El miércoles 7 de septiembre de 2016, tras larga enfermedad degenerativa que le había dificultado incluso su capacidad de hablar, murió en La Habana, con 81 años, quien en su clímax, llegó a ser considerado el mejor de nuestros actores: el habanero José Antonio Rodríguez Ferrer; velado en la funeraria de Calzada y K, enterrado en la necrópolis Cristóbal Colón.
Nacido el 19 de marzo de 1935; su padre, médico profesor de música y primera viola de la Orquesta Sinfónica de La Habana, quería que su hijo fuera médico también. Estudiaba en la escuela de curas de los hermanos Maristas, a donde iba y regresaba en guagua en aburridos viajes, en los que se hizo popular relatando historias que inventaba para los otros niños: ya adoraba ser actor y creaba sus propias películas, que interpretaba con personajes pistoleros del western y a veces en inglés, lo cual era su juego predilecto en simpáticas representaciones que hacían reír a familiares y amigos.
Esta vocación artística se estimulaba por sus constantes visitas a los cines de barrio donde vivía. El padre solicitó a su amigo, el gran actor Enrique Santiesteban, que lo probara; la respuesta que olvidaran que fuera médico, “porque ese, es un actor”.
Estudió entonces con Pedro Boquet, actor catalán que vivía en la calle Monte, y al practicar ante su voz grave, lo recomendó para un cuadro de comedias en la emisora El arca de las medias, aficionados que no ganaban dinero: el grupo Voces amigas, donde fue su debut como actor radial, medio en que impuso su virtuosismo, pues sus primeros trabajos fueron en Radio Progreso, donde permaneció varios años.
Actuó un breve período en el Teatro Universitario; desde 1961, en el Conjunto Dramático Nacional, y en 1967 y 1968 cuando integró La Rueda, y ya desde antaño nos legó desempeños memorables con grandes clásicos, como del inglés William Shakespeare, La Fierecilla Domada, dirigida por Néstor Raimondi, y Romeo y Julieta, con el checo Otomar Kreycha; del martiniqueño Aimé Cesaire, La tragedia del rey Christophe, dirigido por Nelson Dorr; del estadounidense Edward Albee y estrenada relativamente reciente (1962), a fines de los años 60 encarnó a George en ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, con Verónica Lynn y dirigido por Rolando Ferrer; participó en La madre y en De película!, texto teatral de Carlos Felipe, dirigido por Pierre Chausap, en el que interpretaba a Chaplin.
En 1968 se integró al mítico grupo Los Doce, que dirigía Vicente Revuelta, donde interpretaría al protagonista de la obra teatral Peer Gynt (1867), del noruego Henrik Ibsen, trabajo experimental hoy considerado espectáculo mítico, vivencias de las que enaltecería aprender del polaco Jerzy Grotowski (1933-1999), que según recordaría, “es una evolución en muchas cosas, sobre todo porque es la primera vez que conozco a fondo un entrenamiento hecho especialmente para la actuación”; aunque también fue stanislavskiano y brechtiano.
En 1979 comenzó en Teatro Estudio, donde desempeñó personajes inolvidables que le ganaron amplia popularidad y prestigio, como el Anselmo de Contigo pan y cebolla, del habanero Héctor Quintero; de nuevo Shakespeare con Macbeth, que dirigió Bertha Martínez, quien también lo dirigió en Santa Juana de América, del argentino Andrés Lizárraga sobre la independentista boliviana Juana Azurduy de Padilla; asume el Galileo Galilei, del alemán Bertolt Brecht, dirigido por Vicente Revuelta, con quien compartió el protagonista; El Conde Alarcos del matancero decimonónico José Jacinto Milanés, y El Precio, de Arthur Miller (1968), del realismo sicológico estadounidense (como Albee); Chéjov, el teatro europeo contemporáneo, rescató dramas y comedias del siglo XIX cubano y “dio vida a seres comunes de la dramaturgia de su tiempo” (Martínez Tabares, Vivian; en “Huella y memoria de José Antonio Rodríguez”; La Jiribilla, 23 de septiembre de 2016). Actuaría también con Herminia Sánchez y Omar Valdés
Fue cuando, en coordinación con el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, protagonizaría Saco de fantasmas, unipersonal con las distintas facetas de su trayectoria, en Escena abierta, con la poesía de Aquiles Nazoa, Charles Chaplin, Mario Benedetti, Nicolás Guillén y Bertolt Brecht, “soporte textual a su inigualable modo de decir” (Ibídem), e incursionó como dramaturgo aflorando su vertiente humorística y representando triunfalmente varios años, su unipersonal Los inventos de un escaparate.
