Día de abril para Belkis Kindelán

Sin embargo, ese domingo, el diario Juventud Rebelde publicaba en su sección «Especial» un artículo titulado «Alerta en el Aeropuerto», el cual cambiaría la vida de una mujer. Luis Hernández Serrano, su autor, relataba un acontecimiento ocurrido 37 años antes:

−A finales de marzo o en la primera semana de abril, al Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, llega, procedente de Miami, una pasajera con oscuras intenciones. La mujer, fichada por los Servicios de Seguridad (DSE) cubanos, como contrarrevolucionaria peligrosa, portaba una mantilla (prenda de vestir femenina) en el brazo derecho y en la que escondía un revólver Magnum y un neceser, donde habían balas para el arma.

Dada la sospecha, las autoridades aeroportuarias piden a la señora hacerle un registro. En una habitación de dos por dos metros y cerrada desde adentro, la oficial de la Seguridad del Estado Belkis  Kindelán  Reyes se dispuso a hacer el cacheo a la sospechosa. Cuando comenzó a registrar el neceser sobre una pequeña mesa, se percató por un espejo en la pared, de un arma apuntando a su cabeza y lista para disparar.

Cuánto tiempo transcurrió, es difícil de calcular. La mano de la oficial cubana apartó el arma con el tiempo casi suficiente para no recibir el tiro. Según contó ella, fueron pocos los centímetros que faltaron para que su cabeza fuese el blanco del proyectil, que se alojó en una esquina de la pared.

El Teniente Coronel del MININT, José Manuel Galardy, quien contó el hecho a Juventud Rebelde en el año 98 dijo: «Nosotros que estábamos afuera, lo único que escuchamos fue el estampido del disparo y como la compañera oficial estaba desarmada, al escuchar el tiro dentro del local, pensamos que la habían matado».

«Cinco compañeros nos tiramos contra la puerta hasta que se partió el pestillo. Al entrar nos encontramos que Belkis le había llevado el brazo armado a la espalda, recostada en una esquina de la habitación, dominando perfectamente a la agresora. Cuando la mujer estuvo controlada declaró que había venido expresamente a matar a Fidel».

Aquel día de descanso de 1998

En aquella jornada dominical de 1998, muchos años después de lo ocurrido, Belkis Kindelán, retirada del Ministerio del Interior (MININT) desde 1978 y trabajando como especialista del Centro de Información de Radio Reloj, es sorprendida por amigos, compañeros de trabajo, vecinos y familiares, quienes al leer el dominical de Juventud Rebelde y conocer de su hazaña, mostraban su respeto y admiración.

Las llamadas por teléfono comenzaron; los toques a la puerta; las preguntas de asombro de los hijos y de sus conocidos, y la interrogación expectante del esposo.

Todos querían saber cómo había sido, pero nadie lo supo por voz de Belkis. Lo relatado hasta ahora lo cuenta Galardy a Serrano para Juventud Rebelde. La heroína nunca dio detalles sobre lo ocurrido y rechazó todas las ofertas de entrevistas porque nunca pretendió vivir de eso.

La exclusividad de la conversación de hoy presente, Belkis la justifica con un «porque me caíste bien», y porque «lo hecho, hecho está, era mi deber y mi trabajo».

De su propia voz surgen otros detalles.

«Yo tenía 24 años de edad y pesaba 110 libras y la mujer era alta y robusta. ¿Cómo pude con ella?, no sé. Cuando los compañeros entraron a la habitación y lograron atraparla mi mano estaba muy hinchada de la fuerza tremenda que tuve que hacer, al punto que debí ponerle hielo. Cuando yo vi el arma apuntándome levanté la mano y la aparté y en el forcejeo logré dominar a la mujer hasta que recibí ayuda. ¿En cuánto tiempo ocurrió todo? Parecieron años, o milésimas de segundo, pero no lo sé.

La fuerza del deber

Cuando se supo, muchos me preguntaban si la de la historia era yo, en el trabajo, en el barrio, incluso mi esposo no sabía de lo sucedido. Cuando Juventud Rebelde publicó el artículo con el acontecimiento, develó un hecho de mi vida, una parte que estaba oculta de mi historia».

La modestia de esta mujer sorprende. Durante muchos años guardó el secreto por disciplina, pero sobre todo porque nunca prefirió vivir de ello. Cuando el Estado cubano desclasificó la información sobre lo ocurrido en el aeropuerto todos la vieron como una heroína, para ella simplemente fue un deber.

Al final de la tarde nos despedimos. Sentí que había tocado la historia, una vida, una heroína; ella, tal vez, ganaba un nieto. Le dije adiós con el deseo latente de contar sus palabras y sentir el encanto de conocer a una mujer de su estirpe, pero con una sonrisa amplia y reluciente; la misma que me recibió, pero esta vez con la tranquilidad de haber dejado un pedazo de su vida en las manos de un aprendiz de la palabra.

Autor