Comunicar es respetar. Un micrófono es una cosa seria. No es que, por ejemplo, un locutor no pueda reírse en determinado programa cuyo perfil no sea precisamente humorístico, o no pueda contar algún suceso cercano. Sobriedad no es aburrimiento. Se trata de no enajenarse jamás de los públicos, de no estafar su tiempo con discursos vacíos.
Un locutor no es alguien que habla. Un locutor es una guía, es el rostro, la voz de un programa, de un medio, incluso de un territorio; y si lo hace bien, un locutor acaba convertido en parte de nuestra memoria sonora.
Soy un escuchante de la radio mucho antes de entrar en ella, y sigo siéndolo ahora, con renovada consideración hacia sus profesionales. Ese respeto se estremece cuando uno escucha parlotear en más de una propuesta radial: la palabrería sustituyendo al argumento, el exceso pasando por virtud.
Esa tendencia la he advertido tanto en espacios de radioemisoras locales como en aquellas que disfrutan de una audiencia nacional, incluso en programas de larga tradición. Es una tendencia al relleno, al chachareo, a la verborrea, que en ciertas revistas de mayor duración, se acentúa.
He escuchado largos (larguísimos) ditirambos sobre el tiempo o la vestimenta, donde los parlamentos se estiran, donde el locutor se embrolla, como si no supiera cuando parar. En otras ocasiones, so pretexto de la naturalidad-familiaridad, se comparten con los oyentes, anécdotas internas que no funcionan… porque el contexto y la referencia cambiaron. No escapan chistes de barata hechura o una manera de “empujar” el tiempo con frases manidas y forzadas, que casi revelan apremio por finalizar.
En mi opinión, en los últimos años, las exigencias, la formación y las evaluaciones se han reblandecido, o tal vez los métodos necesitan perfilarse. Y, lo peor, se han deslizado confusiones entre improvisar e inventar.
Zulima Nicolau Lahera, Licenciada en Arte de los Medios de Comunicación Audiovisuales, locutora, guionista y directora de programas, comparte las ideas que ha cimentado en tres décadas y media de labor en los medios radiales de su Santiago de Cuba. Radiaciones le agradece:
“Decía el profesor Moreno de Ayala que la locución es la profesión más difícil del mundo, porque su estudio es constante. La improvisación, una de sus aristas más controversiales hoy, ha dejado al desnudo a muchos. Y es que improvisar es un arte, vestido de cultura general y de oficio, mucho oficio. Sobre todo, despojado de banalidades.
“Cuando se improvisa se debe comenzar con ideas preconcebidas. No se trata de inventar, ni de decir lo primero que venga a la mente. Se necesita pensar con rapidez, pero con inteligencia, y tener en cuenta que las audiencias son muy exigentes. Improvisar requiere dominio de un tema. Inventar, en cambio, denota falta de preparación y escasa cultura”.
En los tiempos galácticos que vivimos, enfrentados a la instantaneidad de la Internet, a tanto comunicador improvisado en las redes sociales, a tantas plataformas, la exigencia sigue incólume para aquel que habla a los públicos. Cuidémonos de los extravíos. Cuidémonos de no intercambiar contemporaneidad con ligereza.
Por suerte, la radio cubana suma una historia impresionante de paradigmas de comunicadores, de locutores. Justo por eso, se impone cuidarla. La locución es una profesión clave en los medios de comunicación. Esa que no se enajena de sus públicos, que no les estafa con discursos vacíos.