¿Por qué votamos? (II parte y final)

Tuvieron que acumularse las 243 medidas del Gobierno de Trump, incluyendo el corte en viajes y remesas y la persecución a las navieras que transportaban combustible a Cuba, coronadas por la designación espuria de la Isla como país patrocinador del terrorismo; con sus consecuentes impedimentos a las transacciones financieras internacionales, para que los anuncios de 2014 se manifestaran en concordancia con los deseos de sus augurios… ¡seis años después!

A inicios del segundo semestre de 2021, ya con Biden en la Casa Blanca, pero con la misma política trumpista hacia la Isla, la combinación de un pico pandémico con la variante Delta del sars-cov-2, unido a cortes eléctricos y de agua, un desabastecimiento del comercio minorista ya muy notable, y los efectos de un reordenamiento monetario, que contaba con un control de la pandemia y un cambio en la política estadounidense que no se produjeron, sacaron el 11 de julio de ese año a la calle la irritación intoxicada desde las redes digitales, en no pocos casos derivada en vandalismo.

En tanto, el Secretario de Estado de  ee. uu., Antony Blinken, dilataba su prometida «revisión de la política hacia Cuba», que muy poco ha revisado.

Antes, en noviembre de 2020, personas preparadas por la estrategia de cambio del régimen estadounidense capitalizaron el efecto de una provocación enmascarada como defensa de la libertad artística.

Disfrazados de defensores de la libertad de expresión, lograron mezclar artistas verdaderos en busca de diálogo con provocadores entrenados, y en una maniobra frente al Ministerio de Cultura de la Isla, justo en vísperas de la llegada de Biden a la Casa Blanca, hicieron a los sectores más extremistas de Miami exigir entonces una intervención militar y convertir al Presidente, que tomaría posesión en enero de 2021, en contra de sus promesas de campaña, en su servidor más amable y complaciente.

La reciente derrota total del Partido Demócrata en el Sur de la Florida ha probado lo errado de la apuesta por competir con la ultraderecha política, que controla ese estado, en quién es más duro con respecto a Cuba; pero aún no se aprecia que lo que Marco Rubio llama abiertamente «miedo al exilio cubano» abandone las mentes de quienes deciden la política exterior estadounidense.

Solo el incremento sostenido de migrantes cubanos llegando a su frontera, espoleados por la crisis económica en Cuba, a la que han contribuido de manera importante el cierre de su consulado en La Habana y el imán de una política migratoria que convierte en refugiados a los cubanos que logren pisar suelo estadounidense, hizo volver a Washington a conversar con el Gobierno cubano y reabrir los servicios en su embajada habanera, manteniendo más del 90 % de las sanciones trumpistas en pie.

EL 26 DE MARZO

Convocar reiteradamente a las urnas –seis veces en seis años–, en medio del difícil escenario que ha vivido y vive Cuba, donde la vida cotidiana ha sido golpeada por carencias en el abastecimiento de todo tipo de productos, incluidos medicamentos y alimentos, altos déficits de transporte público y sistemáticos cortes eléctricos, es un acto de valentía que revela una profunda confianza en la conciencia del pueblo.

Es suponer que la mayoría de los cubanos y cubanas tiene la cultura política suficiente para saber que estamos enfrentando una guerra económica brutal y una campaña de guerra comunicacional para regresarnos a la subordinación proimperialista y el capitalismo dependiente anteriores a 1959.

La democracia liberal, que nos venden como modelo, está concebida para la reproducción del sistema capitalista y, cuando a pesar de ello llega al Gobierno, gracias al desgaste del propio sistema y la consecuente movilización popular, una alternativa que puede significar una amenaza a los intereses oligárquicos, ahí están los otros poderes para dar golpes judiciales, mediáticos, parlamentarios y hasta militares en defensa de lo que estiman debe ser el orden natural de las cosas.

