La cubanía de Esther Borja, de indudable permanencia, me lleva a recordar la ocasión extraordinaria en mi vida como periodista que estuvimos conversando largas horas donde fluyó de ella hacia mí la suavidad de una mujer que logró su éxito personal a fuerza de profesionalismo que multiplicó su capacidad de convertirse en una voz que nos identifica como la palma real.
Fue en un jardín el encuentro años atrás. Yo llevaba decenas de preguntas ninguna de las cuales dejó de contestarme con el encanto de una mujer fascinante.
Hoy, a cien años de su nacimiento, selecciono para los lectores ávidos de conocer y reconocer a la “Damisela Encantadora”, algunas de sus respuestas de presencia vigente.
Era entonces el mes de mayo y había flores en su jardín y junto a ella su fiel perro mirándome inquieto y ladrando una que otra vez para que mi grabadora lo registrara.
Todo comenzó por el maestro Ernesto Lecuona. A Esther Borja le encanta hablar sobre el maestro que marcó definitivamente su carrera. Por ello el intercambio entre nosotros fluyó como agua clara y refrescante. Durante muchas horas tuve la sensación de estar escuchando una canción entre las flores. Era una voz que suavizó mi alma y sedujo mi mirada tan atenta al relato que tomó cuerpo en sus propios ojos. De inicio a fin, supe que ella tenía necesidad de liberar sus recuerdos. Cada palabra que pronunció tenía el sello que define una historia verdadera. Y como el recuerdo trae la emoción de mover lo detenido en el tiempo sobre nosotros, inevitablemente, descendió el polvillo que esconde la maravilla de lo que, al fin, se corporiza en el presente.
-Yo creo que a Lecuona hay que recordarlo de múltiples maneras. Tal vez el cine, por ejemplo, pudiera estar en deuda con él. Ya en la radio, donde hay tanta y buena tradición de novelas, usted se ocupo de la vida del maestro Lecuona (se refería a una breve Radionovela testimonial que escribí por entonces para Radio Arte y donde se dramatizó la vida personal del genio de la música cubana apoyada por personalidades de la cultura de nuestro país que trabajaron con el insigne maestro). Para usted debió haber sido emocionante ese proyecto radial que tengo que agradecerle.
–El siglo XX fue tremendo…¿No lo cree? .
– Cierto. Esos años no los podrá olvidar la humanidad nunca. Mire que han pasado cosas. Buenas y malas .Pero han pasado. Eso es lo que importa a final de cuentas. Lo malo es estar detenido en el tiempo y que nada ocurra nunca. Como si fuéramos polvo sobre muebles que esperan ser sacudidos.
-Dada mi alergia al polvo preferiría que nadie lo sacudiera.
Rió. Fue una risa hermosa, amplia. Era el mejor momento para comenzar las preguntas y las respuestas.
-¿Cómo se vincula su vida artística con Lecuona.?
-Yo vivía en los bajos de Lavín, el dueño de una emisora de radio.
-¿Una feliz coincidencia?.
-Naturalmente. Y claro, por ser mi vecino él me oía cantar en mi casa. Esa era una costumbre muy propia de las muchachas de entonces. Se cantaba. Era una forma de vivir. Y en mi caso no podía dejar de cantar. Se trataba de un impulso incontrolable. De manera que él me oía.
-¿Y le gustaba su forma de cantar?
-Creo que sí. Además, en un momento dado lo comentó con mi familia y luego, me invitó a cantar en la emisora. Y en esa visita a su emisora es que tengo el primer contacto con un miembro de la familia de Lecuona.
-¿De quién se trataba?
-De Elisa Lecuona, la hermana menor de las dos hermanas. Lecuona era el hermano menor.
