Salvador Wood: un actorazo de todos los tiempos

Pero prefiero empezar por mi encuentro “en vivo” con él. Fue por los años 90 en una reunión en la UNEAC. El andaba con una boina y cuando  habló, la sala Rubén Martinez Villena tembló, porque aquel santiaguero por nacimiento y forma de actuar, hacía valer su cubanía y la defensa de su Revolución que es la mía.

“Eran los momentos más amargos del Período Especial cuando algunos se distanciaron de nosotros a toda velocidad y otros empezaron a chapotear entre oportunismos y ambigüedades, Salvador Wood mantuvo su verticalidad de toda la vida: porque pertenece, es obvio, como diría Brecht, a la raza de los imprescindibles, los que no dejaran de luchar nunca por lo que creen”, ha dicho Abel Prieto y argumentó “Pocas veces se ha dado en la cultura cubana una fusión tan perfecta del más alto y brillante talento junto a una conducta ejemplar como ciudadano y principios y valores realmente admirables”.

Aquellos años, en los que la UNEAC era un hervidero de encuentros, debates, reuniones, Salvador llegaba siempre con su novia, amante, esposa su eterna Yolanda Pujol, madre de sus dos hijos Yolanda y Patricio.

Precisamente, en una excelente y original entrevista Mi amor sin antifaz, de Patricio,  encontré estas confesiones:

-Así es… 6 de octubre de 1946… veníamos (a La Habana) con la ilusión de trabajar en la radio como actores.

-En la casa de huéspedes donde alquilamos Manolito y yo, frente al hotel New York, nos daban una cama, y al otro día tenías que devolverla en buen estado, porque si no había que pagarla y estaba la policía en combinación afuera esperando… pero tenías que acostarte con la ropa puesta, y si te descuidabas, al despertar tenías que pedir ropa prestada para poder salir a la calle porque los ladrones sabían quitarte la ropa sin que te dieras cuenta y te desnudaban mientras dormías… y tú, acabado de llegar de Santiago con la cabeza llena de ilusiones, de momento encontrarte todas esas cosas, te decías: “coño creo que me equivoqué… nosotros no teníamos que venir a buscar nada aquí”.

-Lo primero que conseguimos por nuestra cuenta fue trabajar esporádicamente de “bolero de turno”, así le decían a los que les caía un personaje de casualidad y tenías que hacerlo y salir bien, eso lo hacíamos en Unión Radio, que era de Gaspar Pumarejo. Él creó esta emisora al salirse de CMQ, donde fue jefe de programación. Allí éramos “bolos”.

¿Cepillo? Ese me lo puso Juan Carlos Romero, que le ponía nombrete a todo el mundo. Me lo puso porque yo tengo un pelo rebelde y se pone como un cepillo cuando me lo corto bajito.

-Sin embargo, de ese grupo de compañeros yo era sindicalista. Fui el primer secretario general del sindicato que hubo en todo Oriente. Me interesaba conocer a los dirigentes de los trabajadores para estar más en contacto con el ambiente artístico desde el punto de vista sindical, y eso me costó varios problemas, porque no se veía muy bien al sindicato, o al tipo que quería representarlo…“no, no, no, el sindicato pa’llá, pa’llá”. A los contratantes no les interesaban las relaciones con el sindicato, porque había que pagar una cuota para ser miembro. La que yo recuerdo era el dos y medio por ciento, mira tú que cifra esa…

En  la emisora RHC Cadena Azul  fue  Leonardo  Robles porque le dijeron “Leonardo está bien… pero el apellido es el problema… pensemos… Wood es madera, pero busquemos una madera fuerte: caoba, nopal, roble… me gusta el roble. Entonces queda: Leonardo Robles.”

Su participación en el cine, entre otros filmes  se encuentra en  (1960) Chin-chin., (Doblaje de voces. Doc.) de Humberto Arenal;  (Las doce sillas de Tomás Gutiérrez Alea; Soy Cuba de (Mijail Kalatozov;  La muerte de un burócrata, también con Gutiérrez Alea (un verdadero clásico); Ustedes tienen la palabra, de Manuel Octavio Gómez; El Brigadista, de Octavio Cortázar; Jíbaro, de Daniel Díaz; y en el 2004, Tres veces dos, de Léster Hamlet.

En televisión sólo con recordar  a «En silencio ha tenido que ser», de Jesús Cabrera, en «Los comandos del silencio», de Eduardo Moya, y «Pasos hacia la montaña», de Juan Vilar, bastaría para rendirse a los pies de actor que todo lo hacía bien. Recientemente, en una entrevista con Isabel Santos contó una anécdota de esa última serie: “Recuerdo que el primer día yo tenía una escena, echándole sancocho a los puercos, con dos o tres bocadillos, y Salvador (Wood) me agarró el libreto, empezó a hablar conmigo del personaje y Eloísa también. Era como si dijeran “vamos a ver, esta niña”. A mí me estaban cuidando celosamente, aquella locura que podía ser de Juanito”.

El santiaguero, aplatanado en Cojímar, en 1945 incursionó en el teatro, con 17 años: organizado por el Cuadro de Comedia y Arte Dramático creado en Santiago de Cuba por el actor matancero José María Béjar, en la obra Don Juan Tenorio, de Zorrilla. Béjar hacía el Tenorio y él su contrafigura, Don Luis Mejías. Su pinino en la tv lo tuvo en un programa de Paco Alfonso, dirigido por Jesús Cabrera, donde hizo por primera vez un personaje campesino, le seguirían casi 20 personajes del campo.

Ganador, entre múltiples galardones, del Premio Actuar por la obra de la vida, otorgado por la Agencia Artística de Artes Escénicas (ACTUAR) en el  2016, y Premio Nacional de Televisión por la obra de toda la vida en el 2018, segura estoy que donde haya ido el galardón que más recuerda Salvador es el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, no por el premio en sí (conferido por la Central de Trabajadores de Cuba y el Consejo de Estado), sino porque se lo entregó Fidel, ¿verdad, actorazo de todos los tiempos?

 

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