Realización digital ¡chévere!, pero…

Todo quehacer humano se propone un objetivo – surge la idea, se instrumenta y es puesta en ejecución – que no por bien intencionado deja de implicar riesgos. Ahí está el “pero” de la cuestión.

Realizar digitalmente la programación radiofónica – entendamos esto como grabación y edición – da la posibilidad de observar el espectro gráfico. La visualización del sonido en este proceso permite aplicar toda la intencionalidad y dramaturgia en el lugar y momento precisos. ¡Eso es bueno! Pero… ¡ahí vuelvo!: Director y realizador nunca deben dejar de escuchar lo que hacen; no basta un gráfico sonoro aparentemente correcto.

Antiguamente, con las cintas magnetofónicas, se corría el peligro de un rebobinado con atenuador abierto, pero era harto difícil equivocarse de música porque había que “oírla” forzosamente en tiempo real. Cierto que eso implicaba más tiempo de permanencia en el estudio, pero también identificaba mejor a los que manufacturaban el espacio con su producto.

Una preocupación extremadamente seria en esta materia se relaciona con la memoria auditiva. Un programa en tiempo real, digamos, de una hora al aire, nunca consumía menos de hora y media en su proceso de montaje. Hoy puede hacerse todo eso, si se quiere, en escasos veinte minutos. La posibilidad del “copia y pega” humaniza el trabajo al tiempo que exige para su calidad que los realizadores estén seguros de cuanto hacen.
Eso parece obvio, pero… ¿siempre ocurre de esa manera? ¿Acaso la prisa no puede lastimar un producto final donde haya tanto ingenio integrado? Los procesos de “copia y pega” mecánicos son una amenaza contra la memoria auditiva – principalmente en materia musical – porque la ausencia del tiempo real, a no ser los espacios “en vivo”, priva a directores y realizadores de la escucha total de piezas y fondos musicales. De cierta manera pudiera ocurrir cierto grado de enajenación del realizador respecto a su obra.

Hoy los realizadores y directores tenemos más tiempo para superarnos y obviamente, dentro de esas posibilidades, hay que dedicarle más de ese tiempo a la escucha y revisión del producto radial. Se hace también necesaria la “escucha” de la música que llega a los archivos digitales – ¡lo mismo la que lleva años en fonoteca! – pues buena parte de ella pudiera no ser conocida. Familiarizarnos con ese patrimonio sonoro, teniendo en claro sus contenidos e intencionalidades, resulta indispensable para que siempre ganemos en actualización y calidad, al tiempo que resulta obvio por una cuestión de cultura y buena información. El director o realizador que no disponga de una hora diaria para escuchar la música que llega a su emisora es, sencillamente, porque necesita el doble para dedicarlo a esa actividad.

Se requiere, por último, que las muestras musicales incorporadas al sistema de Red sean del conocimiento de todos los directores y realizadores, que su inserción se haga debida y únicamente por personal de la más alta calificación, sin lugar para errores ortográficos u otras imprecisiones. Ese patrimonio sonoro debe incorporarlo un mismo personal, preferiblemente una o dos personas con acceso exclusivo a los “gestores musicales” para evitar las borraduras que muchas veces abortan proyectos radiales muy bien pensados, luego carentes de la música con la que se esperaba contar.

La digitalización nos hace oír campanas de gloria – ciertamente lo son – pero…el esmero, el cuidado y la vocación hacia nuestro trabajo nunca pueden quedar al arbitrio de los ordenadores. Ellos fueron hechos para nosotros, son nuestros servidores, no a la inversa y, mucho menos, medios para el “facilismo” y la pereza.

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