Mi novela de Radio Progreso

Un humilde radio agrícola nos permitía aquella visita de todas nuestras noches alumbradas con un candil montuno.

Aprendimos a sentir como de la familia a los personajes de Alegrías de Sobremesa; las hermosas y rotundas voces de Nocturno; la denuncia certera y clara de la poderosa columna radial Puntos de Vista, que me hizo descubrir el valor tremendo de un periodismo realizado con sentido de pueblo.

Con «Progreso» entraba en casa, casi como en un susurro, sin redundancias historicistas, un Martí delicadamente humano y políticamente trascendente, como lo hacían otros héroes cubanos y universales. Y también lo hacían héroes y heroínas románticas, amores y ternuras en radionovelas que nos llenaban de leyendas y ensueños.

Con «Progreso» discurría placentero, como en un espectáculo de cada noche, nuestro diario existir. Quién le iba a decir a aquel guajirito tímido que un día sería él quien entraría en «Progreso» a codearse con sus personajes y sus sueños. Casi parece otras de sus novelas, regalo de los 90.

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