Radio y actualidad

Como medio de difusión y canal tecnológico venció la prueba del tiempo a pesar de otras invenciones seductoras. La respuesta a ello es el sostenimiento de una funcionalidad y sentido de ser: es un medio accesible; relativamente económico a la hora de generar sus productos; de largo alcance e inmediata. Con pocos recursos se hace radio y se puede acceder a una geografía lejana.

La televisión y la Internet también lo han conseguido a un mayor costo económico para quienes elaboran sus productos comunicativos y, más aún, para los públicos. Lamentablemente no todas las personas, independientemente del nivel de desarrollo local o regional, poseen computadoras o recursos para costearse el acceso doméstico a Internet. En cambio el ser humano más humilde, apartado e incluso marginado, puede tener un receptor de radio.

De otro lado somos testigos de la extinción de buena parte de las emisiones internacionales de onda corta, reducidas muchas veces por recortes económicos y otras por cálculos políticos – tengamos presente que la radio ha sido muchas veces un medio de penetración política y dominación económica por parte de países con mayor desarrollo – basados en intereses muy puntuales. Si en un «antes» se le aprovechó por potencias imperiales, hoy la dejan de lado por considerarla inapropiada para ciertos propósitos. De esa radio capaz de proyectarse desde un país hacia puntos distantes, hay también ejemplos como impulsoras de una cultura del conocimiento y solidaridad.

La radio dirigida al exterior se sustenta en el trabajo de traductores, departamentos por áreas geográficas lo que implica un costo más elevado que las radios comunitarias, locales y nacionales. Es cierto que la onda corta se halla en franca desventaja frente a los sonidos digitales de la frecuencia modulada; resulta alentador, en cambio, que mundialmente se trabaje en pro de una radio digital de largo alcance capaz de suplir la onda corta, proporcionando un sonido de mejor calidad.

Al atender otro aspecto de la realidad, la radio enfrenta nuevos retos a partir de un mayor compromiso con su época, con todo cuanto difunde y cómo es capaz de hacerlo. No se debe perder la perspectiva de que una emisora de radio es una institución espejo de los valores de sus lugares de origen; por tanto debe manifestarse como expresión objetiva de su realidad social. Jamás debe de supeditarse lo comunitario, local, nacional y regional en aras de una supuesta universalidad que, lejos de serlo, relega lo mejor del patrimonio sonoro.

La radio tiene frente a sí ese y muchos desafíos. El primero radica en manifestarse como un medio de su tiempo a la par que consolida, amplía y fortalece sus vínculos con su público para que éste asuma una verdadera condición de coprotagonista.

Confío en que la lectura sirva a los propósitos de quienes aman y reconocen la vigencia del discurso radial, sus posibilidades y límites. La radio de nuestro tiempo heredó un quehacer meritorio al cual dio continuidad y aportes novedosos. Ello no significa que debamos abogar por una radio viejo «al estilo» viejo; para lo cual no basta con cambiar el discurso y hablar de cosas nuevas. Hace falta reconocer que muchos formatos y géneros requieren ser modificados unos, y desechados otros.  La radio sobrevive, pero debe adaptarse a nuevas realidades.

No olvidemos que la radio, como todo, cumple una misión en cada etapa. En la radio capitalista y en su fase monopolista predominó una programación que hoy pudiéramos denominar «kitsch»; su época posibilitó una radio dramatiza lacrimógena y en ocasiones simplista que, por el conocimiento de la audiencia posibilitó a muchos anunciantes posicionarse en el mercado.

Los tiempos ya son diferentes y no es el mismo público, cuya cultura general merece productos radiales que siendo atractivos resulten cualitativamente superiores – no digo mejores – simplemente en correspondencia con la realidad actual, en este mundo de los reproductores de audio portátiles, la Internet y la televisión digital.

El sostenimiento de géneros y productos pasados de moda es, además de un anacronismo, una carga demasiado pesada para una radio que necesita invertir sus presupuestos de la mejor manera. Imitar a la radio de ayer al pie de la letra – fuere en forma o en contenido – será la mejor manera de traicionarla.

Otra necesidad de la radio actual es contar con una crítica especializada; la televisión y el cine la tienen, no así la radio, al menos de modo palpable que se haga sentir. Por lo general son las propias radioemisoras las encargadas de enfocar su quehacer autocríticamente. Aunque valga reconocer el mérito, esa clase de crítica desde adentro no basta.

La mayoría de las veces adolece de objetividad por fundamentarse en sus propios criterios y en el gusto o aceptación parcial de la radioaudiencia; es decir, los que escriben, llaman por teléfono, responden las frías preguntas de una encuesta, o de algún modo participan, principalmente en programas dedicados a saludar y complacer peticiones musicales, sin dejar de contar con las simpatías o apatías personales.

En resumen, su padecimiento – quiérase o no – sería la carencia de objetividad. La crítica saludable debe llegar desde afuera, realizada por un personal especializado sin que por ello se desestimen las sugerencias del público. Hay que no confundir gusto con calidad, que ojalá sí coincidan.

Prefiero que lo expresado aquí provoque opiniones encontradas que conduzcan a un debate sincero en lugar de indiferencia. De ser así, ya es ganancia.

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