La virtud en los estatutos martianos

Recuerdo algunas frases comunes y edificadas, del mito a la realidad, que también sirvieron de herramientas interactivas como premisas: «La apariencia física atrae. La educación atrapa. La sabiduría enamora. La bondad e inteligencia conquistan».

Sucede en tiempos de crisis económicas, según las fuentes estudiadas, que en algunos casos, lo moral, lo espiritual, lo auténticamente admirable en valores, sufre fisuras; a veces, tan profundas que ceden terreno a los antivalores; esos maléficos efectos de la sociedad acentuados en su más contemporánea tendencia hacia la globalización de los procesos políticos, ideológicos, socioeconómicos, culturales y científicos.

Compartimos nuestra galaxia con un denominado Primer Mundo y sus pretensiones de signar pautas, esbozar modelos pragmáticos, utilitarios y tecnológicos, en proverbiales signos de depreciación de los valores humanos.

Desde el siglo XIX José Martí advertía los nocivos males sociales del mundo con sus calles repletas de maldad.

Egoísmo, individualismo, ostentación, vanidad, superficialidades, podrían ser algunos de los rasgos que dibujan el perfil de los antivalores universales, desde el XIX al XXI y hoy, Cuba no es la excepción, aún cuando esos perfiles son diametralmente opuestos al proyecto social, con fecha de natalidad de 1ro. de enero de 1959.

El paradigma martiano de la utilidad de la virtud, se nos hace imprescindible en la formación desde el alumbramiento de un ser humano ético y socialmente comprometido.

El concepto y esencia de nuestro José Martí sobre la virtud, son los estatutos del individuo en género de bondad de vida, disposición del alma apegada a la ley moral, acción virtuosa en la socialización del conocimiento, en el recto modo de proceder, en la disciplina individual y colectiva, en la cultura medioambiental.

Es la virtud de ser educados, corteses, amables, respetuosos. Es la distinción de poseer conductas virtuosas, dicho en frase común, es la virtud moral de ser buenas personas y hacer el bien al prójimo.

Martí sentenció en el siglo XIX: «La educación comienza en la cuna y termina en la tumba.» La UNESCO, en el siglo XXI, complementa el precepto martiano al reconocer como eje de futuro, la educación a lo largo de toda la vida y proyecta sus pedestales: «Aprender a vivir, aprender a conocer, aprender a hacer y aprender a ser.»

Nuestro Apóstol en La Edad de Oro (1889) demuestra: «El ser bueno da gusto, y lo hace a uno fuerte y feliz» y en el Ismaelillo, ratifica su fe en el hombre y presenta su credo en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud.

Y, no piense usted, respetable lector, lectora, que dejaré inéditos en esta ocasión, los resultados cualitativos de aquella encuesta semiestandarizada, en sanas pretensiones de acercarme a un tímido modelo de virtud en belleza humana, reitero.

¿Las respuestas?… Todas coincidentes al ponderar la educación cívica, la inteligencia y la bondad, como las más relucientes y atractivas dádivas y virtudes humanas: hombres y mujeres virtuosos (as) para respetar, para amar, para adorar.

Si me lo permiten antes del cierre. Olvidé decir al inicio que preparaba entonces un radiodocumental para un 14 de febrero; ese día inventado festejar el más vital sentimiento imprescindible, digno de evocación y jolgorio en cada jornada de todos los calendarios solares, lunares, occidentales, orientales, en fin… ¡el amor! Es también virtuoso el talento de saber amar y ser amado (a)

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