Carta a Julio Batista Delgado

Escribir sobre una persona cercana sin caer en chovinismo siempre es complicado, mucho más si se trata de un abuelo. Cuando una persona cualquiera habla de su abuelo los criterios son previsibles, y yo no soy la excepción.

Por eso resulta más creíble hablar del Julio trabajador, el que sale temprano de la casa y pasa todo el día por los pasillos de esta emisora. El que solo deja de grabar cuando no hay más remedio. Porque ese es el que todos los presentes conocen, incluso, mejor que yo.

Me han pedido que hable de mi abuelo. Casi todos me han preguntado si su trabajo motivó que escogiera mi profesión, la respuesta es evidente ¿no?

Desde niño vi su empeño, su seriedad en el trabajo, las horas frente a la máquina de escribir o leyendo los interminables libros de historia, o ante las cartas que inundaban el escritorio. Vi su compromiso con lo que creía, y eso es algo que merece respeto.

Si a alguien debo mucho en mi trabajo es AL VIEJO. Gracias a él aprendí a decir las cosas con las palabras precisas, sin adornarlas, para que no sea posible tergiversarlas. Gracias a él aprendí que el silencio puede ser la más respetuosa cuartilla o la más ignominiosa retirada. Que en el periodismo no hay espacio para los cobardes, aunque muchas veces nos parezca, que en esta profesión como en la vida, son necesarias tres cosas: cabeza, corazón y… Me han pedido que hable de mi abuelo. Pero realmente soy bastante previsible en mis opiniones, por eso voy a ser breve, por eso prefiero decir simplemente: ¡Gracias Viejo!

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