Para la Profesora Visible

La radio ofrece recompensas a los que la oyen y a los que la hacen. Gracias a este medio conocí a dos personas especiales: Esther y Cuca. Con ellas integré en varias oportunidades el jurado de música especializada del Festival Nacional de la Radio, algo que le agradezco a Josefa Bracero.

Además de escuchar y analizar programas de música clásica (¿o de concierto?) infantil, latinoamericana y nueva trova, durante las sesiones del jurado se producían pausas para conversar sobre los más diversos temas. Podía ser que Esther hablara de los nietos, de su afición a la Mesa Redonda de la Televisión Cubana o de las glorias y dificultades de Álbum de Cuba, que ella presentó hasta 1986 ( Cuca era la asesora musical de ese espacio).

Tanto se identificó Esther con este programa que, en una ocasión, un auto en el que viajaba se detuvo en el semáforo de 23 y 26, en el Vedado, y desde una guagua próxima una niña le gritó a su madre: -¡Mami, mira quién va ahí: Álbum de Cuba.

De la parte de Cuca los temas abarcaban desde las anécdotas de Candelaria, su pueblo natal, y los coros que ella fundó hasta su labor como la Profesora Invisible de las clases de educación musical que se difundieron por radio durante 26 años para los niños de 376 escuelas del país.

Cuca acumulaba valiosos testimonios sobre la historia del Instituto Cubano de Radio y Televisión. Ya era una figura reconocida cuando se fundó el ICRT, al que le tributó su talento y lealtad toda la vida.

En otras ocasiones, el interés de la conversación gravitaba en su hija Silvia y su esposo José María Vitier y en toda una familia de la que se sentía orgullosa.

Esther Borja y Cuca Rivero constituían una compañía excepcional en las sesiones del jurado que transcurrían cada año en hoteles de diferentes localidades de la Isla.

Ejercían el criterio con un punto de vista próximo a los jóvenes artistas de hoy. Atesoraban un vasto mundo de referencias que estaban siempre dispuestas a compartir con los demás.

Tenían un excelente sentido del humor. Sabían establecer puentes entre las diversas generaciones. Eran figuras con un enorme prestigio que escuchaban con interés los criterios que no coincidían con los suyos. Hacían gala de una inteligencia emocional «fuera de serie».

No obstante sus largas vidas, o «mucha experiencia acumulada», como gustaban decir, nunca se mostraron cansadas. Y estaban entre las primeras en subir a los ómnibus para asistir a las numerosas actividades organizadas durante los días del Festival.

Estar en aquel jurado junto a la Damisela Encantadora y la Profesora Invisible fue una experiencia de la que aprendí y disfruté.

Frente a mi curiosidad y admiración, Esther y Cuca compartieron muchos de sus recuerdos. Sentí que lo hacían con simpatía.

Hoy recuerdo a la Profesora Invisible con la nostalgia y la emoción de haber conocido a una persona que dignificó todo lo que hizo por el arte y la cultura de su país. Sus virtudes siempre fueron visibles. Gracias, Cuca.

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