Todo se intenta: el asesinato de un candidato, la injusta prisión de otro, la manu militari, o la amenaza de los bancos, si no se logra impedir que una izquierda gobierne y haga políticas de izquierda como prometió hacer.

Para el capital, democracia es únicamente elecciones en las que intervienen de manera decisiva el dinero y los medios de comunicación, nunca en poder de las mayorías, sino siempre dependientes de anunciantes y accionistas. Son procesos realizados en medio de enormes desigualdades económicas, educativas, culturales, comunicacionales…, donde representantes de las élites económicas organizados en partidos políticos dirimen sus diferencias en un gran espectáculo mediático para obtener, primero financiamientos y después votos.

Quienes objetan nuestra democracia ocultan que, en Cuba, sin intervención del dinero ni de partido alguno, son los vecinos, organizados en asambleas barriales, quienes nominan candidatos, que luego van a una boleta hasta en número de ocho en cada circunscripción, y por voto secreto de los ciudadanos eligen un delegado a la Asamblea Municipal, que es el máximo órgano de poder en cada territorio. ¿Por qué no ganan allí los candidatos de la contrarrevolución y la democracia liberal? ¿Por qué no son, ya no mayoría sino, aunque sea, una exigua minoría en esa Asamblea Municipal, conformada por delegados electos directamente por el pueblo? ¿Serán más democráticas las listas hechas en dependencia de la lealtad a los intereses de financistas nacionales y extranjeros que nos proponen como modelo, que las que votan en esas asambleas para conformar el máximo poder del Estado, propuestas por organizaciones de masas integradas por millones de ciudadanos? ¿Vimos o no los plenos de esas organizaciones a todos los niveles proponiendo candidatos? Candidaturas por las que nuevamente deberá votar el pueblo de manera directa y secreta para conformar la Asamblea Nacional.

Es un sistema que puede ser aun perfectible, pero es el de un país sin analfabetismo, con nueve grados de enseñanza obligatorios, donde la salud y la educación son garantías universales y los ciudadanos no deben pagar con su voto favores a los políticos para el acceso a esos servicios, como ocurría antes de 1959 y sigue ocurriendo en muchos países.

El ejercicio electoral cubano está más cerca del ideal democrático que propugnan, pero no practican, los que agreden a Cuba.

Y más allá de elecciones, la sociedad cubana tiene muchas otras formas de participación democrática y de defensa de derechos de los trabajadores, de los estudiantes, de los habitantes de las comunidades, superiores a las del capitalismo.

Una participación que, aunque en su práctica concreta puede sufrir de formalismos y desviaciones, que la misma sociedad y sus dirigentes critican, nada tiene que ver con las deformaciones que provoca el interés económico que corrompe y domina la política en la mayoría de las sociedades capitalistas.

Otros decidirán este 26 de marzo coincidir con el llamado de los odiadores, de los Marco Rubio y similares, y así facilitar, consciente o inconscientemente, el trabajo de quienes nos han impuesto las 243 nuevas sanciones. Es su derecho y nadie les molestará por ejercerlo. Su conducta, aunque la prensa que nos exige pluralidad y nos mira de manera unánime no lo dirá, será también un desmentido rotundo a quienes afirman que en Cuba la represión y el control social obligan a las personas a comportarse de una manera u otra y obedecer convocatorias como la de ir a votar.

Pero para quienes queremos una Cuba soberana, que siga buscando contra viento y marea la justicia social, es la hora de alzarnos sobre dudas, errores y carencias y enviar un mensaje de fortaleza, unidad y futuro.

No habría peor error que hacer lo que el enemigo quiere. Votar y votar unidos es la respuesta enérgica para poner la Patria a salvo de los que sueñan con imponer aquí –baño de sangre mediante– a políticos al servicio de mafias y lobbys, a imagen y semejanza de los que controlan Miami y controlaron Cuba hasta 1958. Por Cuba y contra eso votaremos el 26.

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