Cuando subí los escalones, los siete pisos interminables del teatro Heredia, rumbo al salón de clases del Ballet Santiago, la radio se fue conmigo. Llegamos exhaustos, lo reconozco; pero enseguida nos recompusimos. Y… un… dos… el ensayo, la música, el gesto, la corrida.
Hace mucho se los debía, y estos 35 años que cumplirán el 20 de octubre próximo, fue el pretexto ideal para acercarme a la compañía Ballet Santiago. Lo van a celebrar todo el año y esta será su primera acción, mediáticamente hablando.
Heme aquí, junto a la maestra Zuria Salmon Álvarez, directora de la Compañía Ballet Santiago, para que me cuente del período fundacional y de los próximos estrenos, de cómo armonizar las diferentes personalidades en pos de un logro común.
“No somos una ciudad que soñó una Compañía, somos una ciudad que la tiene”, me confirma serena, mirándome a los ojos. Radiaciones le comparte esta conversación, sostenida al borde del tabloncillo, enriquecida desde nuestro canal de youtube.
El ballet en Cuba suma una larga tradición, Cuba es un país de baile. Disfruto la danza: un cuerpo entrenado, girando en un tabloncillo, es un regalo a los sentidos, es un derroche de imaginación, es la apoteosis del movimiento. Yo quería escrutar las historias, mirar detenidamente los rostros, calibrar los músculos, y por supuesto, obtener el testimonio.
Una obra colectiva requiere, como condición sine qua non, una pluralidad de puntos de vista. Y allá voy, a esperar que concluya la sesión, que los sudores cedan, que estén listos para contar. Tengo el gusto, el lujo de conversar con la maestra Surinay Barrientos, la experimentada bailarina Giselys Campos y el benjamín, el caballero Alejandro León.
Hoy, los gestos han de traducirse en palabras. Se abre el semicírculo de la memoria. Es un Grand Jeté, ese paso de ballet impresionante en el que el bailarín da un salto en el aire para realizar un split. Es un Gran Jeté, pero radial. La radio también se ve.