518 años y otra América posible

Diría que Día del inicio de una “iberización” forzosa porque, primero España y luego Portugal llegaron para imponer sus costumbres, creencias, y cultura, siempre a favor de los conquistadores y so pretexto de la cristianización. En triste paradoja se dieron la mano los arcabuces, espadas y hogueras bajo el disimulado pretexto de inculcar la fe cristiana a los antiguos pobladores de esta otra realidad que otrora fue tan rico como diversa. Una cristianización ajena a los propósitos expresos del propio credo.

Desde el punto de vista europeo pudiera llamársele “descubrimiento”; si nos mantenemos equidistantes, tal vez, encuentro de culturas; una mirada más directa y libre de ambages nos llevaría a considerar el acontecimiento una inequívoca “colisión”. Evidentemente fue un choque, impacto que con toda crudeza arrasó gran parte de la riqueza y sabiduría de los pueblos de Mesoamérica donde se habían desarrollado, entre varias, tres culturas grandiosas.

La empresa colonizadora fue excluyente con toda la fuerza genocida que la caracterizó. Sobre cada templo indígena se construyó una iglesia. En la ciudad de Puebla, por ejemplo, dicen que del antiguo Teocali de Cholula se sabe cuántos adoratorios hubo si se cuentan los templos edificados sobre cada uno de ellos. Los códices, verdaderos testimonios documentales de la historia, costumbres y creencias aztecas fueron en su mayor parte incinerados al estimárseles heréticos por el tribunal de la Inquisición. Herejía imputada a una cultura desconocedora del credo venido de tan lejos.

Esclavitud y exterminio diezmaron parte considerable de las poblaciones indígenas en América; algunos asimilaron la imposición foránea, mientras otros optaron por aislarse. El indígena americano, más exacto el aborigen, empezó a ser un paria en su propia tierra tanto como los negros africanos traídos en la humillante condición de esclavos.

Esa historia inenarrable por su crueldad, en cambio, arrojó como todo acontecimiento realidades no premeditadas ni esperadas por quienes la propiciaron. Casi desde los albores comenzó el proceso de mestizaje que desde el sur del río Bravo hasta la Patagonia dio paso a una nueva identidad cultural. Los hijos e hijas de los conquistadores eran, curiosamente, hijos e hijas de los conquistados. Aludiendo a Marx, cuando se refirió a la India, en el caso de América la conquista, colonización y esclavitud fueron el instrumento inconsciente de  la Historia en la formación de la cultura latinoamericana; esencia y presencia que nació y existe hoy a pesar de todo.

Somos la síntesis del mestizaje entre Europa, la América autóctona – llamémosla así porque hasta el nombre le fue impuesto – y el África martirizada por los grilletes y el látigo. En el caso de las antiguas colonias de España, hablamos el castellano y en esa lengua de la que sentimos orgullo se escribieron los más ricos frutos de nuestro pensamiento. El inca Garcilaso de la Vega – de padre español y madre indígena – escribió en castellano sus Comentarios Reales. Y como nuestra es la lengua de Cervantes, propia lo es también la del Popol Vuh centroamericano y el quechua compartido por pueblos de la América del Sur como Perú y Bolivia. Tan nuestras las ideas de la Ilustración y las creencias cristianas, como los ancestrales tesoros heredados del África subsahariana.

En resumen no somos españoles ni africanos, y en buena medida amplios conglomerados humanos mantienen su identidad aborigen. Ellos también son América, ellos también son cultura de la nuestra. Sus ropas, aunque tradicionales, otrora confeccionadas con el telar de cintura, desde hace mucho lo son con el telar de pedales traído de Europa.

Otra América posible equivale a la mestiza, la de madre india o negra, mezclados todos con padres europeos y asiáticos. Es esa nueva América que todavía germina en su desarrollo integrador; es la entidad no acabada, sin su concluyente perfil, por habérsele truncado durante siglos la completa simbiosis de sus sangres.

Negar la herencia indígena o africana para únicamente alabar la hispánica, equivale a reverenciar al padre y esconder o renegar de la madre en cuyo vientre comenzó a latir nuestra existencia. Pienso que el 12 de octubre, de la mejor manera, es el aniversario de la llegada de Colón a un territorio geográfico pluricultural donde se injertó una nueva esencia humana.

No se trata de anatematizar la fecha, sino de interpretar su significado verdadero. Sin ella, a pesar de la sangre y el dolor, no existiría nuestra riqueza cultural y lingüística. Lo que cuenta es que no somos la “hispanidad”. Somos, en todo caso, “latinoamericanidad”, increíblemente aún gérmenes de esa otra América posible que nos incluye, sin excepción, a todos. 

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