Crónica con entrevista a Ramón Galindo

Con su bastón, compañía inseparable desde que le diera el derrame cerebral hace una década, había subido la escalera larga de la emisora provincial. Quería decir que estaba bien, que no arrastraba las -rr- y que lo podían evaluar de nuevo como hablante.

No, miento; la última vez que vi a Galindo fue ese domingo 10 de noviembre, cuando le dijimos adiós para siempre.

Pero ese no es el recuerdo que quiero guardar de él. Prefiero imaginarlo sentado en una silla en las actividades de la UPEC, animado, conversando con los amigos. Prefiero imaginarlo desandando las calles de Matanzas o cayéndole atrás a los cursos de la Universidad del Adulto Mayor, un proyecto al que “el siempre maestro”, devenido después dirigente o colaborador periodístico, dedicó en cuerpo y alma los últimos años de su vida.

Quiero recordarlo vivo, sonriente, como en aquella entrevista que le hice el primero de octubre de 2 mil 10, Día Mundial del Adulto Mayor; una entrevista que hasta hoy conservé inédita y comparto con ustedes.

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