La radio y la memoria

Pienso que en La Habana debía existir un museo de modelos antiguos por la larga historia de 96 años de este medio en Cuba y porque fuimos una suerte de Olimpo radiofónico en América Latina.

Cuando entré a la casa, el radio en venta estaba encendido. En el portal comedor, junto al patio interior repleto de plantas verdísimas, varias personas mayores se deleitaban con el programa Alegrías de sobremesa, de Radio Progreso.

Una mujer ya madura pero más joven que los demás, y que parecía ser el pilar de energía en el seno del grupo, me contó que aquel equipo fue uno de los regalos recibidos por los abuelos en su boda.

Al regresar de la luna de miel, la pareja quedó cautivada por la primera adaptación radial en Cuba de Cumbres borrascosas; después sus hijas vivieron los amores inocentes mientras imitaban a las protagonistas de La novela del aire, y cuando a aquellas les nacieron los hijos le pusieron los nombres de los galanes de las novelas; con el oído muy cerca de la bocina, todo el clan familiar había estado atento a los mensajes de la Radio Rebelde originados en la Sierra Maestra; desde décadas atrás los varones de la casa vibraban con las transmisiones beisboleras, y ninguno de los adolescentes se había perdido en los años sesenta ni un solo capítulo de La flecha de cobre, aventuras al mediodía en Radio Liberación.

Habían sido felices con ese aparato de válvulas al que le debían risas y lágrimas. Sin olvidar los danzones de Barbarito Diez al caer la tarde, los discursos de Fidel y las noticias del amanecer junto a la primera taza de café. Por último, la mujer desvió la mirada hacia una oquedad y con humilde dignidad dijo:

– Si no fuera porque necesitamos el dinero nunca hubiéramos pensado en venderlo.

Fue un fogonazo. Yo no podía comprar aquel radio ni por el mejor precio del mundo. Hubiera sido robarle a esa familia más de medio siglo de memoria.

Autor