La situación revolucionaria fue tomando un giro cada vez más intenso en La Habana después del desembarco de los expedicionarios del yate Granma, bajo la Jefatura de Fidel.
El 13 de marzo de 1957, las fuerzas del Directorio Revolucionario encabezadas por José Antonio Echeverría, Presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), ejecutaron el asalto de la emisora Radio Reloj y el Palacio Presidencial, acciones dirigidas a convocar al pueblo al combate y a ajusticiar al tirano Batista en su madriguera.
El trabajo que realizaba como «pirata» de la Radio, al tener sintonizada la emisora Radio Reloj durante cerca de ocho horas al día y copiar taquigráficamente sus noticias para la Cadena Oriental de Radio – ya por entonces en manos de los intereses de la dictadura- , me permitió escuchar, con gran sorpresa, la alocución de José Antonio Echeverría, a las 3:21 minutos de la tarde.
Copié taquigráficamente todo lo que pude de las palabras del Presidente de la FEU y solo me detuve cuando técnicamente cortaron la transmisión, quedando inconcluso su mensaje al pueblo de Cuba.
Recuerdo que al mismo tiempo que copiaba lo que recibía por los audífonos, me machacaba una pregunta: ¿qué hago con esta información?
La transcribí de inmediato e hice una versión en mi máquina Underwood, con el título «Declaraciones del Presidente de la FEU¨, y tomé la decisión de llevarla a la cabina de transmisión donde se hallaba el locutor Antonio Pera, quien al leer la nota me dijo de inmediato:
«Esto es una bomba. Dime si está autorizada por el cojo», refiriéndose a Betancourt, el Director del Noticiero.
Sí, le contesté, al tiempo que le insistía en pasar la nota, lo que hizo con rapidez, indicando al operador de audio cortar la programación habitual.
Regresé a mi puesto de trabajo en el Noticiero, al lado de Mederos quien ya sabía lo que había hecho. Sólo me pidió calma. En aquellos momentos se despedía de nosotros el joven y silencioso repartidor de la Carta Semanal, órgano del Partido Socialista Popular, quien acostumbraba a dejar su propaganda clandestina a un compañero miembro de esa organización.
Al cabo de unos 20 minutos, aproximadamente, un grupo de policías, al frente del cual venía un sargento, irrumpió violentamente en la emisora. El sistema de monitoreo que servía para el control de la censura posibilitó que se supiera la nota difundida por la Cadena Oriental de Radio.
En esos momentos, y tratando de buscar la mayor ecuanimidad en mis actos, continué haciendo la labor diaria. Sin embargo, de pronto, sentí que me levantaban en peso, para de inmediato tirarme contra un archivo metálico, seguido todo esto de golpes contra mi débil anatomía. Sin lugar a dudas, había sido «chivateado», por alguien que trabajaba en la emisora como periodista, lo cual conocí mucho después.
Bruscamente, me pusieron de pie, al mismo tiempo que sentí un golpe contundente en la cabeza, corriéndome la sangre por la cara. El sargento me tomó por una parte del saco de sport que vestía, y arrastrándome hacia la recepción de la emisora y después, al amplio pasillo que daba a los tres ascensores del edificio. Indiscutiblemente, la decisión era llevarme para algún cuerpo represivo.
Frente a los ascensores continuó la golpiza. Era como si los uniformados se turnaran. Pero si algo no pudieron pensar que sucediera fue la reacción solidaria, con gritos de protesta, de artistas, periodistas, locutores y técnicos de la emisora, a lo que se sumaron empleados de otras oficinas del piso 12, del propio Edificio Odontológico en que nos hallábamos.
En ese contexto de agresividad y abuso policíaco, aumentaron los gritos de condena y súplicas por parte de quienes presenciaban la orgía de golpes. Algunos o algunas aducían mi adolescencia, mi supuesta inmadurez y mi disciplina en el trabajo.
Sudoroso y despeinado, el sargento me enfiló la vista con odio, y con gran soberbia, a la vez que me propinó un fuerte golpe en el costado izquierdo del cuerpo. Quedé sin aire y con un gran dolor.
Siempre recordaré las caras de algunos de mis compañeros de trabajo que hacían todo lo posible por acercarse a mí para prestarme alguna ayuda, la que era impedida por los policías. Al frente de aquellos inolvidables amigos se hallaba las actrices Magaly Alou y Dorys García, así como Mederos, Wilfredo y Antonio Pera – a quien por fortuna no involucraron en lo realizado -, el poeta dominicano Pedro Mir, Villalonga, el Jefe de Contabilidad. También, mi tía Josefina, quien avisada por su amiga Irene, ambas secretarias en el piso 14, no dejaron de expresarse, a viva voz, contra la golpiza que me daban. Irene era la esposa del líder del transporte José María Pérez Capote, quien sería asesinado por la dictadura, posteriormente, el 20 de noviembre de 1957.
