Fernando, el cinta negra de la radio

Fue por eso que Fernando se decidió a traerle uno de los escritos suyos, para que le ayudara a adivinar como terminaba aquella historia que él había comenzado a contar y no sabía concluir. Y la maestra acertó otra vez, pero no solo adivinó el final que tendrían aquellas 20 líneas atestadas de errores ortográficos, sino que desde ese momento supo que el alumno más inquieto y conversador de su clase sería un artista.

Después vendría Eduardo Franco, que empezaba hablando de broncas, boxeo o de la chica más suculenta del pueblo, para luego, y sin más transición que lo que tardaba en alzar su dedo índice a la altura de la frente, evocar nombres tan altos e ignorados para él chico como los de Napoleón, Tchaikovski o Picasso. Las tertulias de aquel mentor de barrio dejaban idéntico sabor que una conferencia de academia, pero con la ventaja indudable de tener por aula el parque de Santo Domingo.

Con estos dos preceptores y el siempre inspirador ejemplo de su padre decimista, Fernando González Castro moldeó aquel ingenio suyo que se alimentaba de los sonidos, personajes y costumbres pueblerinas, y que se desbordaba en hojitas amarillas que nunca imaginó convertidas en libretos radiales. Y como él no era adivino, tampoco vislumbró que algún día formaría parte de la CMHW, y mucho menos que desde allí sería Premio Nacional de la Radio.

No podía imaginarlo siquiera en su juventud más temprana cuando alcanzó la cinta negra en judo, o cuando decidió formarse como profesor de historia. No había un norte bien definido todavía.

«Aún cuando me encanta el magisterio y jamás he podido desprenderme de él, ya fuera desde una facultad obrero campesina o desde en un centro para reclusos, mi vocación hacia la dramaturgia siempre estuvo presente. Mi cabeza fabulaba constantemente lo mismo en el aula que cuando caminaba por las calles o hacía la más simple actividad. A veces me bastaba un sonido, una conversación o una frase ocurrente gritada desde un balcón para concebir un argumento. Luego por azares del destino llegué a ser director de la casa de cultura dominicana, y me interesé por el cine y el teatro, y no solo desde la postura del aficionado, sino de quien busca comprender en la teoría aquello que lo subyuga. Así encontré mi derrotero».

Tras formar un grupo teatral y otro de cine-aficionados, estuvo un tiempo por La Habana, y cursó algunos postgrados en dramaturgia, aunque reconoce que fueron mucho más los cursos de litera.

A su regreso la cadena provincial de radio le abrió las puertas como actor con un papel de policía cuyo único parlamento decía: «Atrás, atrás, atrás», recuerda jaranero quien desde su primer paso en el medio siempre marchó adelante.

Pero su marcha ascendente nunca estuvo exenta de esos tropiezos que forjan, porque como en el judo, según dice Fernando, a veces hay que ceder para luego vencer. Si bien se inició como guionista con un programa sobre el primero de mayo, que le devolvieron 10 veces, ya con su primera serie radial «Tiempo para crecer», alcanzaría el gran premio del Festival Nacional de la radio.

Preludio de una larga cadena de conquistas y reconocimientos para un creador insaciable, que antes de listar esos galardones prefiere rememorar cuánto les debe a esos que le ayudaron:

«No es por fingirme modesto, es que, si algún mérito tiene mi trabajo y si he alcanzado reconocimiento en mi carrera, se lo debo a todas esas personas que, sin proponérselo a veces, tanto me enseñaron. Desde Rolando Rodríguez Frenes, Roberto Orihuela, Tomás Hernández Moreno, José Antonio Espino, hasta María Leisa Olivera y Rogelio Castillo, entre otros tantos. Mi vida ha estado signada siempre por personas muy talentosas que me han tendido la mano y me han hecho ambicionar».

Pero las ambiciones de Fernando no son de gloria, son las del constructor que piensa más en los cimientos que en la altura que alcanzará su obra. Siendo joven y ya reconocido dentro del medio radial cubano, lejos de ufanarse con las conquistas, siguió la interminable carrera de los maestros, la de investigar, para luego aprender enseñando.

«Como dice el cantor, saber no puede ser lujo, y en mí la superación ha sido una constante. Me percaté de que existía mucho empirismo en el trabajo y que no bastaba lo que ya había aprendido en los postgrados y mis estudios previos, necesitaba más, y me hice también director y asesor de programas, no hubo un curso en el ámbito radial en el que yo no matriculara. Y no solo en la radio sino en la televisión, donde además me hice camarógrafo».

Lo cierto es que tampoco han existido cursos en las dos últimas décadas en los que este creador maestro no haya puesto sus saberes en función de formar a las nuevas generaciones de artistas.

«Me siento afortunado de tener a tantos colegas y amigos formados por mí, tantos muchachos que me dicen tío y que son excelentes profesionales del medio. Son como mis propios hijos, y dirigirlos en los diferentes espacios me hace un padre orgulloso, aunque a veces reconozco que soy presa de un rigor implacable, casi colérico».

Entre los programas que actualmente dirige Fernando en la CMHW se encuentra el espacio de la novela, el cuento, los históricos y también el programa campesino. Con 65 años y una apresurada carrera profesional ha sido autor de 62 series para la radio, 118 cuentos y una treintena de teatros, así como programas infantiles e históricos.

«Considero que la obra que me marcó fue Fátima, mi quinta novela. Una novela histórica que se desarrolla en Santo Domingo y donde hay mucho de mi familia y de mi historia personal. La ambientación, los pasajes, dicharachos e imágenes son casi un retrato de épocas que quizás no viví, pero que me llegaron a través de mi madre o de las vivencias de un padre nacido entre carboneros».

«Fátima» también fue multipremiada. Quizás por esos dones que tiene Fernando como creador, quizás porque sus guiones parten de sus esencias más genuinas, o quizás porque desde niño sabe plasmar eficazmente en lo que escribe esos otros premios que la vida le ha dado.

Y la vida ha premiado con creces a Fernando. Con el padre que tuvo y con esa madre que a los 102 años todavía está con él. Con sus 2 nietas. Con una hija que siendo muy niña se paraba a su lado mientras trabajaba, y era la primera que leía cada cuartilla que iba saliendo de su máquina de escribir.

La vida lo premió con una esposa excepcional, con la que se casó a los 19 años, en cumplimiento de otra de las profecías de Ángela, la maestra.

Una esposa que le ha titulado no pocas obras y que ha sobrellevado con ternura ese otro largo y posesivo matrimonio de Fernando con la radio. La misma que ha sabido entenderlo cuando lo ha visto reír a carcajadas mientras escribe un guion, y que quizás se haya asustado cuando una vez quiso visitar a Luis Llevea, uno de sus personajes de ficción.

Pero cuando se es un hombre bueno y además un luchador, tal y como se reconoce él mismo, la vida no para de premiarnos, y esta vez Fernando González Castro vuelve a marcar ippon y alcanza otra cinta negra, al merecer en 2016 el Premio Nacional de la Radio.

«Me siento premiado con ser cubano y tener los amigos que tengo, y por sobre todas las cosas por haber sido acogido un día en la Reina Radial del Centro. Este reconocimiento me llena de regocijo, primero porque no lo esperaba y segundo porque nunca he visto mi trabajo como pesada carga sino como un divertimento. Imagínate entonces cuan feliz me hace que además me premien por hacer lo que hago».

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