El Festival de Teatro de La Habana mostraba los mejores estrenos de dos años, y desde el inicio fue galardonado por sus distintos personajes: en 1984 como artista más activo, cuando en diez días se transmutó en cinco personajes protagónicos y de reparto, incluida la puesta de Humbold y Bolivar, coproducción del Teatro Político Bertolt Brecht con Alemania, dirigido por Mario Balmaseda y Hanns Anselm Perten, y fue premiado encarnando a Napoleón.
En 1985 fundó el grupo de teatro Buscón (como la obra del madrileño Francisco de Quevedo, entre las primeras novelas picarescas; 1603-1608), de los pioneros expresando la necesidad de una nueva política estructural para la escena, creando un discurso sintético en que el trabajo del actor era el centro (Ibídem), y pudo ejercitarse como director y en su expresividad interpretativa, convocó a otros grandes de la actuación cubana como Aramís Delgado, Mónica Guffanti, Mario Balmaseda y Micheline Calvert, entre otros, y realizó sus mejores puestas con versiones muy premiadas y reconocidas tanto por el público como por la crítica. Se destacaron entonces sus creaciones de Los asombrosos Benedetti, y una vez más coquetea con el más clásico de los clásicos: Shakespeare, con sus Buscón busca un Otelo y Cómicos para Hamlet, siempre como director y actor. Broselianda Hernández reconoció su magisterio sobre ella en este grupo
Entendía la técnica como la capacidad de desdoblarse a otro personaje, que tantos interpretó, entre los cuales mencionaba preferir al sacerdote en la serie de 9 capítulos para televisión La gran rebelión (1982) dirigida por Jorge Fuentes; también para televisión, narró el documental con dirección y guion de Jorge Alonso Padilla, Charangas, Fiesta Viva (1984)
Fue uno de los protagonistas del cine cubano que se gestó desde la fundación del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), y en 1962 debutó en la película Cuba 58, de Jorge Fraga, y continuó en El otro Cristóbal (Armand Gatti, 1963); Tránsito (Eduardo Manet, 1964); con Jorge Fraga volvería en El robo (1965) y La odisea del General José (1968); de Manuel Octavio Gómez, Tulipa (1967) y La Primera Carga al Machete (1968); Hombres de Mal Tiempo (documental, 1968, Alejandro Saderman); de Tomás Gutiérrez Alea, Una pelea cubana contra los demonios (1971) y La última cena (1976); Cecilia, (1981, Humberto Solás); Polvo Rojo (1981, Jesús Díaz); La Rosa de los Vientos (1983, Patricio Guzmán); Baraguá (1985, José Massip); Bajo Presión (1989, Víctor Casaus); María Antonia (1990, Sergio Giral); Pon tu pensamiento en mí (1995, Arturo Sotto); y otras.
Su extenso y valioso desempeño en televisión (novelas, dramatizados, etcétera) hizo historia con la enorme popularidad sin precedentes en Cuba interpretando el Melquiades de Doña Bárbara junto a Raquel Revuelta, y el Rigoletto de Las impuras de Miguel de Carrión, ambas dirigidas por el legendario Roberto Garriga.
También fue locutor, y con su voz enérgica narró una gran cantidad de documentales para el cine y para la televisión cubanos, trabajó también en la televisión española, e impartió varios excelentes talleres de actuación en el Teatro Nacional; entre sus últimas presentaciones públicas ya muy enfermo en el homenaje que se le tributó por su 80 cumpleaños (19 de marzo de 2015) en el Centro Cultural Bertolt Brecht entre familiares, amigos y artistas, fue ovacionado por una multitud de admiradores.
Ganó el Premio Nacional de Teatro compartido con Verónica Lynn (2003), dos Premios Corales de actuación en sendos Festivales Internacionales del Nuevo Cine Latinoamericano, la Orden por la Cultura Nacional y la Medalla Alejo Carpentier.
Se identificó por su gran fuerza expresiva y capacidad de caracterizar diferentes tipos y personajes, habilidad tanto para el teatro clásico como el más experimental y contemporáneo, privilegiada voz potente y cálida, dominio de su cuerpo, los más disímiles y difíciles personajes con total éxito y la maestría con que condujo múltiples documentales y materiales audiovisuales sobre imprescindibles momentos de nuestra vida cultural y política.
Durante más de medio siglo, “para muchos de sus contemporáneos, entre ellos numerosos actores cubanos, fue el más grande actor de su tiempo” (Ibídem), aportando a la escena cubana como director y como actor. Se consideraba fundamentalmente un hombre de teatro, pero confesaría (2007, según Cubadebate, 8 de septiembre de 2016): “Hay gente que no se acuerda, pero yo surgí en la radio… Le debo una parte muy grande de mi formación, de los conocimientos que adquirí, porque el radio da la plenitud que debe tener un actor”.