Una técnica de manipulación perversa

En principio, tres de ellas son: «utilizar el aspecto emocional más que la reflexión» (la reflexión atinada se supedita a la sensiblería emocional para ocultar las causas y efectos del mal); «estrategia de la distracción» (para crear un diluvio de informaciones superfluas que impiden el conocimiento de los graves problemas que aquejan el mundo); «mantener al público en la ignorancia y la idiotez» (imprescindible para que las masas no sean capaces de entender cómo funciona el capitalismo, y por tanto se genera en ellas el conformismo).

Veamos otra técnica de los medios que ha tomado gran fuerza, «crear problemas, después ofrecer soluciones». Este método es también denominado problema-reacción-solución. Vale la pena entonces mostrar solo dos ejemplos: En Afganistán, el problema que, tendenciosamente se fabricaba, era que esa nación ofrecía amparo y apoyo a los terroristas que ejecutaron las acciones del 11 de Septiembre de 2001, lo que aseguraban las figuras principales de Estados Unidos y Gran Bretaña, junto a sus poderosos medios de comunicación.

¿La reacción?, crear un ambiente de rechazo generalizado en el mundo, a partir de un diluvio permanente de informaciones, cuyo objetivo no era otro que demonizar a Afganistán. Nos quedaría el tercer eslabón, la solución del «problema». Obviamente: Estados Unidos comenzó a bombardear el país siguiendo la doctrina de guerra preventiva del tristemente célebre emperador Bush, y de tal manera el país del norte salvaba a la humanidad de los «malvados» de Afganistán. Tal era la solución con los ingredientes indispensables del terrorismo, a base de bombas y muchos muertos. Por supuesto, el objetivo quedaba claro: la posesión y el robo de recursos principales.

El otro ejemplo es Irak. En este caso el problema al que apeló Bush fue acusar a esa nación soberana de poseer armas de destrucción masiva y, naturalmente, la sola mención de este tipo de arma causa verdadero pavor en los pueblos, lo que podemos identificar como la lógica reacción que se pretendía, es decir, el rechazo y la consecuente anuencia a la solución esperada; no otra que la invasión –como práctica tradicional del Imperio-que dejó, según estimados de la ONU, más de un millón de muertos, de los cuales 570 mil eran niños. Y todo esto sucedía a pesar de que Bagdad llegó a permitir que se inspeccionaran decenas de sitios donde, presuntamente, existían tales armas, y la propia negativa de los inspectores corroborando su no existencia.

Todo esto, en otras palabras puede resumirse en lo siguiente: Estados Unidos y sus aliados pretenden un objetivo, habitualmente la conquista, la posesión de territorios, recursos, y dominio político, todo ello al estilo de las películas de vaqueros héroes e indios malos; claro con otro potencial exterminador muy diferente.

Tal objetivo requiere, imprescindiblemente, de una gran pantalla, en la que se describen escenas de verdadero terror, lo que produce el lógico rechazo de las personas. Así las cosas no le queda al Imperio otra alternativa que salvar a la humanidad del terror, para lo cual, por designio divino, deben, a su pesar, efectuar bombardeos y causar hasta muchos miles de muertos inocentes, pero con el consuelo de que se trataban de víctimas colaterales.

Después de todo esto, sucede lo irremediable: poderosas transnacionales se adueñan de recursos vitales del país malo, pero es natural, porque después de todo EE.UU tuvo que desembolsar muchos millones de dólares para salvar a la nación que invadieron.

Definitivamente, si se quiere una definición de tanta maldad en muy apretada síntesis, diríamos que se trata de una villanía atroz y sin precedentes, a menos que la comparemos con el odioso fascismo. Así está el mundo, no verlo como es, significa resignación, y hasta una manera indirecta de acuñar como válida tanta maldad.

“Mientras que la justicia no esté conseguida, se pelea”. José Martí

 

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