La introducción filosófica está dirigida a llamar la atención de los creadores de productos comunicacionales porque en la medida que se sepa el comportamiento de los seres humanos, sus gustos, éxitos, fortalezas o errores, en esa medida se podrá realizar la sintonía entre los emisores y receptores; comprender la llamada dramaturgia en los programas como aquel movimiento vibratorio resultante del estudio de la naturaleza circundante.
Siempre hemos defendido a la radio como un fenómeno alegre, luminoso, cargado de energías capaces de transformar al ejecutante como al expectante bajo la égida de complementarse uno y el otro. Si conocemos que todo vibra en el universo, que lo positivo que se siembre desde una mente podrá recogerse al instante o más adelante con idénticos matices, no cabe dudas, es la positividad creativa la carta de triunfo.
Los filósofos conocen que los estados de ánimo vibran y lanzan al espacio esas vibraciones en sonidos y en colores. Porque todos los estados mentales se lanzan al exterior del cuerpo que los crea y van golpeando cuerpos afines como hacen los instrumentos musicales, y estas vibraciones “afectan” en bien a quien las recibe. La radio es un reservorio de energías positivas porque hasta las llamadas “malas noticias” sabe como trasmitirlas.