Este 24 de junio hizo 23 años (2001) del deceso con 89 años de edad, del periodista, comentarista cultural, crítico y autor teatral, el criollísimo cronista Eduardo Robreño Duprey. Nacido el 23 de septiembre de 1911 en el habanero barrio de Colón, nos llevó a viajar en el tiempo a teatros y bares, y conocimos casi personalmente a inmensas personalidades cubanas y extranjeras.
Era hijo de una enorme personalidad cubana, el periodista, cronista costumbrista, actor, gran imitador de políticos, pro-independentista y de los más emblemáticos y prolíficos autores del teatro vernáculo cubano con unas 200 obras desde Buffalo Exposición (1900) escenificadas sobre todo en el paradigmático teatro Alhambra (donde con Regino López, eran los más destacados), entre ellas la tan célebre y exitosa Tin tan te comiste un pan o El velorio de Pachencho (considerada la pieza cubana más representada: según Eduardo en 1983 a decir del habanero Ciro Bianchi en Eduardo Robreño, habanero definitivo, en www.cubaperiodistas.cu, este martes 25 de junio de 2024, más de 1600 veces, 700 de ellas en ese teatro), La madre de los tomates, Napoleón, El jipijapa, El ciclón, Dos bóeres improvisados, La paz del mundo, El bombardeo de Ambares, Los Dardanelos y otras, así como zarzuelas (la última: La emperatriz del Pilar, 1935) y otros géneros, el pinareño que ya heredaba tradición familiar de teatro cómico, Gustavo Robreño Puente (1873-1957). Además de teatro, Gustavo publicó Historia de Cuba que subtituló Narración humorista, la novela Acera del Louvre, y mantuvo columna diaria en la prensa de la época durante más de 40 años, escribiendo en varios diarios y semanarios, parte de lo cual recogió en su libro Saltapericos.
Su otro hijo y hermano de Eduardo, Carlos Robreño, también fue reconocido como brillante periodista en periódicos y el semanario humorístico Zigzag; en 1959 estrenó su obra El general huyó al amanecer, y ambos hermanos conservaron celosamente los libretos montados en el Alhambra, que Eduardo llamó “género alhambresco” y veía como suerte de “periodismo teatral”, pues escenificaba todos los momentos de actualidad, nacionales e internacionales.
Todavía era una novedad la radio cubana cuando en 1926, Eduardo debutó en Radio Salas, la emisora más antigua de Cuba (1922, su última emisión fue en 1962) y la primera que dedicó espacios a las trasmisiones deportivas, propiedad de los hermanos Manuel y Guillermo Salas, en la que Eduardo cantó el primer tango que había interpretado el cantante, compositor y actor de cine franco-argentino Carlos Gardel.(1890-1935). En 1940 fue uno de los conductores de un programa de la RHC Cadena Azul que sacaba al aire las sesiones de la Asamblea Constituyente para aquella histórica Constitución (tan avanzada entonces) de 1940, lo que le dio enorme popularidad.
Graduado de abogado, cesó en la radio durante unos años, dedicándose a la política por el Partido Auténtico y a negocios de seguros; tuvo que abandonar Cuba hasta 1959, cuando regresó de Estados Unidos de América y siguió escribiendo y haciendo libretos para televisión.
Sufrió un accidente y hubo que operarle un pie, por lo que tuvo que reposar unos seis meses, tiempo que aprovechó para estudiar la abundante información recopilada por su padre en su biblioteca personal sobre el teatro en Cuba, lo que le permitió elaborar su primer libro: Historia del teatro popular cubano (1961), al que siguieron varios textos de crónicas: Cualquier tiempo pasado fue… (1978, su libro más recordado, según Bianchi), Y escrito en este papel, Antología del teatro Alhambra (1979), Como me lo contaron, te lo cuento (1981) y Como lo pienso, te lo digo (1985).
Entre sus obras al teatro se destacan La Casa de Mariana, Abuela Cacha (premio del concurso La Edad de Oro) y La palabra se hizo realidad, premio del concurso de obras teatrales sobre la campaña de alfabetización (1962). Según Bianchi, se inspiró en Francisco Varona Murias, el hombre que más veces se batió a duelo en Cuba, para su obra El último mosquetero (Mención en certamen de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, Uneac) y también llevó a escena Recuerdos del Alhambra con música de Jorge Anckermann, y Quiéreme mucho, con música de Gonzalo Roig.
