Habanera nacida el 30 de agosto de 1944, la actriz, presentadora, declamadora y cantante. Diana Rosa Suárez Menéndez está cumpliendo 80 años, aunque aparenta mucha más juventud.
Fue criada con sus abuelos en Luyanó (en el hoy municipio Diez de Octubre) barrio al que por tanto, le tiene especial cariño, donde recuerda la primera célula del Partido Comunista de Cuba con su mamá entre sus fundadores, reunida con Lázaro Peña y repartiendo el periódico clandestino Hoy, que venía en letras rojas, fotos que conserva ella en su silloncito de niña; y donde se inició como actriz aficionada en obras bíblicas en la Iglesia Presbiteriana, a la que era asidua y hacían muchas actividades culturales.
Para apoyar financieramente la Reforma Agraria de 1959, las muchachas de la localidad comenzaron a vender papeletas en los centros de trabajo: por su simpatía fue la que más vendió y la más votada, y recuerda muy bonito que por esa buena causa y con tanta sencillez, a Luyanó fuera el presidente del país Osvaldo Dorticós a coronarla primera (y única) Reina de la Reforma Agraria; boleta que conserva.
Antes de cumplir los 15 años (julio de 1959) su prueba de actuación impactó en el jurado, e ingresó en la (Escuela) Academia (Municipal) de Arte Dramático, donde estudió dicción, y más. Su primera puesta en escena profesional fue en 1961, cuando aún en el primer curso de la Academia, fue seleccionada entre sus once mejores estudiantes para la obra Actitud 320, en la sala El Corral en la misma escuela, que permitía por solo 25 centavos mensuales, ver todos los espectáculos, y de no trabajar en la obra, podía ser taquillera, maquillista o en la escenografía; fue escogida la mejor alumna de maquillaje del profesor Ramón Valenzuela, y comenzó a trabajar en La Rampa por un sueldo inicial de 50 pesos, que veía como mucho dinero entonces. Fue maquillista en el teatro La Edad de Oro y comenzó a interactuar formándose con grandes personalidades de nuestra escena, como el director Rubén Vigón y la inmensa María de los Ángeles Santana, escenificando entre otras, Las mujeres se rebelan y El bello Antonio.
Durante tres años en esa escuela dirigida por Modesto Centeno, discípula de María Álvarez Ríos, Roberto Garriga y otros eternos, realizó obras de teatro en las salas Tespis (en la esquina del hotel Habana Libre), en la Idal (de Idalberto Delgado, al lado del cine hoy Yara, donde se recuerda orgullosa en Nido de Águilas), la Talía, Arlequín, el teatro Payret y el García Lorca. Cada noche iba a la escuela de lunes a viernes, por el día estudiaba la secundaria y los fines de semana, hacía teatro: La más fuerte, Luna de miel radioactiva, La muerte alegre, Súbete aquí y verás París, La Mama, La Viuda Alegre, Ojos azules, Risístrata, Las cuatro verdades…
Oyente del grupo de teatro de Adolfo de Luis, que tenía los mejores actores del momento (Verónica Lynn, Odalys Fuentes, Enrique Almirante…), montando Cecilia Valdés, Enrique Almirante y Reinaldo Miravalles le comentan que la televisión estaba haciendo pruebas buscando una muchacha que se pareciera a Odalys (quien sería Cecilia) y encarnara su medio hermana Adela, con quien la confundían; allí estaban todos los grandes directores de entonces. Le pidieron repetir una escena tres o cuatro veces frente a cámara mientras seleccionaban a través de ella a otras actrices; fue la elegida, y en 1963 debutó en teatro en televisión.
Seis meses después interpretó a Leonor Villarreal, la coprotagonista de La Marca del Zorro con el tan carismático y adorado Julito Martínez, y un elenco fabuloso con increíble éxito: un año en pantalla en vivo de lunes a viernes, y los sábados y domingos en los estadios de Matanzas o Camagüey para 3000 o 5000 personas: custodiados por la policía, no podían ni ir a una tienda, seguidos por toda la población. Fue el personaje que la hizo famosa como la clásica belleza trigueña, al extremo de que aun en los años 70 se sentía encasillada en mujeres que apenas llegaban, todos los hombres se enamoraban de ellas. Así fue Elena de Troya, cuya belleza había ocasionado guerras, interpretada en otros países y en Cuba por primerísimas actrices con mucha calidad, pero en Cuba sin los recursos que requiere representar esas épocas en escenografía, vestuario y otros recursos.
