Crimen de Barbados: Los culpables andan sueltos

Han pasado treinta y cuatro años de aquella pesadilla, pero no así el reclamo de Cuba, en representación de la humanidad, para que se haga justicia contra los terroristas que campean por su respeto, impunemente, por las calles de Estados Unidos. Un delito evidente, más que crimen político asesinato premeditado y alevoso, como muestra de odio brutal.

La impotencia ante todo un pueblo que apoya firme a su Revolución es el único móvil que ha llevado al grupo de terroristas encabezados por Luis Posada Carriles, Orlando Bosch y sus testaferros de la mafia cubano-americana a perpetrar hechos de sangre como muchos atentados contra sedes diplomáticas cubanas y  centenares de intentos de asesinato contra el líder máximo de la Revolución Cubana.

Si no lo hubiéramos vivido, la impunidad de los criminales parecería cosa de ficción. Más aún porque residen en un país que se autoproclama gran cuna de la democracia, paladín de la libertad y defensor de los derechos humanos. ¿Cómo es posible que allí, o en cualquier parte, delincuentes de semejante catadura puedan estar a sus anchas?

¿Por qué los asesinos del avión de Barbados no son devueltos a Venezuela, lugar desde donde se ejecutó tan salvaje crimen, y de cuyas cárceles se escaparon para continuar sus acciones terroristas contra Cuba? Obviamente, existen muy serios compromisos y los ejecutantes del sabotaje conocen mucha información. Entregarlos, como corresponde, a los tribunales venezolanos, provocaría que en su ira destaparan informaciones en la que estarían implicadas personas que todavía viven. Ni siquiera la actual administración del poderoso vecino del Norte tiene potestad para procesarlos por terrorismo; de hacerlo pudiera costarle muy caro; existe una fuerza por encima de él que se lo impide, y de atreverse quedaría expuesto a un suceso parecido al igualmente repudiable magnicidio de Dallas en 1962, donde varios de los asesinos de Barbados también estuvieron implicados.

Si el crimen en sí mismo se les fue de las manos a los autores intelectuales de planes contra Cuba, aunque lo dudamos, algún día lo sabremos. A los asesinos se les dio luz verde para hacer lo que les viniera en gana a sus mentes perversas. Es sabido que esos asesinos materiales lo realizaron por actuar con absoluta impunidad. ¿Tendremos que esperar 60 años para escuchar una “disculpa”? ¿Habrá de repetirse, tras ese tiempo, algo parecido al “perdón” que se pide al pueblo y gobierno de Guatemala por las pruebas contra ciudadanos de ese país por inocularles virus de sífilis para probar la efectividad de la penicilina?

En aquel tiempo no se conoció en detalles tan humillante violación a los derechos humanos de personas tomadas como conejillos de indias para experimentos de laboratorio. En el caso del crimen de Barbados sí se supo, desde el primer momento, quienes fueron los implicados.

A más de tres décadas de aquella ignominiosa fechoría, acuden a mi memoria recuerdos en el orden personal. Además de haber presenciado y ser uno de los millones de compatriotas que formamos largas filas para firmar la condolencia y condena ante el crimen, recuerdo que una de las víctimas fue un compañero de estudios. Eusebio Sánchez, quien compartió conmigo pupitres en la Escuela Secundaria Básica “5 de Septiembre” frente al parque “José Martí” en Cienfuegos.

Eusebito, como le llamábamos sus compañeros, siempre fue un muchacho aplicado, le gustaba mucho aprender. Su entusiasmo lo inclinaba a la práctica de deportes y formó parte de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), luego Brigada Estudiantil José Antonio Echeverría (BEJAE), hasta que finalmente quedara constituida la FEEM, Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media. Él fue uno de los dirigentes a nivel de escuela de aquella organización estudiantil. Me acuerdo de nuestras conversaciones, la participación en clases, los chistes y las risas propias de esa hermosa etapa de la vida.

Cuando vi su foto entre las víctimas, eso sí que no lo puedo describir; prefiero callar, pues las palabras, por muy bien redactadas que estén, jamás podrían expresar lo más profundo del alma. Sólo puedo decir que desde entonces y para siempre, Eusebio se unió a aquel grupo de personas inocentes asesinadas, para juntos convertirse en símbolos de la Patria, de cuánto han tenido que padecer Cuba y gran parte de la humanidad por culpa del terrorismo.

Transcurrieron ya treinta y cuatro años. El dolor de sus familiares jamás acabará. El dolor de la Patria tampoco, lo mismo que el reclamo permanente ante crímenes semejantes que se mantienen impunes. Hoy sigue imponiéndose el mismo reclamo: Exigimos ¡Justicia!

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