Inesperadamente, el director del Noticiero, el «cojo» Betancourt, asumió una actitud que vino a salvar mi vida, en momentos en que el sargento había impartido la orden de llevarme para el Buró de Investigaciones.
– Por favor sargento, dijo Betancourt, yo soy el jefe directo de este muchacho quien es un trabajador muy responsable, que no tiene maldad alguna. Yo no le conozco ninguna relación política. Yo le ruego que no se lo lleven detenido. Ha cometido un error y debe pagar por ello, de lo cual me encargaré.
Entonces, mirando fijamente «al cojo Betancourt», y sobre todo a la cantidad de personas que habían visto lo sucedido, testigos de la represión, el sargento contestó de manera agresiva:
– Si este flaquito es bueno o malo yo no lo sé. Sin embargo, creo que lo de hoy le sirva para no meterse en otros problemas, ya que entonces irá directo a Zapata y 12. Sí, repitió gritando, para que todos le escucharan: «Para el cementerio de Colón».
Diciendo ello, y como si fuera una postdata, el sargento me lanzó contra las ventanas de cristal, cayendo mi escuálido cuerpo en el piso de granito.
Los policías se abrieron paso rumbo a los ascensores del piso 12 del edificio de Retiro Odontológico. De allí bajaron buscando la calle L, por donde se marcharon en varios autos. Por supuesto, por mucho que intenté no podía incorporarme del lugar en que me hallaba. La ropa la tenia manchada de sangre por diferentes partes.
Escuché voces que clamaban para que fuera trasladado a la Clínica del Estudiante del hospital Calixto García para recibir atención médica. Y así fue. Allí supe que tenía tres costillas fracturadas, una herida en la cabeza que necesitó de 20 puntos. Presentaba magulladuras en la cara y otras partes del cuerpo. Tomé conciencia que aquellos que me habían defendido no me abandonaban. Por ello, en la clínica no me dejaban solo, como si fueran guardias permanentes y evitar un posible secuestro por la policía batistiana.
Al cabo de dos semanas, algo ya repuesto, quise retornar a mi puesto de trabajo. La respuesta fue un no rotundo. Entonces volvió a resurgir la solidaridad, y parte de los que me habían defendido el 13 de marzo de 1957 fueron en comisión a ver a Carbonell, el administrador de la emisora. A éste se le llamaba, sin que él lo supiera, Olipuro, marca de un aceite comestible. A dicha persona le alegaron que si la policía había decidido dejarme en libertad, ellos pedían la reposición a mi puesto de trabajo como taquígrafo – mecanógrafo. Además, y por suerte, otra vez Betancourt dio muy buenas referencias de la disciplina y resultados de mi labor, aunque a solas recibí de él fuertes palabras por lo sucedido. En fin, el Administrador accedió a la petición, imponiéndome una suspensión de empleo y sueldo, por un mes.
Fue un privilegio haber contribuido a que parte de la alocución del líder de la FEU, José Antonio Echeverría se escuchara en distintas partes del país. Sencillamente, pensé en que por la importancia política de la noticia esta se debía difundir por la emisora en que trabajábamos que era de cobertura nacional.
Sobre aquellos memorables acontecimientos del 13 de marzo de 1957, el Comandante Faure Chomón, entonces Jefe de Acción del Directorio Revolucionario y quien integró el comando armado que asaltó el Palacio Presidencial –como segundo jefe, y Carlos Gutiérrez Menoyo, como máxima autoridad, con el objetivo de ajusticiar al tirano-, ha explicado de cómo se llegó a la decisión de ocupar la emisora Radio Reloj, como parte del levantamiento armado que se había concebido alcanzar en La Habana, con el apoyo y participación organizada de la población.
Nos expuso el Comandante Chomón que su hermano Floreal, locutor de Radio Reloj y jefe de la célula del Directorio Revolucionario en el edificio Radio Centro- donde se hallaba dicha emisora, así como la CMQ Radio y Televisión, y CMBF-, fue de la opinión de no hacer por cuestiones técnicas, el llamamiento revolucionario que ejecutaría el Presidente de la FEU, en uno de los estudios de la CMQ y sí en Radio Reloj, debido entre otros factores a la gran audiencia de esta última.
Además, y como era costumbre entonces, se conocía que otras emisoras de menos potencia radial y poder económico copiaban o «pirateaban» las noticias que la misma transmitía, lo que permitía que la alocución del líder de la FEU se reprodujera por varias plantas radiales a la vez.
El asalto a la emisora Radio Reloj fue un hecho revolucionario de gran audacia y contó con la actitud revolucionaria de los locutores de turno, Floreal Chomón y Héctor de Soto.
Si bien los objetivos trazados no pudieron lograrse aquel 13 de marzo de 1957, en que cayeron combatiendo valiosos compañeros del Directorio Revolucionario, incluyendo a su principal dirigente, José Antonio Echeverría, las acciones llevadas a cabo contribuyeron a elevar el clima revolucionario frente a la sangrienta dictadura imperante en el país.