La naturaleza pide al hombre una solución

Y no es que el desarrollo deba negarse -eso sería como negar al propio hombre-, pero lo que sí no debe ser ni remotamente aceptable es la destrucción en nombre de ese progreso. No siempre el fin justifica los medios.

No obstante, por años, el hombre se ha valido de esa sentencia maquiavélica para justificar cualquier proceder, por absurdo e inadmisible que pueda ser.

Así, Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima una bomba atómica allá por el 1948, como colofón de la Segunda Guerra Mundial, que además de las fatales consecuencias humanas –entiéndase la muerte de miles de personas-, acabó con el ecosistema de la región, a sabiendas la principal fuente de sustento de la especie humana.

Sépase que los daños ocasionados al medio ambiente por las guerras dejan sus huellas en los ecosistemas y los recursos naturales, mucho después de terminado el conflicto, extendiéndose a menudo más allá de los territorios nacionales y de una generación.

En Viet Nam, por ejemplo, durante el enfrentamiento interno entre los del Norte y el Sur, Estados Unidos -otra vez sale a relucir-, utilizó potentes herbicidas para destruir la selva donde se refugiaba el ejército del Sur, lo cual provocó la destrucción del 20 por ciento de los bosques. Fue también allí donde los norteamericanos experimentaron su agente naranja, que dejó como secuela una contaminación masiva de las aguas y los cultivos agrícolas.

Ahora la naturaleza le está cobrando al hombre todo el daño ocasionado. Ahí están los constantes desastres naturales de los últimos tiempos: activas temporadas ciclónicas, terremotos, deslizamientos de tierra, lluvias intensas, aumento del nivel del mar, olas de frío y calor… Nada, que la naturaleza pide a gritos una solución.

Pese a ello, aún algunos gobiernos de la ultraderecha, se niegan a la firma de convenios, o protocolos internacionales para disminuir los niveles de explotación del medio ambiente y apostar por un desarrollo sostenible.

Justamente el pasado seis de noviembre, el mundo celebró una vez más el Día Internacional para la prevención de la explotación del Medio Ambiente en la guerra y los conflictos armados, que tiene como propósito esencial concientizar a la población en la necesidad impostergable de proteger la naturaleza de las ideas beligerantes de algunas administraciones.

Sin embargo, muy poco se ha logrado al respecto. De hecho, los conflictos armados en lugar de disiparse, crecen; y con ellos, los terribles efectos sobre el medio ambiente y por consiguiente para la supervivencia de la especie humana.

Hasta el cine han llegado las más temibles imágenes -algunas reales, otras creadas, pero que no dejan de ser probables- de la destrucción del mundo ante algún desastre natural. El filme 2012, basado en la leyenda maya de que en esa fecha acaba la vida en la tierra, dio bastante de qué hablar entre la gente de todas partes, y si bien era ese un largometraje de ficción, no fueron pocos los que quedaron impactados ante la posibilidad de un suceso así, y asociaron el fin del mundo con los catástrofes que han venido acaeciendo hace un tiempo atrás.

Más allá de cualquier similitud con la realidad, o de algún supuesto o previsión religiosa, lo cierto es que el mundo va rumbo a su fin si continúan la explotación excesiva, el despilfarro de recursos, la sobreutilización de reservas naturales… y otras tantas acciones negativas sobre el medio ambiente.

Los hombres se deben a la naturaleza, porque de ella nacimos, y protegerla es una manera de agradecer la vida y asegurarse el futuro.

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