Para que no se pierda la memoria musical

Entre los programas que puso en antena, «Para usted, un recuerdo de ayer», por Radio Popular, en la década del sesenta, con aquellas placas, al decir de Grau Jover, «con discos viejos, gastados, empolvados, que hacen ra, ra, ra,…¡uyuyuy, pero cómo hacen recordar!». En la década del setenta, ya en Radio Rebelde, llevó al aire «Recuerdos del ayer». En esta cadena nacional se unió a Aurelio Rodríguez Valdés para en la propia época crear el programa «Danzones» y La Peña de Radio Rebelde.

Con ello me vino a la mente la «Cadena musical del recuerdo», programa que fundé en Radio Cadena Agramonte en esa década y que aún se mantiene.  A ese espacio de una hora que se transmitía el sábado y el domingo, siempre agradecí haberme adentrado en el conocimiento de las obras que conmovieron distintas épocas y sus principales cultores.

El 6 de febrero de 1966 Eduardo Rosillo comenzó a transmitir por Radio Progreso «La discoteca del ayer» los viernes de cuatro a seis de la tarde, y el domingo de nueve a once de la mañana, hasta 1990, que solamente quedó los domingos de ocho a diez de la mañana, pero totalmente en vivo.

De esta propia época fue el programa que recreaba la voz melodiosa y bien timbrada de Manolo Ribeiro para traernos a la casa cada sábado y domingo a las once de la noche «Un intérprete y un recuerdo», exquisitamente seleccionado por un maestro de todos: Manuel Villar. Este programa desapareció conjuntamente con Radio Liberación en marzo de 1984.

Pero Manuel Villar perseveró y sacó al aire por Radio Rebelde «Memorias», para hacernos agradable el amanecer del domingo a partir de las seis de la mañana. Recrear la memoria musical a la vez que ponernos en contacto con lo mejor del pentagrama en todas las épocas es el objetivo de este espacio. Y lo ha cumplido. Pero no ha terminado «Memorias» y nos encontramos ante una disyuntiva.  A las ocho de la mañana Eduardo Rosillo está en al aire por Radio Progreso con la «Discoteca del ayer» para brindar un programa muy fresco, en vivo, muchas veces con autores e intérpretes invitados. Ambos programas acumularon las mayores audiencias del domingo en los últimos quince años.

Cinco horas cada domingo brindó la radio nacional para apoyar la presencia cotidiana y la difusión a gran escala de los valores imperecederos de nuestra música. Para que Longina continúe paseando en La tarde por la Vereda tropical,  y su lenguaje misterioso Como un arrullo de palmas no caiga en el Olvido sin decirle a su amado Quiéreme mucho porque Estás en mi corazón, soy tu Damisela encantadora, tu Amorosa guajira, sin ti No puedo ser feliz y mi Pensamiento, que ha permanecido Contigo en la distancia, solo anhela el Añorado encuentro para recoger la Rosa de Francia a la que Tú me acostumbraste y Veinte años después Nosotros, detengamos Nuestras vidas y apoyados En el tronco de un árbol recordemos el día que me dijiste Si me pudieras querer y con mi respuesta La gloria eres tú sellamos con los labios unidos el Juramento de amor.

Qué dulce fue el beso
con que nuestra boca
encendió de amores
aquella boca en flor.

O para no cansarnos nunca de escuchar el timbre inigualable de Rita pregonando maní con la música de Moisés Simons, o a Antonio Machín paseando por el mundo las Dos gardenias que le entregó Isolina Carrillo. O para que Miguelito Valdés nos devuelva los temas que lo elevaron a la cúspide de la popularidad, Bruca maniguá y Babalú, de Arsenio Rodríguez y Margarita Lecuona. Para que la mejor media voz de Cuba, Miguel Ángel Ortiz, acaricie nuestros oídos o para que el humor criollo mantenga viva la estampa simpática del Guayabero, la crítica satírica de Ñico Saquito, el sabor afro de Merceditas Valdés, el inigualable danzonete de Paulina Álvarez y la canción >>guaguancoseada>> de Celeste Mendoza, entre tantos y tantas, patrimonio de lo mejor del pentagrama nacional y por consiguiente de perdurabilidad eterna.

Junto a estas personalidades y su obra, la presencia de autores, intérpretes y temas de la escena internacional que merecían traerlos al presente para hacer recordar a los mayores, y para cultivar en las generaciones más recientes los valores duraderos de lo mejor del sonido musical de la radio en todos los tiempos.
Presencia obligada de autores como los mexicanos Agustín Lara, Álvaro Carrillo, Gonzalo Curiel, María Greever,  Alfonso Esparza Oteo, Lorenzo Barcelata; los boricuas Rafael Hernández y Pedro Flores, o la peruana Chabuca Granda…  A ellos se unieron las voces mexicanas de Juan Arvizu, del tenor de las Américas Pedro Vargas, Toña la Negra, María Luisa Landín, Chucho Martínez Gil y Fernando Fernández; la Novia de América, la argentina Libertad Lamarque, también de Argentina Hugo del Carril y Alberto Gómez; el colombiano Carlos Ramírez; las españolas Conchita Píquer, Lola Flores, el Niño de Utrera, Joselito, Sarita Montiel; los chilenos Lucho Gatica y el dúo de Sonya y Mirian; los boricuas Bobby Capó y Daniel Santos. Y grupos como Los Chavales de España, Los Churumbeles, Los Xeys, los Platters… entre lo más prominente que ha matizado la difusión radial en las décadas del treinta al cincuenta.