-Elisa estaba casada con un cantante. En la emisora ella me oyó cantar y me elogió. Me repetía que yo cantaba muy bonito. Aquello significó mucho para mí. No hay que olvidar que estaba…haciendo mis pininos. Le cuento que ella me hizo varias preguntas sobre el mundo de la canción y yo le dije que cantaba intuitivamente, es decir, que no había estudiado nunca canto como tal. Y ahí mismo me hizo un proposición
-¿Qué le propuso?.
-Me propone que su hermana Ernestina me oyera porque, entre otras cosas, ella tenía canciones muy bonitas que yo podría incluirlas en mi repertorio. Pero ahí no se termina esta inicial historia. Por otra parte, conozco en la emisora de radio CMCA a Teté Pérez, que era directora allí y que fue luego durante muchos años músico de la orquesta del ICRT. Por supuesto que ella de inmediato me invita también a cantar en la propia emisora. Era un buen comienzo. ¿No le parece a usted?.
– ¿ Qué aconteció después?.
-Bueno, eran los primeros tanteos que nunca son fáciles, aunque a veces se crea eso. Por lo pronto, canté en la emisora bajo al mirada de Teté. Iba a la emisora algunas tardes y cantaba. Casi de rutina hacía eso. En aquellas visitas conocí a Juanito Brouwer, hermano de Ernestina. Él es quien me insiste que su mamá debía oírme. Todos me decían lo mismo. Pero nadie se brindó para llevarme a la casa de Ernestina. Esas cosas pasan.
-¿En qué año tenemos situada esta historia?.
– En 1931…yo diría principio de 1932. Pero bien, me insistieron y sucedió entonces algo interesante en mi vida. Antes le cuento que yo siempre he sido muy romántica y soñadora. Y en uno de esos amaneceres que tuve con el romántico virado me dije: Hoy me van a oír lo que yo quiero que me oigan. Y así fue. Era una cuestión del romántico virado.
-Y se fue a casa de Ernestina…
-Ni más ni menos. Tomé la iniciativa y partí hacia su casa. Déjeme decirle, además, que fui caminando. Por eso fui a casa de Ernestina Lecuona. Como me querían oír iba a cantar. Era una decisión definitiva.
-¿Qué sucedió ese día?.
-Eché a caminar y me presenté en la casa de Ernestina. Enseguida me preguntó qué deseaba y yo le dije vengo a que usted me escuche cantar. Entre y siéntese, me dijo. Entré a la casa. Me senté y ahí le dije que también estaba allí para solicitarle sus canciones bonitas que yo quería cantar. Intentaba a todo precio halagarla desde el primer momento. Como quiera que sea la estaba molestando al acudir allí. Las personas tienen su mundo privado y cualquiera cosa puede sacarlas de paso. Así siempre he pensando.
-¿Y cómo se desarrolló el encuentro con ella?. ¿Cantó?
-¡Cómo no¡. Yo estaba allí para que me escucharan cantar y por lo tanto canté.. Y a partir de ese momento, Ernestina Lecuona empezó a montarme un repertorio.
-¿Lecuona no estaba en Cuba cuando usted acudió a su casa esa tarde?.
-Estaba en España. Tiempo después la propia Ernestina, a la llegada de su hermano, propició que me encontrara con Lecuona.
-¿Y cómo ocurrió?.
– Ernestina me invitó a almorzar. En aquella oportunidad, tras el almuerzo, le escuchamos a Ernesto los cuentos sobre su viaje a España. Aún debí esperar que el maestro se tomara una siesta. Cuando todos nos volvimos a encontrar en la sala, Ernestina le sugirió que me escuchara cantar pues ella me estaba montando un repertorio Fue el momento más decisivo de mi vida. Ernesto Lecuona me escucharía cantar y eso era ya con gran triunfo. Y Lecuona se dispuso al fin a escucharme cantar. Canté varias canciones de él, otras de Ernestina y de otros autores cubanos. Eran canciones que ya tenía montadas. El me escuchó todo el tiempo dando paseos por la casa. Se le veía pensativo. Se paseaba lentamente con cara de circunstancia. Al final, sorpresivamente, me tira el brazo por encima y me dice: Muchachita, usted tiene un lindo porvenir.