El personaje que más le costó fue el de Edda Gabler, del noruego Henrik Ibsen, obra teatral muy fuerte, pero no podía desplegar más su talento; lejos de limitarse como “la bella”, pretendía ser reconocida también por niños, mujeres y ancianos. Fue al departamento a rechazar esos personajes para desdoblarse en otros sin maquillaje, pelucas, avejentarse, villanas y alcohólicas, y empezaron a darle mayor variedad.
Continuó en programas infantiles, y en las Aventuras del Sargento García, Los Mambises, Orden de Ataque, El Conde de Montecristo, La Capitana del Caribe, El Jaguar, Los Pequeños Campeones… en La Capitana de la Isla (1970, dirigida por Erick Kaupp) fue la adolescente mambisa Evangelina Cosío que con Carmen (belleza rubia en contraste, dos de las cuatro hermanas) escaparon al destierro tras la prisión en la Isla de Pinos y en La Habana.
También hizo musicales y humorísticos: La Comedia del Domingo, el variado Tele Fiesta, Detrás de la Fachada, Te juro Juana que tengo ganas, Venus era una mujer, Casos y cosas de casa, Cita con Rosita, Tito el taxista, Donde hay hombres no hay fantasmas (dirigida por Lolina Cuadras)… Aún recuerda el susto de su primera vez con la infinita vedette Rosita Fornés con quien tanto aprendió, y eterna admiradora de Enrique Santiesteban (propone su nombre a alguna sala teatral) fue su amante “Cucusita” en el costumbrista San Nicolás del Peladero, y dominando todos los géneros, compartieron dramas, como el teatro histórico shakesperiano Enrique VIII y sus seis esposas.
Hizo Teatro Icr, novelas, cuentos, policiacos y otros dramatizados con títulos esenciales: Horizontes como El viejo espigón (1980-1981, de Maité Vera, dirigida por Raúl Pérez), Mansión Mayeya, Cuento Universal, Rosas a crédito (1996), Gracias por el fuego, Un tranvía llamado Deseo, Magdalena, Medea, La Tía Tula, Cuando doblan las campanas, Oro Verde, Un bolero para Eduardo, Café Habana, En silencio ha tenido que ser, Día y Noche… Se encariñó más con Fefita, su personaje de la telenovela El año que viene (de Héctor Quintero, 1994, 132 capítulos): ingenua, tierna, dulce, noble, compleja, comilona, sufrió etapas muy duras, traumada con embarazo sicológico robó un niño, abusada por los regaños de su madre encarnada por su amiga Paula Alí, con quien se está presentando los domingos en el Canal Educativo, y la ha ayudado en problemas de salud e informando al público; finalizando en Contigo pan y cebolla, Fefita envejecida era una transición de mucho interés. Al empezar a grabar, esta telenovela se detuvo y esperó la semana que pasó entubada por peritonitis con vida artificial; luego grabaría hasta 19 escenas diarias.
En estas obras y más, se siente afortunada de haber trabajado con sus admiradas Raquel Revuelta, Gina Cabrera, Margarita Balboa, y con muchos más.
También en 1963 debutó en radio, en La Novela Cubana (Radio Progreso), series policiacas e históricos, teatros, otros dramatizados, y en los humorísticos se destacó desde 1980 (37 años) como una de las principales vecinas en el emblemático Alegrías de Sobremesa: inició como “Aleja”, la pareja de Julito Martínez, cuando el colectivo regresó de Angola, y “Estelvina” (siempre “en pique” con ella) interpretada por su gran amiga Aurora Basnuevo, le decía “la Caimana”; simpática y noble, con enredos buscaba equilibrar las situaciones. La llamaban Leo (de Leonor), lo que alimentaba la ambigüedad sexual de su supuesto novio Lisandro (Manolín Álvarez). Aún ensalza la genialidad de Alberto Luberta escribiendo dos libretos diarios, que de cualquier cosa que se le contara, lograba un argumento al instante.
Disponía casarse (1965), y comenzó a modelar vestidos en la tienda Fin de Siglo, aunque nunca se consideró modelo profesional, pero también modeló para el Palacio de los Matrimonios en Galiano y la tienda Primor; por su elegancia y glamour, fue un icono de la moda de entonces.
