La expresión exacta y nuestra

Pienso que los medios de difusión son más empáticos y convincentes en la medida que se acercan al habla popular. Rectifico: al buen habla popular.

No debemos caer en extremos que dañan. Ni rebuscar frases coqueteando con las sintaxis como si se tratase de una teoría combinatoria; ni de adherirse a lo vulgar; tampoco empeñarnos en la trasposición de significados para situaciones o realidades que tienen sus formas para expresarlos sin ambages ni confusiones, tan ajenas al propósito informativo y educacional que compete a nuestra labor.

Acerca de esto, me refiero a algunos términos del habla popular en los que pudiéramos influir.

A cada rato encuentro personas que llegan a un establecimiento y preguntan si tienen «agua mineral». Por lo cotidiano, desde que tengo uso de razón parece normal, pero… ¿alguien puede aclararme si existe «agua animal» o «agua vegetal»?.

En relación también con el agua, otros preguntan si la que hay es «natural» -claro, para diferenciarla de la efervecente, esa que tiene incorporado dióxido de carbono.

Y también me pregunto: ¿agua natural?, es que ¿existe un «agua artificial»? A quienes defiendan ese término con el argumento de que exista una preparada en laboratorio, le respondo que de ser así, la elaboran a partir de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, y por mucho laboratorio que haya de por medio, esos elementos químicos se toman de la naturaleza, de manera que el subterfugio es inaceptable.

De lo anterior -y lo peor es que aparece hasta en las etiquetas- considero que es mejor referirnos al «agua de manantial» en lugar de «agua mineral», expresión ésta redundante.O mejor: «agua embotellada».

En cuanto al «agua natural», el término es válido, pues queremos diferenciarla de «agua efervecente». Vale explicar que también se elabora un agua comercial potable purificada. Es agua de ríos -no de manantial- que por procedimientos de filtrado y temperaturas se le quitan los elementos potencialmente nocivos para la salud.

Otro error es ese del «refresco de gas». Hasta ahora todos los refrescos están en estado líquido, no existen «refrescos de gas»; sí resulta válido decir que nos gusta de vez en cuando tomarnos una «gaseosa», «refresco gaseoso» o «refresco gaseado»,  ya al elaborarlo se le añade dióxido de carbono, y desprende dicho gas al destaparlo,provocando una sensación refrescante en la garganta.

Me parece que -aunque muy generalizados en el habla popular- los medios de difusión pudieran contribuir a difundir el término más exacto.

Y de medios de difusión hablando, vamos al otro extremo. A cada rato escucho eso de «mantén la sintonía para ganar tu complicidad».

Si vamos al significado, sería «a priori» como para creer que existen los «radiodelitos« donde el oyente puede convertirse en cómplice, ya que el vocablo complicidad lo define el Diccionario de la RAE, textualmente, como  «cualidad de cómplice», y el cómplice, a su vez, como «que manifiesta o siente solidaridad o camaradería. Participante o asociado en crimen o culpa imputable a dos o más personas. Persona que, sin ser autora de un delito o una falta, coopera a su ejecución con actos anteriores o simultáneos».

En todo caso, el primer significado se acerca a la intención, pero es que «cómplice» y «complicidad» son tan propios del ámbito jurídico y penal, que es mejor usar otro término de los muchos que posee nuestro idioma, y más apropiado.

Otro modismo muy usual ahora es «comodín». Lo escucho en programas musicales, y no falta en comentarios y narraciones deportivas.

Vuelvo al Diccionario de la RAE donde se pueden observar varios significados para «comodín». «En algunos juegos de naipes, carta que se puede aplicar a cualquier suerte favorable. Cosa que se hace servir para fines diversos, según conviene a quien la usa. Pretexto habitual y poco justificado».

Digamos que en el paréntesis de un programa aparece un intérprete invitado y le llamamos «comodín»; sin que sea una carta de naipes y mucho menos un pretexto poco justificado; digamos que pudiera ser un «relleno» y en el peor de los casos «un pitcher tapón». Suena ofensivo sin que sea la intención.

Peor aún cuando «comodín» significa «comodón», a su vez: «Dicho de una persona: Amante de la comodidad y regalo».

Son muchos detalles y no se trata de preciosismos. Cualquiera de nosotros está sujeto a no usar el idioma debidamente y se agradece la crítica, el señalamiento constructivo, hasta cierto punto despersonalizado, dicho en sentido general y sin la «cáustica verbal» propia de intenciones poco sanas.

Para terminar, y reconociendo que los cubanos en el habla somos tan absorbentes como las esponjas, quizá por ser tan universales, recordemos el vocablo «paladar» que lo adoptamos de Raquel, personaje interpretado por Regina Duarte en aquella novela brasileña cuyo nombre ahora no recuerdo.

Raquel puso ese nombre a su negocio de comida rápida. Nosotros le llamamos «paladar» a lo que realmente es un «restaurante, fonda o quiosco particulares, de cuentapropistas, para la venta de comidas». ¿Por qué no usar su nombre verdadero?

Me quedan otros dos: «los bandidos de río frío», para referirse a quienes revenden productos, principalmente alimentos, a precios por encima de su valor real; término tomado de la novela homónima del mexicano Manuel Payno que vimos en 1977.

Y que no se me olvide «merolico», calificativo que se sigue aplicando a quienes venden baratijas, a pequeños bazares o vendedores ambulantes. Otra adopción foránea, pues así llamaban a Juan Bautista, personaje de la telenovela mexicana «Gotita de gente».

 

Somos cultos, leemos mucho, escuchamos y vemos radio y televisión; pero de ahí a dejarnos influir por expresiones foráneas o inexactas – al menos para bromear valen -, va un gran trecho. Mejor no incorporarlas o desactivarlas, si ya están,del habla cotidiana, máxime cuando poseemos dos grandes tesoros: la riqueza de nuestro idioma y una idiosincrasia excepcional. En esta labor que demanda esfuerzo y voluntad, nuestros medios de difusión debieran de llevar la delantera. Hagámoslo entre todos.

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