El canto eterno del Jilguero de Arimao

El alegre y hermoso canto de esta popular y pequeña ave europea, del norte africano y Asia occidental, extendida por América del Sur y en los montes cubanos, son trinos parecidos a los de los canarios, combinando notas musicales, gorjeos, silbidos melodiosos y alguna nota raspante que no todos intercalan; esto nos acerca a comprender por qué fue llamado así Inocente Iznaga González, nacido el 28 de diciembre de 1930 en el pueblo cienfueguero Arimao.

Hijo de Vicente y Felicia con once hermanos más, escritor, poeta y muy popular cantante no solo de punto guajiro, sino de toda la música campesina cubana, en su niñez solo pudo estudiar hasta el 1er. grado, porque para subsistir la familia, tenía que ayudarlos en las labores agrícolas. Ya con siete años de edad, cantaba guajiras, guarachas, sones y décimas, y con “el tío Chuco” (Jesús Tamayo) y sus improvisaciones fue a casi todos los guateques campesinos de su terruño natal. Hacia 1944 con 13 años, cantaba en emisoras radiales de aquella provincia del centro sur cubano, como CMHM y CMHI.

En Oriente y en La Habana la música era más mestiza, mientras en el centro nacional y en Pinar del Río predominaba la población blanca y las múltiples variantes del punto guajiro. Según Cristóbal Díaz Ayala, en su Discografía de la música cubana, ratifica que hacia 1930 era mucho más importante la presencia en discos de la música campesina, que lo que sería después. Desde el inicio hubo cantantes negros, pero la mayoría eran blancos, las tonadas eran las españolas emparentadas con los inmigrantes canarios y su música en estas regiones, también el galerón margariteño de Venezuela y el trovo de la andaluza Alpujarra.

Durante muchos años el punto guajiro había conservado un alto grado de pureza, entre otras razones por sus tan escasas posibilidades de escuchar otras formas musicales, pero con la radio y luego la televisión, nuestros campesinos acceden a otros géneros vitales como el son, que marcaría definitivamente la música campesina de las regiones señaladas.

El Jilguero nunca abandonaría del todo sus raíces, pero frecuentaría cada vez más una mezcla con el son y la guaracha, incluso el porro puertorriqueño y el vallenato colombiano, aunque sin perder nunca su típico sabor de los campos cubanos, cuando se lo proponía podía ser un recio controversista, y al componer muestra deliciosamente un humor campestre, pero no bucólico.

Por su parte, la música urbana incorpora desde temprano las formas del habla popular, lógico de su identidad en tanto comunidades mucho más heterogéneas y de dinámicas mucho más intensas, mientras la campesina siempre ha pretendido el ejercicio de un idioma castellano “correcto”, que el Jilguero incluso llegaba a exagerar al pronunciar sus sonoras erres como parte de su inconfundible estilo, contrariamente a su usual absorción por las consonantes colindantes en el habla popular cubana. También se caracterizaba por su optimismo, alegría, vitalidad reforzada por su potente voz y el buen humor en sus canciones, y la ironía que logra momentos esplendorosos al punto cubano, siempre risueño, como aquella obra sobre su vecino Chicho Mata, con su propia letra y con música de Chanito Isidrón.

Se inventó la “tonada de la risa”, llegando a forzarla de forma tan sobreactuada, interrumpiendo la canción con una risotada (no en balde uno de sus discos se llamó La vida es una carcajada), que se podría criticar como un defecto, pero lo convierte en sarcasmo, énfasis común en el punto guajiro, que también imita el sonido de la guitarra y otras onomatopeyas como los sonidos emitidos por los animales domésticos, en los que el Jilguero nos llega como un experto.

Su éxito en los guateques radiales lo catapultó en 1948 a RHC Cadena Azul; en 1956 se traslada a La Habana, donde mucho lo ayudó y lo cobijó como a un hermano Esteban Blanco “El Guingue”, y con el grupo de Modesto Morejón como guitarrista acompañante, con cuya hija la cantante Martica iniciaría para el resto de su vida una relación artística y sentimental con su relevo, su hijo Tony Iznaga Morejón, comenzó a presentarse en emisoras radiales habaneras, y pronto es elegido “Príncipe del Punto Cubano”.

Con Justo Vega, “El Caballero de la Décima Cubana”, pronto se incorporó al programa Patria Guajira, que cada noche transmitía Radio Cadena Habana, donde hacía sus controversias con Raúl Rondón, “El Bardo Camagüeyano”, que también las haría con su esposa Martica Morejón; y al igual que Jesús Orta Ruiz “El Indio Naborí”, Vega lo apoyó mucho profesionalmente. Ya se le iba llamando “El Jilguero” por su melodía, ritmo, afinación y gracia, como la de las aves de marras.

En consecuencia, en 1959 sería el único negro en el selecto podio de la música campesina cubana, que compartió con Celina, Reutilio, Radeunda Lima, Coralia Fernández, Ramón Veloz y Justo Vega, siempre presente en los espacios de música campesina tanto en radio como en televisión, en esta última en su ya tradicional espacio vespertino dominical Palmas y Cañas, que recrea nuestra cultura campesina.

En 1973 estuvo en Siria cuando fue atacada por Israel, y en 1982 en la Nicaragua sandinista frente a Estados Unidos, por lo que ostenta diplomas y medallas de Combatiente y Trabajador Internacionalista, además del Camarón de Cristal de su natal Cienfuegos, y de La Habana donde murió el 10 de febrero de 2012, tras vivir y crear en ella tantos años, recibió La Gitana Tropical y La Giraldilla, y distinciones y órdenes como la Raúl Gómez García del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Cultura, así como la Antero Regalado que otorga la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, la Marcos Martí del Sindicato Nacional de Trabajadores Agrícolas y Forestales, la medalla Alejo Carpentier por sus aportes a la cultura cubana, y la Réplica del Machete Mambí de Máximo Gómez con que el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias reconoce a los artistas comprometidos con su tiempo y con la historia; aunque nunca vaciló al afirmar que su mejor premio era el cariño, respeto y aplauso del pueblo cubano.

Con todo lo anterior y más, el Jilguero de Cienfuegos (como se le conoció) ha devenido rotundo ejemplo de las riquezas musicales y sobre todo en las letras, de la música campesina, insoslayable de toda referencia a la música y a toda la cultura cubana.

Autor

  • Dr. C. Avelino Víctor Couceiro Rodríguez

    (La Habana, 1957) Licenciado en Historia del Arte (1982) y Licenciado en Historia General (1986), Técnico Medio Superior en Arqueología (1984) y Técnico Medio Superior en Museología (1985), Doctor en Ciencias sobre Arte (2001) y Máster en Antropología con Mención en Antropología Sociocultural(2001), Diplomado en Historia General Contemporánea (2006), Profesor Titular de la Universidad de La Habana (2002) e Investigador Titular (Ministerio de Cultura y Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente, 2004).

Un comentario en «El canto eterno del Jilguero de Arimao»

  1. Magnifico comentario, todas las personas con jueventud acumulada, recordamos con cariño a este elegante exponente de nuestra musica campesina, y sus buenos acordes, traen maravillosos recuerdos.

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