Acerca de la entrevista

¡No es conversar de cualquier tema y de cualquier manera!

Un buen entrevistador necesita, ante todo, prepararse para su labor. En primer lugar requiere el dominio técnico para entrevistar, conocimiento éste que se “metaboliza”, por así decirlo, como la ortografía no precisa recordar la enunciación de la regla, pero sí saber aplicarla en todo instante. Existen muy buenos teóricos, sí señor, pero decepcionan en la práctica. Son esos que cuidan y manosean el sustento teórico sin que el aprendizaje llegue nunca a insertarse, más que en sus neuronas, en su propio ser.

Junto al conocimiento previo que es indispensable, queda lo otro: Debemos saber a quién vamos a entrevistar y por qué la entrevista, un por qué y un para qué. De una parte qué me propongo destacar de mi entrevistado sin que ello sea explícito, sino que las terceras personas lleguen a la conclusión que procuro. Más… ¿estoy convencido? Si no es así, resultará prácticamente imposible que yo logre convencer a los demás. Nadie da de lo que no tiene, reza un refrán, como nadie puede convencer de aquello que no está convencido.

¿Cómo convencerme antes de convencer? En primer lugar, conociendo a la persona que voy a entrevistar. ¿Qué es conocer? No es otra cosa que llegar a la profundidad, entrar en lo hondo del individuo, más allá que como figura representativa de algo, como ser humano. Sin interés humano jamás habrá una buena entrevista.

Para conocer al entrevistado no basta todo cuanto llegue a decir de sí, ni lo que hayan dicho otros. Se debe accionar la intuición. Digamos que voy a entrevistar una persona en su oficina, laboratorio, taller, en medio del campo; su entorno, cuanto la rodee, sus modales y expresiones faciales pueden suministrar más información que casi todo lo demás que sea capaz de contar.

Un buen entrevistador indaga gustos, vida familiar, aficiones, preferencias y hábitos de su entrevistado, le mira fijamente a los ojos; trata de llegar a esa realidad interior donde palpita la “verdad verdadera”. Una simple alusión, conociendo un detalle clave, puede abrir el grifo de los criterios, sentimientos, logros, frustraciones y aspiraciones de la persona que se entrevista. Tal vez sugerirle un recuerdo de la infancia lleve nuestra plática hasta los parajes más interesantes.

El buen entrevistador nunca debe dar por supuesto nada. Jamás preguntar para que reafirme lo que le digo, pues aunque yo “sepa”, no sé “nada”.

Si es una personalidad de la cultura, el deporte o la ciencia, entre muchas facetas del conocimiento o el quehacer humano, el entrevistador debe relacionarse previamente con el tema a tratar. Necesita de un mediano conocimiento para que el entrevistado esté persuadido de que su interlocutor sabe de lo que va a hablar, aunque no sabe lo que se le va a responder.

Para terminar, aunque me quedaría mucho por decir, resta el necesario interés humano, lo anecdótico en la entrevista. Es lo que le confiere vida, lo que la pone en movimiento y no la mantiene como un cuerpo estático sin matices. Con lo anecdótico la entrevista se hace vivencial, que equivale a interesante.

Imperdonable sería el preámbulo, esa introducción mediante la cual impongo a mi lector o radioyente de a quién voy a entrevistar, de quién es esa persona y qué de interesante podrá decirme que también le interesará a quien la escuche o lea.

En todas las entrevistas se requiere una especie de colofón: el cierre. Eso no se puede predeterminar, hay que esperar al final. Unas veces le toca al entrevistador, lo que con frecuencia se ha convertido en algo manido y reiterativo. ¡Hay que saber cerrar y nunca hacerlo de igual manera! Ahí entran en juego las “técnicas del cierre”.

Hay veces que sin proponérselo, es el mismo entrevistado quien pone el punto final. Son los casos cuando el entrevistador debe tener bien aguzado el olfato para darse cuenta de que el cierre está ahí, que no hace falta una palabra más. La entrevista llegó a su clímax, y terminó.

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