En 1982 incursionó como presentadora en espectáculos musicales en el Festival Benny Moré; es fundadora de la Casa del Bolero de Cuba Dos Gardenias (1994, donde trabajó casi 20 años y cantó dúos con Héctor Téllez y Manolo del Valle), en el club El Gato Tuerto, y junto al cantante Jorge Alí Solares (cuarteto Génesis) como director artístico, es anfitriona ya hace 17 años cada ocaso sabatino de la peña Diana Rosa y sus invitados, en el salón “Piano Bar” del centro nocturno Delirio Habanero del Teatro Nacional, donde evalúan nuevos talentos y muchos han devenido solistas reconocidos o en agrupaciones, y nos recuerda: “Mañana no sabemos si estaremos en este mundo, así que vive, sé feliz, solo tú puedes escoger la felicidad”.
Al cine filmó La segunda hora de Esteban Zayas (1984, guión y dirección de Manuel Pérez), El Chino y la Charada, En días como estos, El soñador (2004, dirigida por Angelo Rizzo, Italia). Adela (2005, con guion y dirección de Humberto Solás), Más allá de la escena (2009-2015, serie documental de 90 capítulos con guion y dirección de Carlos Alberto García Airado); Ellas y yo (2020, documental de Marilú Macía), Oscuros amores (2020, dirigida por Gerardo Chijona), Gina (2021, documental sobre la emblemática actriz Gina Cabrera; guion y dirección de Carlos Collazo, entrenado desde 2017 en su serie documental televisiva Unos minutos en la vida de…), y A contraluz (2023), dirigida por Tamara Castellanos.
Se ha casado y divorciado tres veces: seis años con el escritor y director de televisión Silvano Suárez, 12 años con el actor galán José Manuel Gómez (Manolo Gómez, con quien tuvo dos hijas que enfermaron, fallecieron y fue su peor dolor, sueña con compartir al menos otro día con ellas; sobrevive por sus dos nietos por quienes moriría -y por Cuba-, y por sus amigos, cuyo amor tanto valora) y 14 años con el cantante y compositor Héctor Téllez, luego muy buenos amigos; piensa que no debió celar tanto: llega a disfrutar la soledad pero se siente majadera y difícil de convivir con un compañero, a probar lentamente en lo cotidiano y dificultades.
Su sencillez, humildad y lealtad acentúan su grandeza de ser feliz como única recompensa de ayudar desinteresadamente a todos los demás (Henry la llama SIUM, Sistema Integrado de Urgencias Médicas, llevándolos a todos al médico, al ser la única actriz de su generación que maneja), y a quienes debutan en las artes (en: Arce Montero, Angélica: Cubadebate; 2020, julio 15), tranquila contra todo imaginario, haciendo todo quehacer doméstico, disfrutando el arte culinario sin botar nada, reciclando todo, entreteniendo al público con cultura y amor, y quisiera seguir así, envejeciendo dignamente, viajar, visitar sus nietos, ser recordada cariñosamente, alegre, con los poemas que tanto le piden; se considera afortunada y realizada por haber logrado casi siempre sus propósitos, orgullosa de su osadía de haber aceptado personajes en teatros y novelas a riesgo del resultado, pero afanándose por lograrlo lo mejor posible; ha podido viajar, amar, sufrir, llorar, reír… solo teme a las cucarachas y no transige con los regueros ni camas sin tender.
En su tiempo libre prefiere ver películas; le encanta el cine, y trabajarlo siempre queda: no todo el que hace cine puede hacer televisión, cuyo ritmo de trabajo es muy fuete; el teatro se ensaya durante meses y se estrena cuando quede perfecto. La televisión no da ese tiempo: aprenderse el libreto, dos ensayos y grabar más de diez escenas juntas, filmando por set complica porque no es el mismo estado anímico. La radio la valora muy necesaria a los actores pues les educa la voz y exige buena dicción, estimula la fantasía de los oyentes imaginándolo todo, con más alcance que los otros medios. Le gusta cantar, pero no se considera cantante; es presentadora pero prefiere la actuación. Un año sabático la mataría de aburrimiento; aún ansía encarnar constantemente personajes muy diferentes a ella; hubiera querido interpretar Doña Bárbara, pero ya considera sobrepasar la edad apropiada.
Reconocida con La Gitana Tropical (Dirección Provincial de Cultura La Habana), Artista de Mérito, Premio Nacional de Televisión (2020), Medalla Alejo Carpentier (2021) y por su Obra de Toda la Vida: el Título Honorífico en la 1era edición del Premio Enrique Almirante (2015), y en 2018, de Jorge Luis Frías Armenteros, entonces director de la Agencia, el Premio ACTUAR.