-Tras esos estudios de canto que sobrevinieron ¿cómo se vincula de nuevo a Lecuona?.
-Durante un tiempo seguí vinculada a Ernestina y cantando en un programa de radio que ella tenía.
-¿Cómo se llamaba ese programa?.
–La hora de Lecuona. Se transmitía en el Progreso Cubano, hoy Radio Progreso. Por entonces también canté en la emisora de radio del Hotel Plaza, que era propiedad del esposo de Ernestina. Seguí también cantando en Radio Lavín. Es decir, me vinculo con lo que más se hacía en esa época: radio. En ese tiempo Lecuona se mantiene casi un año y medio en México. Después ocurrirá su regreso a Cuba.
-Y entonces Esther me habla de la maravilla de una sorpresa:
-Al poco tiempo de su llegada a Cuba, Lecuona me dijo en la primera oportunidad que nos vimos: Escribí en México pensando en usted. Sacó de inmediato del maletín una partitura donde estaban escritas las canciones con versos de José Martí: La rosa blanca, De cara al sol, La que se murió de amor y otras. Eran seis canciones que quería que yo estrenara porque las hice para usted. El decidió que se estrenaran en la Sociedad Femenina Lyceum, para conmemorar la fecha patriótica del 24 de febrero.
-¿En qué año estrenó usted estas canciones?.
-En 1935. Aquellos estrenos fueron una maravilla en mi vida. Era un honor muy grande el que Lecuona me había hecho. En dos palabras: confiaba en mí profesionalmente.
–Un acontecimiento para toda la vida.
-Así ha sido.
-¿En qué momento viaja usted al exterior con Lecuona?.
-Nosotros terminamos el 31 de diciembre de l935 con una función extraordinaria. De ahí fuimos a una girador la Isla. Estando en Santiago de Cuba tuve que regresar a La Habana pues me había contratado el Casino Español. El asunto fue que entonces Lecuona recibe una proposición para trabajar en la radio de Argentina durante tres meses. Él decide llevarme a mí como intérprete y a Bola de Nieve, como pianista fundamental, porque él va a dirigir la orquesta. En el viaje va Ernestina Lecuona para hacer con él dúos a piano. Ese sería mi primer viaje con él al extranjero.
-¿En qué etapa hicieron cine?.
-En 1938, ocasión en que había ido la orquesta Habana Casino a trabajar en un espectáculo de teatro con nosotros. Y allí, en la Argentina, participamos en la película Adiós Buenos Aires, dirigida por Leopoldo Torres Ríos, donde trabajaron como intérpretes Amelia Bence y Tito Luziardo, junto a un elenco artístico muy destacado. En la película Lecuona tocó al piano y yo canté.
-¿Qué otros momentos destacados tuvo esa gira?.
-Estuvimos trabajando en Uruguay con la orquesta Habana Casino. Hace un instante debí comentarle que cuando trabajamos en la Argentina, lo hicimos en todos los cines importantes. El público llenó los teatros. Se puede decir que el éxito nuestro en la Argentina fue apoteósico. Y un año después, cuando regresamos, había zapatos Damisela, cocteles Damisela, boutique Damisela. La Damisela había arrasado por todas partes.
–Dígame, Esther…¿qué ha significado para usted la Damisela Encantadora?.
-Para mi es el mejor regalo que me hicieron en mi vida. Los mejores regalos me los hizo siempre Lecuona. Imagínese cómo está él en mi corazón.
Hasta aquí algunas fragmentos de la extensa entrevista. El tiempo ha transcurrido y de pronto tengo que pensar en la categoría filosófica del tiempo. Cien años, dulce Esther es volver a nacer. En tanto los siglos pasen me rindo a sus pies, Damisela.