Durante dos años consecutivos (1962 y 1963) ganó el premio de “Crónica” de la desaparecida revista Trabajo, con Tres danzones y tres épocas y Doña Sara nos quitó la levita. Otras de sus crónicas antológicas se refieren al Almendares Park, al tren de Zanja, o sus semblanzas de Jorge Anckermann, Gonzalo Roig y Federico Villoch, a quien por su fecundidad, llamó “el Lope criollo”; impartía conferencias en las que tampoco faltó su fino humor y carisma.
Trabajó en Qué República era aquella (televisión), programa con libreto de Enrique Núñez Rodríguez e intervenciones del periodista Mario Kuchilán y de la inmortal María de los Ángeles Santana.
Al unirse Radio Liberación y Radio Rebelde, comenzó el 1ero. de abril de 1984 en el programa Memorias con Manuel Villar, y tras crearse Radio Taino el 3 de diciembre de 1985, colaboró a solicitud de Orlando Castellanos, el Jefe de Programación. Aún se le recuerda en La hora de la confronta.
Se destacó por su periodismo crítico y costumbrista en las emisoras radiales desde La Habana, para lo que trabajó hasta el final de su vida. Mantuvo una peña en la histórica Acera del Louvre. A veces se dudaba de la veracidad de sus anécdotas que conoció de primera mano o a través de otras personas, incluso de otros tiempos más allá del siglo, como buen lector y oidor que también fue, pero las recreaba tan amenas y picarescas, que convencía a casi toda su audiencia, o al menos, las hacía creíbles.
Fue visitado por grandes personalidades de cada momento, como el poeta nicaragüense cumbre del modernismo después de Martí, Rubén Darío (1867-1916), y entre los españoles, el escritor, periodista y político valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) quien generó el movimiento político blasquismo y autor de novelas tan trascendentes como La Barraca, Cañas y barro y Los cuatro jinetes del Apocalipsis, entre otras; el novelista, poeta, cuentista, periodista, ensayista y dramaturgo gallego Ramón del Valle Inclán (1866-1936, figura clave de la Generación del 98 y del modernismo), el dramaturgo, director, guionista y productor de cine madrileño Jacinto Benavente (1866-1954, Premio Nobel de Literatura 1922) y el cimero poeta y dramaturgo granadino (andaluz) Federico García Lorca (1898-1936, asesinado por el fascismo franquista), quizá el más elevado exponente de la Generación del 36 y el antifascismo ibérico.
Colaboró con las revistas Bohemia y Verde Olivo, y fue profesor en el Seminario de Música Popular que dirigía Odilio Urfé (1963, iniciado en Cubanacán y luego en las ruinas de la Iglesia de Paula, en la hoy Habana Vieja), claustro que compartía con Alejo Carpentier, quien impartía el último turno y luego, iban todos los profesores a “beber la tarde” en el pequeño bar del ya desaparecido hotel Luz (Bianchi, Ob.Cit); entre 1965 y 1970 dirigió el conjunto teatral Jorge Anclermann, del teatro Martí, fue asesor de la Dirección General de Teatro y Danza del Consejo Nacional de Cultura, y uno de los asesores del filme La Bella del Alhambra (1988), dirigido por el relevante cineasta vedadense Enrique Pineda Barnet.
En 1981 Bianchi lo visitó en su casa del Vedado para una larga entrevista que aparecería en octubre de ese año en la revista Cuba, aunque el mismo Bianchi no lograba recordar cuándo lo había conocido, pero sí recrea las tantas veces que coincidieron en las tertulias de Enrique Núñez Rodríguez los jueves en la Uneac antes de lo que sería El Hurón Azul, muy amigos ambos del gran periodista Enrique de la Osa. No en balde llamaría a Eduardo “habanero definitivo”, probablemente por la plenitud, intensidad y agudeza con que Eduardo vivió La Habana que luego, nos devolvería.
Sobre su obra y personalidad de Eduardo Robreño se han publicado artículos en el portal de la Literatura Cubana, Cubaliteraria; fue reconocido con la Distinción por la Cultura Nacional (1981), la Medalla Alejo Carpentier (1995), la Orden Félix Varela (2001), y la réplica del Machete de Máximo Gómez. Se explica que fuera descrito como un hombre con el don de la palabra, estampa del cubano conversador por excelencia; que es mucho más que lo que dejó escrito y lamentablemente, no nos llega hoy, más que en la grata memoria que nos legó.