Alegrías de sobremesa, ¿lamento o celebración?

Desde su salida al aire con el formato que mantuvo por décadas –en verdad con ese mismo nombre comenzó su andadura en 1963 pero no fue hasta el 15 de abril de 1965 que cuajó como lo conocimos–, Alberto Luberta fue el alma del programa.

Escribir una estampa seis veces a la semana, año tras año, y mantener el interés de la audiencia constituyó una proeza en la historia de la radio cubana.

Luberta se metió bajo la piel del cubano promedio para resaltar virtudes y criticar defectos, de manera chispeante y a la vez ponderada. Recicló el costumbrismo y llenó una época.

Diseñó personajes memorables, desde la pareja anfitriona inicial, Rita y Paco, hasta sucesivas incorporaciones. Se las arregló para sobrevivir en medio de pérdidas inevitables. Paco (Idalberto Delgado) se fue primero y quedó Rita (Marta Jiménez Oropesa) por muchísimos años, viendo pasar a unos y otros.

Tengo memoria suficiente como para evocar a Agustín Campos con su quisquillo Perfecto Carrasquillo; el encargado Rufino sazonado por José Antonio Rivero con algún ingrediente extraído del inefable Leopoldo Fernández; la Cándida de Eloísa Álvarez Guedes; el Alejito de Wilfredo Fernández; y las fulgurantes irrupciones de Enrique Arredondo y Carlos Moctezuma, probadísimos en las tablas vernáculas.

Admiramos los aportes de Edwin Fernández, Reinaldo Miravalles, Julio Martínez, Darío Proenza, Dulce María Velasco, Humberto García Espinosa, Juan Carlos Romero, el imitador Herrerita y el más joven Hilario Peña. Y recuerdo particularmente al olvidado Pipo de Armas, quien revivió la huella del Viejito Bringuier. Luego estaban esas mujeres que uno intuía con el rostro más amable, Aidita Isalbe, Maggie Castro, Marta Velasco y Diana Rosa Suárez.

Imbatibles, e imagino desolados, deben estar Mario Limonta y Aurora Basnuevo, Sandalio y Estelvina, cuya impronta ganó en autonomía. Para ellos Alegrías… fue una misión de vida, pero sabemos que sus talentos están listos para seguir volando por sí mismo, como lo han hecho en otros ámbitos.

En total, Luberta creó unos 70 personajes, pero ya en los últimos tiempos era difícil contar con estabilidad en el elenco, salvo unos pocos casos. El escritor, justamente laureado con el Premio Nacional de Humorismo y el de la Radio, quiso descansar y dejó el programa en manos que no pudieron ni supieron responder a su legado. Volvió a la carga y entre sus planes estaba pasar el batón a jóvenes guionistas, con la complicidad de los directivos del Centro Promotor del Humor.

No pudo ser. La muerte cercó a Luberta, quien se despidió en enero pasado. Cumplió y su contribución se tendrá como una referencia permanente. Como lo son, en el campo de la televisión, Detrás de la fachada, Casos y cosas de casa y San Nicolás del Peladero. Como lo está siendo ya Vivir del cuento.

Nos hemos detenido en el ejercicio humorístico-costumbrista del programa, pero Alegrías… fue más que eso. La voz de Eduardo Rosillo, con sabor a tarima de pueblo chico, abría la puerta del espacio radial y presentaba la música y el elenco del juguete cómico. Cuántas orquestas cimentaron su fama popular en Alegrías… La Aragón, claro está, le dio un sello característico; más bien resultó el pilar musical imprescindible, pero luego otras agrupaciones, muchas de ellas llegadas de sitios distantes de la capital, adquirieron allí dimensión nacional.

Un poeta escribió un verso inquietante y severo: Todo lo que tiene fin es breve. Los 52 años de Alegrías… se fueron como si nada. No hay razones para lamentar cuando se ha hecho tanto o más de lo que se esperaba. Celebremos entonces el largo ciclo de vida de Alegrías de sobremesa.

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