Raúl estudió en las mismas escuelas que su hermano Fidel; lo siguió hasta La Habana; fue con él al Moncada; viajó a México; desembarcó en el Granma; luchó en la Sierra; lo acompañó en las conquistas y las adversidades de esta Revolución que forjaron, y apretó en su pecho la urna donde descansan sus cenizas.
Por esa lealtad a toda prueba, cuando el Comandante en Jefe vio quebrantada su salud, delegó en Raúl todos sus cargos al frente de Cuba, con la certeza de aquella frase profética de Lina Ruz, pronunciada muchos años atrás en Birán: “…ese sí que nunca traicionará a su hermano”.
Ante el mundo, es el General de Ejército con una apariencia militar de mucho rigor que impresiona; para su pueblo, es simplemente Raúl, uno de los cubanos que más defienden el concepto de Patria, o lo que es lo mismo, de familia.
Ya lo dijo una vez su hija Mariela, estremeciendo desde el escaño de Diputada a todo un país: “…me enseñó que se puede amar a la Revolución sin abandonar a la familia, y amar a la familia sin abandonar a la Revolución”.
Raúl es un hombre extraordinariamente humanista, con una profunda sensibilidad ante los problemas de los demás. Sus repetidas imágenes, intercambiando con los niños que tienen discapacidades físicas y estudian en la emblemática escuela Solidaridad con Panamá, siempre nos conmueven.
Cuando se trata de defender con pasión nuestra historia y nuestras conquistas… a Raúl no hay quien le gane. Desde su responsabilidad como Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, nos sigue guiando en la conducción de esta obra gigantesca.