Nuestro José Martí, refiriéndose al niño Lino Figueredo en una de sus obras cumbre, El Presidio Político, decía de aquel muchachito condenado a 10 años de prisión: “Aquella rosa de los campos de Cuba que el Presidio transformó en cadáver viviente y marcado por la viruela con solo 12 años de edad…”. Es obvio que cualquier persona honesta de este mundo tiene que sentir un dolor profundo al conocer de aquel crimen horrendo contra un niño, consecuencia de la bestialidad que demostró el gobierno español de la época. Pero aún peor: estar consciente de que semejantes hechos se repiten hoy con increíble desprecio a los que merecen el mayor cuidado y celo para garantizar el futuro.
Vea usted la demostración de lo afirmado en datos escalofriantes que –aclaro- son del pasado reciente, por lo que podemos inferir que hoy la situación es mucho más grave: 18 millones de seres humanos mueren por año debido a la pobreza, la mayoría niños menores de 5 años (OMS); 218 millones, entre 5 y 17 años trabajan en condiciones de esclavitud en tareas peligrosas o humillantes, como soldados, prostitutas, sirvientes, en la agricultura, la construcción o la industria textil (OIT); la prostitución y la pornografía infantil, los llamados niños de la calle, y el tráfico de órganos extraídos a muchachos menores de edad, engañados o secuestrados y luego asesinados, rebasa con creces las peores y más espeluznantes experiencias (UNICEF). Pero es que, según dato reciente, 21 mil niños pernoctan en las calles o albergues de New York, ciudad asociada al liderazgo del gran poder económico USA.
No es posible que nos sentemos a ver pasar los cadáveres de criaturas inocentes y no actuemos urgentemente para evitarlo, porque ya la humanidad no resiste tanta afrenta a su propia dignidad, porque ya, sencillamente, se ha convertido en un problema de todos, y porque ya, más que inevitable la lucha es un deber para el combate frontal del Sur contra el Norte causante e indiferente. Al respecto viene a mi mente el compañero Eduardo Galeano, cuando decía… “el mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura”…
Como es conocido la obra de nuestro Martí “Los Dos Príncipes” es, sencillamente, colosal, por el muy profundo sentido humanista del Maestro. Como viene a colación del tema permítame desgranar solo algunas ideas del conjunto: “El palacio está de luto, y en el trono llora el rey, y la reina está llorando donde no la puedan ver”; “el laurel del patio grande quedó sin hoja esta vez: todo el mundo fue al entierro con coronas de laurel”, ¡El hijo del rey se ha muerto! ¡Se le ha muerto el hijo al rey”. En los álamos del monte tiene su casa el pastor: la pastora está diciendo ¿Por qué tiene luz el sol?; “el pastor coge llorando la pala y el azadón: abre en la tierra una fosa: echa en la fosa una flor: ¡Se quedó el pastor sin hijo!, ¡Murió el hijo del pastor!
Esta humanidad hay que reconstruirla nuevamente. Esa es la tarea de honor impostergable. Vea usted: si muere el niño hijo de un rey, hay conmoción, muchos hasta lloran; pero cuando otro niño hijo de un pastor humilde muere, solo tienen que llorar su impotencia e indiferencia, abrir una fosa con las propias manos del padre, y la madre preguntarse ¿por qué tiene luz el sol?