Ignacio Agramonte: a la distancia de 140 años aún cabalga por Cuba libre

Reseñar en unas pocas líneas la trascendencia de la vida y el accionar de Ignacio Agramonte y Loynaz resulta difícil por su amplio quehacer, aún cuando con tan solo 32 años cayó en combate el once de mayo de 1873, en el Potrero de Jimaguayú; sin dudas un duro golpe para el Ejército Libertador y para la Revolución de 1868.

Ante nosotros se revela un hombre que no le temió a nada ni a nadie, y puso su inteligencia en función de organizar un ejército temible por los estragos que causaba en las filas enemigas.

Varias han sido las reseñas sobre tal desempeño. Mas la de Enrique Collazo, coronel del Ejército Libertador, es quizás una de las más elocuentes:

«El trabajo que tenía que emprender era inmenso, y solo un hombre dotado de espacialísimas condiciones podría llevarlo a cabo: por fortuna el que debía hacerlo era Agramonte. Empezó la transformación por sí mismo: al joven de carácter violento y apasionado, lo sustituyó el general severo, justo, cuidadoso y amante de su tropa; moralizó con la palabra y con la práctica, convirtiéndose en maestro y modelo de sus subordinados, empezando a formar, en la desgracia y el peligro, la base de un ejército disciplinado y entusiasta».

Cada once de mayo deviene para los cubanos un día de recuentos y tributos. A la luz de 140 años después, ese homenaje sigue vignete en cada rincón de esta comarca que le vio enamorarse, defender a los humildes y empuñar las armas por Cuba libre. De Agramonte todo es nuestro, y en los nuevos combates está vivido su ejemplo.

Trasciende Agramonte, además, por su ejemplo de esposo amantísimo, que supo entregarse a Cuba y también a su Amalia del alma, la mujer a la cual no renunció y de la que obtuvo comprensión y respaldo en sus luchas revolucionarias. Un amor forjado en la primera juventud, que solo tuvo en la muerte el punto de distanciamiento físico, porque en el corazón de Amalia, Ignacio vivió por siempre…

«Idolatrada esposa mía: Mi pensamiento más constante en medio de tantos afanes es el de tu amor y el de mis hijos. Pensando en ti, bien mío, paso mis horas mejores, y toda mi dicha futura la cifro en volver a tu lado después de libre Cuba.) ¡Cuántos sueños de amor y de ventura, Amalia mía! Los únicos días felices de mi vida pasaron rápidamente a tu lado embriagado de tus miradas y tus sonrisas. Hoy no te veo, no te escucho, y sufro con esta ausencia que el deber me impone.
Por eso vivo en lo porvenir y cuento con afán las horas presentes que no pasan con tanta velocidad como yo quisiera…»

De Agramonte escribió Martí:

«Pero jamás fue tan grande ni aún cuando profanaron su cadáver sus enemigos, como cuando al oír la censura que hacían al gobierno lento sus oficiales, deseosos de verlo rey por el poder como lo era por la virtud, se puso de pie, alarmado y soberbio, con estatura que no se le había visto hasta entonces, y dijo estas palabras: ¡Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República»

Cada día, desde su ejemplo vivo, palpable y concreto, Agramonte nos llama al combate por la preservación de la independencia que él contribuyó a conquistar desde la manigua redentora. Hay muchísimas razones para tenerlo cerca y hacernos acompañar de su impronta…

Han transcurrido 140 años de la presencia eterna de Ignacio Agramonte y Loynaz; aquel joven que se hizo abogado, pero no quedó sereno en el bufete, sino que puso ímpetu en función de la Patria herida.

No hizo juramento ni pacto alguno que no fuera con Cuba, esa que fue su amada siempre; tanto como la propia Amalia.

El Camagüey conoció de sus hazañas, las mismas que hicieron temblar al enemigo español, un enemigo que hasta muerto le temió y decidió incinerar su cadáver como si de ese modo fueran a borrarlo para siempre. ¡Craso error!

Es que los hombres de la estirpe de Agramonte viven eternamente en el honor de su pueblo.

En Revolución y Socialismo vive la Cuba de hoy, porque entre los muchos hijos valiosos que han hecho aportes inestimables a su devenir está, sin dudas, El Mayor.

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