de evitar cruzarse con quien tuvo alguna palabra indebida o por donde hizo o dijo algo incoherente con las normas de su ética.

Will tiene para un libro, su catálogo de frases es impresionante; con una cierro esta crónica, porque lo retrata de cuerpo entero. Corría el año 90, nuestra emisora todavía era joven y por aquel entonces laboraba junto a mí una periodista convertida en locutora; su nombre Olivia Ricardo.

Olivia es pequeña, o mejor dicho: pequeñita, aunque no muy joven que digamos, persona inquieta y como es de suponer desesperantemente nerviosa.  Antes de comenzar a transmitir o grabar un programa, Willy comprueba y ajusta los niveles de sonido, tanto los grabados como las voces, y en eso estaba; ya había medido mis decibeles e intentaba infructuosamente hacerlo con la voz de Olivia, que se movía sin parar en su silla.

Como ella no emitía con todo el rigor necesario para llenar los parámetros requeridos. Will se impacientaba y le pedía que hablara más alto, y ella que no podía. Los ánimos se caldeaban y la minúscula locutora, ya evidentemente incómoda, hinchaba sus pulmones, casi gritando sin conseguir el nivel exigido.  Los ánimos comenzaron a caldearse, pero con toda la calma del mundo, el Colega torció su rostro en señal de obstinación y apretó el intercomunicador entre las dos cabinas a través de los gruesos cristales que las dividen y le espetó una frase que hizo historia: ¡Niña, por casualidad, ¿Tú haces locución por tus pechos?

Para qué fue aquello, se acabó el mundo. En realidad Olivia, en su intranquilidad, había movido el micrófono. Y lo más bonito es que ciertamente, estaba apuntando, directico, directico…

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