En ese momento descrito en el párrafo anterior también aparecen los defensores de la simplificación o de la complejidad sin que medie un estudio para la comprobación de lo que se requiere y necesita o espera el público de dicho producto comunicativo.
Esa manera puede contaminar el ambiente creativo y ser recurrente en otros espacios, desmovilizar la iniciativa, la búsqueda, el esfuerzo por presentar aspectos novedosos, la planificación se hace rutinaria.
De pronto una investigación te informa sobre espacios con índices de audiencia altos o aceptables se reducen más allá de lo imaginable y seguramente no faltará quienes pongan en duda la credibilidad del estudio o exponen que el instrumento empleado no estaba bien conformado.
Busquemos en cada emisora y encontrará al menos un espacio que está enfermo o en estado crítico, imposible de aplicar un tratamiento que le devuelva la salud que exhibió en un momento determinado. Si es verdad que algunos nacen enfermos otros se enferman por falta de atención, cuidado y tratamiento sistemático adecuado.
¿Qué hacer? Lo primero es velar porque los instrumentos de controles de la calidad sean efectivos, y mantener un ordenado encuentro con el colectivo para comprobar que los pasos de la rutina productiva no sean formales; buscar mecanismos para que el equipo creativo sienta que el éxito les pertenece a todos en la medida de su participación y exigir responsabilidad individual cuando se comenten errores.
El oxígeno a la comunicación es similar al que se le propina a las plantas, a la vida misma, cuando falta, enferma, se pierde la perspectiva, entonces no hay puntos de vistas claros y los objetivos son letra muerta de una ficha.
Los públicos cambian como consecuencia de los cambios de generaciones o mejor, cuando las nuevas generaciones se van incorporando, cambian las tradiciones y los hábitos. Nada es estático, todo es cambiante y la comunicación también lo es, porque es enriquecida por la sabiduría social.
El público de hace 20 años tenía códigos y valores basados en las normas que regulaban el pensamiento de esa época, el de hoy fue aprendiendo de aquellos e incorporaron los actuales y de esa fusión se exhiben otros, que son consecuencia de la idiosincrasia y la identidad nacional e impulsados por corrientes que la comunicación se encarga de hacer llegar desde lugares insospechados.
Cuando a los programas les sean incorporados o no la actualización de cambios, ello incidirá en el tiempo de su vida útil, su recurrencia en el público o la desconexión de la comunicación y su entorno.
Pulsar al público sistemáticamente para conocer que percibe del programa, recoger e incorporar las ausencias necesarias será un acto legítimo de entrenamiento sistémico, de capacitación profesional, que se revierte en productos comunicativos de mayor impacto.
No dejar espacio a que los medios informales se apropien de la divisa del medio de comunicación. Este ejercicio no es sólo para directivos y especialistas, es para todos los que trabajan en el medio, independientemente del nivel que ocupen en la institución.
Por otra parte hay que saber la distancia existente entre el pensamiento de los encargados de producir los programas y los receptores de sus resultados y hacerlo saber al colectivo creativo, y además, de alguna manera incorporar en ese proceso a los oyentes.
Hemos de andar con el tiempo y saber diferenciar cambios y percibir que lo bueno para una época puede no funcionar en otra, de ahí la búsqueda constante que exige la comunicación radial. La sociedad cambia, el entorno sonoro cambia, el discurso radiofónico cambia o te lo cambian los oyentes.
Las nuevas tecnologías apresuran transformaciones en la comunicación. Igualmente apresuran los cambios sociales y culturales y los medios tienen que ponerse a tono en la media o su empleo será reducido y sustituido por otro que ofrezca lo que los públicos están reclamando como prioridades.
La radio ha mostrado gran capacidad de adaptación pero eso sólo no puede ser un indicador, hay que emplear los avances de las ciencias sociales para hurgar en ellas y seleccionar lo más avanzado y apropiado para su utilización en la comunicación.
Con tristeza se observa a los creadores en la trampa de la banalidad buscando impacto y conectarse con los oyentes, pero lo llamativo de todo eso es que son corrientes pasajeras que no sedimentan ningún valor cultural como pueden ser aquellas creencias en los presentimientos que ayuden a satisfacer emociones conformistas y evasivas.
Asimismo a estos programas se acude no como un oyente racional, crítico sino como un fanático enfermizo que en nada ayuda a sustentar valores y sentimientos solidarios, por el contrario, en muchas ocasiones se excluyen bajo el pretexto de la discriminación, subestimación y la diferencia.
Los concursos y las adivinanzas, son recursos que se convirtieron en rutina superficial que nada aporta al conocimiento humano, son usados para justificar el entretenimiento, y la diversión.
Cuando alguien sentencia que su objetivo es hacer crecer personal y espiritualmente a los oyentes, se debe entender que está relacionado con el conocimiento humano acumulado y para muchos desconocido, no como un fetichismo sino como resultado de las investigaciones científicas traducidas al habla popular de manera que logren enriquecer el acervo cultural de las personas.