La radio como espectáculo

Me parece que si acudimos a la historia de la Radio y a sus orígenes, podemos concluir que este medio, supuestamente amenazado y urgido a echar una carrera si no quiere desaparecer, fue en sus orígenes el más interactivo y popular por excelencia. De relativo bajo costo, la Radio se estrenó como una interactividad en sí misma. Si la deja perder… eso es harina de otro costal.

En Cuba hace nada menos que 88 años, en agosto de 1922, la pequeña planta Q2LC de Luis Casas Romero entró en vivo de lleno en el espacio sonoro con un toque de corneta que hizo sonar el eminente músico, compositor y padre de nuestra Radio. Por si pareciera poco, según narra Oscar Luis López en su libro La Radio en Cuba, se captó por el micrófono el ¡cañonazo de las 9! Dos meses más tarde, el 10 de octubre, la orquesta dirigida por el propio Luis Casas Romero entonó las notas del Himno Nacional; luego de la alocución proanexionista del entonces Presidente de la República Alfredo Zayas Alfonso, el profesor Joaquín Molina – en vivo y directo – ejecutó un solo de violín acompañado al piano por Matilde González de Molina. Después entró la impar Rita Montaner y más tarde el tenor Mariano Meléndez. Aquella primada transmisión radial no contó con tocadiscos ni magnetófonos, y mucho menos, ¡ni imaginarlo!, una computadora con 1000 Gigas de capacidad en su disco duro para almacenar cuanta música se quisiera. Esos vocablos tecnológicos, simplemente, no existían.

Los primeros tiempos de la Radio, a escala mundial, fueron caracterizados por programas en vivo, incluso los dramatizados. Y… ¿lo de espectáculo, dónde quedó? En la recién nacida radio proliferó el estudio-teatro, verdadera cantera de animadores, intérpretes, ejecutantes musicales y artistas del escenario.

Hasta entrada la década de los 60s había en casi todas nuestras emisoras – hasta en las más pequeñas y aparentemente insignificantes – un estudio-teatro. Esa pequeña sala con capacidad para un público limitado, fue muchas veces epicentro cultural de ciudades, pueblos y de todo el país, fue el hervor de gran parte del quehacer artístico. ¿Quién no se acuerda de los guateques campesinos en vivo? Toda una fiesta de la cubanía que con la presencia pública acrecentaba el proceso interactivo que desde siempre ha tenido la Radio, hoy limitado a cartas y llamadas (generalmente repetitivos) y algún que otro mensaje por correo electrónico. ¿Es esa la única interactividad a la que se puede aspirar sin prescindir de la Internet?

Recuerdo de aquellos tiempos los espacios competitivos para buscar intérpretes. Radio Tiempo en Cienfuegos, en los primeros años del triunfo de la Revolución, tuvo Trinchera Juvenil, espacio de la Asociación de Jóvenes Rebeldes totalmente en vivo, con público en su estudio-teatro. El sueño de mucha gente que viajaba del interior a La Habana se resumía por décadas desde los años 40s a ver el Capitolio, tomarse una foto sentados en un banco del Parque de la Fraternidad, asistir a los bufos en el Teatro Martí y presenciar uno de los programas de radio de moda  por entonces. Ir a ver Fiesta a las Nueve con Tota y Pepe, y tiempo después Alegrías de Sobremesa, para disfrutar con la orquesta Aragón y otras agrupaciones en vivo, era de por sí tremendo gusto.

Y… ¿A qué se le llama programa EN VIVO? ¿Son acaso meramente esos cuando el locutor está sentado en tiempo real en la cabina, pone música grabada y hace una pregunta de participación? En todo caso pudiéramos llamarles semi-en vivo, porque la música se mantiene enlatada y solamente el locutor, el director-realizador y el operador del control maestro están allí.

Un programa de Radio EN VIVO requiere ser, ante todo, un espectáculo que sobrepase las fronteras de la onda radiofónica, que sea presencia directa de todos los factores que lo integran, incluyendo a los radioyentes que son la otra mitad del programa, tal vez la más importante porque como destinatarios constituyen razón y sentido de la existencia de cada programa. La vitalidad de un espacio radiofónico se concibe por la presencia de los radioyentes, quienes se sienten y son parte del espacio, una especie de protagonistas no tan pasivos como se pudiera creer.

No se trata tampoco de llevar continuamente al locutor y al director del programa a cualquier lugar – centro de trabajo, vía pública –a poner música grabada. Eso puede ser siempre y cuando lo que se hace tenga una razón de ser y el protagonismo lo encarnen otros, sean los invitados, personas a quienes se les reconoce su trabajo o alguien que diga algo de interés para la comunidad. Esa es la razón de ser de esa clase de espacios. De no ser así, cuando el espectáculo es verles el rostro a locutores y personal de la radio, no pasa de ser un gasto innecesario de recursos.

Considero que la Radio es un medio interactivo por excelencia, y lo sería más en la medida que muchos de sus programas sean también un espectáculo que provea al auditorio de nuevos conocimientos, información novedosa, esparcimiento y sanas emociones. Una radio que pueda “verse” con los oídos y con la vista, al tiempo que integre a la radioaudiencia en un accionar constante como parte del colectivo que la hace posible.

Ir a nuestros orígenes y reacomodarlos a la contemporaneidad. Una Radio así, que viva y palpite, no pasará jamás.

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