La mujer en tiempos de Covid-19

La epidemia del nuevo coronavirus es otra de las tantas experiencias fuertes que llevan ya en su legado histórico, otra más en medio del batallar incesante ante las crisis y el bloqueo, que la han colocado como figura protagonista en nuestra sociedad.

Y porque las mujeres merecen el reconocimiento y homenaje, solo volver la vista en el tiempo para advertirlas en el devenir:

Cambúla, la que cosió la bandera de Céspedes; Candelaria Figueredo, la hija de Perucho, el del Himno, la abanderada del 68, cuando entraron las tropas insurrectas en Bayamo.

Recordar a Luz Vázquez, con Adriana, más cerca de la muerte que de la vida, abrasada por la fiebre del tifus que le arrancaba la existencia y Lucila traspasada por terrible tuberculosis o peste blanca, es la estirpe de nuestras mujeres.

Rosa Castellanos, La Bayamesa, enfermera de hospitales de sangre de las tropas mambisas, quien salvó vidas y curó dolores del alma, en la guerra independentista.

Y entre las más actuales mujeres, de las contemporáneas luchas, la hidalguía de Celia Sánchez que aunó esfuerzos y fuerzas para recibir la expedición del Granma. Fue combatiente en la Sierra Maestra, y una figura trascendente de la Revolución por su inefable humanismo sin límites.

Y las mujeres guerrera, prácticamente adolescentes que integraron el Pelotón de las Marianas y recibieron el bautismo de fuego en el combate de Cerro Pelado.

No es posible olvidar tanta historia.

Llegar en pleno siglo 21 al doloroso enfrentamiento a la pandemia del nuevo coronavirus, y tener a la mujer cubana en el epicentro del combate, no es mera casualidad.

1959, con el Triunfo de la Revolución se abrió un nuevo capítulo a las mujeres, que bien Fidel definió como una Revolución, dentro de la Revolución.

El país dio libertad y todas las oportunidad, dignidad, reconocimiento, estudio, voto, capacidad de dirección y gobierno, investigación, arte deporte, ciencia y mucho más.

Más del 50 por ciento de los profesionales cubanos de hoy son mujeres. Y ellas están en la propia línea roja del enfrentamiento a la epidemia.

Han dejado la calidez de la familia para dedicar, durante largas y peligrosas jornadas al cuidado de muchos, agobiadas de calor por los trajes protectores, temerosas por enfermar y contagiar a sus familias, aún así tienen la manos diestra y soñadora para aliviar las penas y dolores que trae la epidemia.

Sólo brillas sus ojos esperanzados, detrás de las mascarillas y los gorros de amparo, mirando más allá del presente para traer un poco de consuelo del futuro.

Pero no es solamente en la zona roja de centros de aislamiento, hospitales, policlínicos, consultorios y pesquisas donde están establecidas y consecuentes.

No hay actividad en este tiempo de pandemia que no cuente con su impronta.

Mensajeras, protectoras de los más frágiles, cabezas de familia entre humos y aromas de cocina, en el surco productivo de alimentos, viendo que más pueden hacer con esas manos, que de tanta ternura, se hacen de acero para ayudarnos con el presente.

Ellas son esa mitad inagotable que tiene nuestro pueblo. Energía pura que prescinde de sus amores, porque hay alguien que clama, requiere y necesita de su sabiduría e ingenio.

Nuevamente la vida pone a prueba a nuestras mujeres. Nunca ha sido fácil para ellas. Esta época de ahora, muchísimo menos.

El reto las lleva a las distancias y lejanías para extender la ternura, el conocimiento y cariño, más, no hay temblor en esas manos que se tienden para abrigar del frío al cuerpo afiebrado que protegen, mientras el oxígeno del amor que reparten, se esparce más que el aire, para llegar a todos los enfermos.

Mujeres, enaltecedoras y bravías. Así de inmensas.

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