Testimonio inusual a un realizador extraordinario

Mi empeño de joven periodista hincaba en mi cerebro a quién acercarle la grabadora. ¿Con cuál de los muchos talentos de esta Casa Grande cumplir con la encomienda?

Así se apareció en mis sueños Orlandito Martínez. Acostumbrado a visitarme, sonrió desde los pies de mi cama y encendió aquel cigarro que fumaba en el portal a escondidas de  sus compañeros de la vieja guardia.

Dijo que tenía un mensaje para su colectivo. Que lo hacía muy feliz ver a su emisora celebrando en el fragor de un combate nuevo. Que lo maravillaba la respuesta de los artistas y trabajadores, que veía con agrado la superación de los reporteros y que valía la pena mantener encendida la señal, por tanta profesionalidad viajando por las ondas.

El gordo sonrió y se entrecerraron sus ojos como siempre. Sugirió algunos temas para la propaganda. Rectificó con una frase humilde la acreditación de una pieza musical, y se reconoció complacido por el derrotero de sus guiones y programas.

La radio es una escuela, me dijo. Una familia a la que no se puede renunciar aún cuando uno ya está ausente. Fue muy bonito poner mi nombre al festival. Alienta mucho saber que ya preparan el cumpleaños 80 y que se piensa una programación distinta para sorprender al público que se mantiene fiel al aparato receptor.

Me habló de no olvidar la historia. De no acomodarnos nunca y respetar a los oyentes. Se refirió en tono serio a la luz encendida en el estudio y a la investigación para no adaptarnos a copiar y pegar en el libreto.

Tomó de mi librero La Historia de la Radio en Cuba, de Oscar Luis López; la colección de Josefa Bracero, y algunos títulos de la Editorial En Vivo y olfateó los tomos como un sabueso del conocimiento. No los olvides, recomendó el maestro. Nunca sabemos lo suficiente de este mundo de consolas y micrófonos.

Antes de irse me encomendó cuidar a la emisora. Dejó muy claro que mucho se puede hacer desde las cabinas por la cultura, la identidad, la superación y el fomento de valores en el pueblo.

Ahora es el Coronavirus, antes la campaña por la Constitución, la serie de baseball, los eventos climatológicos, la vida relatada mediante sonidos y silencios. Me pidió que abrazara a  sus amigos y alentara a los que comienzan a tomárselo en serio. Felicidades en este cumpleaños 79, fueron sus últimas palabras.

Desperté como siempre a las 4 de la mañana al ejercicio de crear frente a mi vieja ASUS  de tantos desvelos. Pensé en la reciente conversación con Orlandito. Es lógico extrañarlo cuando nos hace tanta falta, me dije.

Pero esta vez la sorpresa fue aún más grande que otras. Allí estaba la huella de su visita. Aparecieron en el acto montones de ideas nuevas y en mi mesa de trabajo faltaba un bolígrafo. Por eso le agradezco la deferencia de este inusual testimonio a ese, a quien le debemos muchas de estas velas que soplamos hoy.

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