Otros programas complementaron el espectro. Fueron los dedicados a recrear formas y ritmos foráneos de gran arraigo popular en Cuba: los llamados programas del folclore mexicano que han permanecido con el máximo de audiencia en la gran mayoría de las emisoras provinciales y municipales, fundamentalmente de las regiones central y oriental. De ahí que autores como José Alfredo Jiménez, Chucho Monje,  Abundio Martínez, Víctor Cordero… continuaron presentes en las voces de Tito Guízar, Jorge Negrete, Pedro Infante, Lola Beltrán, Amalia Mendoza, Miguel Aceves Mejías, entre lo más valioso de las raíces musicales de México.

También de Argentina nos llegó un día la voz de Carlos Gardel para convertirse también en Cuba en una figura mítica de la música popular. Las peñas del tango existentes en muchas ciudades hicieron posible el surgimiento de programas, incluso desde las sedes de estas peñas. Lugar destacadísimo para el programa «Hogar del tango», que surgió a principios de la década del setenta y que mantiene desde hace más de veinte años en la COCO María Luisa Mac Beath, conocida en el ambiente artístico como La Mujer Tango. En 1998 fue homenajeada en Argentina por su labor en defensa del tango con el Premio Gardel de Oro. Este programa lo animaron hasta aproximadamente 1980 Antonio García, que siempre mantuvo espacios dedicados a este género en otras cadenas nacionales, y el locutor José Miguel Jiménez, quien había trabajado antes en Radio Popular. En conversación con el locutor de la Discoteca Popular de Radio Progreso, Juan Gaspar Marrero, comentó que en el momento que comenzó a laborar en la COCO en 1973, y hasta 1980, los programas «Hogar del tango» y «Melodías mexicanas», ambos con una hora de duración, los producía y los comentaba José Miguel Jiménez, que al fallecer lo asumió de nuevo Antonio García hasta 1980, que pasó a manos de María Luisa.  Al ponderar sus valores expresó: «La estimo y respeto muchísimo, pues fue la primera persona que vio en mí posibilidades en la locución».9

El lenguaje de la música acompañó la niñez de varias generaciones. ¿Quién no recuerda a La ranita, El gatico vinagrito, Dame la mano…? de la gran amiga, la maestra que canta Teresita Fernández. O El espantapájaros, El lapicito o Juega conmigo abuelita, de la poetisa Olga Navarro, cuyas canciones románticas, también recrearon, entre otras, las voces de Elena, Omara y Moraima.

Aunque no fue mi intención tratar el comportamiento de la difusión musical en esta década –aún inconclusa– del siglo XXI, no puede mi memoria prescindir de la emoción que experimenté al participar en la presentación de un disco cuyo título, Cita con Ángeles, dio nombre a uno de los temas más difundidos por todas las radioemisoras del país desde su estreno. Ese día de noviembre del 2003 constituyó un honor escuchar al poeta, ensayista y figura relevante de la cultura, Roberto Fernández Retamar, quien al finalizar sus palabras de elogio dijo: «Estamos indudablemente en presencia de uno de los grandes poetas del amor, que un día también, estremeciéndonos como ya he dicho, dijo aquí en esta sala que la Casa de las Américas era el útero de la Nueva Trova. Pues bien: la cabeza y el corazón de la Nueva Trova son Silvio Rodríguez».

Y no por final del capítulo, la mención de reconocimiento al trabajo de las orquestas acompañantes. Desde la orquesta Mil Diez, pasando por la de CMQ hasta la Orquesta de la Radio y la Televisión, dirigidas siempre por grandes maestros: Enrique González Mántice, Roberto Valdés Arnau, Adolfo Guzmán, Félix Guerrero y Rafael Somavilla, hasta Mario Romeo, José Ramón Urbay, Miguel Patterson y Reynaldo Montesinos, Alfredo Pérez Pérez, entre otros.

No he pretendido, porque además sería imposible, mostrar a todos los autores e intérpretes que prestigiaron las ondas radiales en estos años. Solo me propuse, en lo fundamental, un muestrario de lo más representativo que ha identificado el sonido de la radio cubana, en las últimas cuatro décadas del siglo veinte.

Me ha quedado, no obstante, el amargo sabor de la insatisfacción, el dolor de una memoria incapaz de grabar cada momento. Por eso, la sincera dispensa a las personalidades que no fueron reflejadas y que por supuesto no requieren de esta mención para reconocerse en el cariño y el respeto que la sociedad les ha tributado.

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