A 150 años del fusilamiento de los ocho estudiantes de Medicina: ni olvidados ni muertos

A estos nuevos rayadillos, al igual que aquellos, les esperaba la derrota en las calles, plazas y campos, más de una vez regados por la sangre de los mejores hijos de Cuba.

Acusados de haber rayado el cristal de la tumba de un periodista español enemigo de la independencia, Don Gonzalo de Castañón, «hombre de odio» como lo calificara José Martí, un grupo de jóvenes estudiantes de Medicina, escogidos al azar entre los inculpados, fueron fusilados el 27 de noviembre de 1871.

El Cuerpo de Voluntarios en La Habana, para quienes Don Gonzalo era un ídolo, prácticamente levantado en armas contra las autoridades colonialistas, logró llevar a juicio a toda una clase de estudiantes.

Años después, cuando el hijo del periodista hispano fue a extraer del nicho los restos de su padre para llevarlos a España, declaró que el ataúd estaba intacto y que no había ocurrido profanación alguna.

Todo había sido un pretexto, hijo del deseo de los integristas de saciar la sed de venganza contra los cubanos independentistas. Las calles de La Habana fueron testigos de la furia desatada por los servidores del poder hispano, entre ellos no pocos cubanos que habían escogido el camino y la «gloria de los apóstatas».

El Comandante del Ejército Libertador J. Buttari Gaunard, quien fuera secretario de José Martí, refiriéndose a los cubanos al servicio de la metrópoli colonialista, decía en su libro Boceto Crítico Histórico: «¡Oh vergüenza! Guerrillero hubo, criollo muy criollo, que, imitando el acento español, prometía a la dueña de sus pensamientos, traer las orejas del primer mambí con que se tropezase».

En pleno siglo XXI, con malas artes, el enemigo preparaba el golpe; malos cubanos al servicio de otro imperio se proponían hacer correr la sangre de sus compatriotas.

Pero abril se acercaba a noviembre con aires de mar y camisa de milicia marcada por los mapas del sol y los caminos de la pólvora, trotes de caballos y cornetas mambisas atronaron las calles. Los espectros del odio fueron exorcizados por los ecos siempre vivos de la victoria.

Iguales en saña antipatriótica y en odio, los nuevos Media Cara comparten, además, la vocación por el ridículo de sus antecesores. Convocados a sembrar el terror y la muerte a nombre de la inhumanidad y la codicia, los mercenarios cosecharon la vergüenza de la apostasía, al ignorar la capacidad del alma cubana «para alzarse, sublime, a la hora del sacrificio, y morir sin temblar en el holocausto de la patria».

Cuba no olvida a sus muertos. La historia sigue hablándonos.

 * José Martí en el diario Patria, noviembre de 1893.

Editora. Carmen Torres

 

 

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