Cuando no es permitida la derrota

El sitio escogido, un cañaveral de Alegría de Pío, en el municipio Niquero, devino el terreno fértil para su bautismo de fuego.

Al mediodía, comienzan a sobrevolarlos las avionetas del enemigo. Junto a un tronco talado, se ve a uno de los bisoños combatientes recostar su fusil y la mochila; quitarse las botas y las medias y ponerlas al sol; comer un pedazo de caña, como hacía el resto de sus compañeros para saciar la sed.

Era el entonces capitán Juan Almeida Bosque, quien advierte a los suyos que tengan cuidado, que no se dejen ver.

Otro tronco cobija a Montané y Ernesto Guevara, quienes hablan inadvertidos y orgullosos sobre sus respectivos hijos. La tarde comienza a avanzar y, con ella, los vuelos del enemigo que empiezan a ser, cada vez, a menor altura.

De pronto, se siente irrumpir un disparo, que segundos después se convirtió en un torrencial de proyectiles.

Las balas partían «las ramas de los árboles» y arrancaban «astillas de los troncos» (1), cuando Almeida comenzó a avanzar, como le permitía la balacera, hacia el Estado Mayor, en busca de orientaciones.

Para ese entonces, el terreno ralo se había llenado de plomo, sin tiempo para una estrategia certera, que no fuera la de defender la Patria al precio necesario.

A los pies del Che, una caja de balas y una mochila de medicamentos le plantean el dilema: la dedicación a la medicina o el deber de soldado revolucionario. Tomó la caja de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que lo separaba de las cañas (2).

Momentos después, una ráfaga de disparos lo devolvió como otro de los heridos del combate.

Cuenta el Comandante Faustino Pérez que el Che le comunicó su situación con «su serenidad característica», y al observar la gran mancha roja le instó a la retirada, «sin obtener respuesta» alguna del Guerrillero Heroico.

-¡Ríndanse! ¡Ríndanse!- se escucha decir de pronto a un guardia de la tiranía.

-iAquí no se rinde nadie, c… !- responde Almeida, al tiempo que dispara en dirección a la voz, y da ánimos al Che para avanzar y adentrarse en el cañaveral.

Con su fusil de mira telescópica, Fidel desafía las huestes enemigas, e indica a los combatientes adentrarse en el bosque.

Raúl, por su parte, encabeza otro grupo, que junto al del líder de la Revolución y al de Almeida logran internarse en la Sierra.

«Caminamos hasta que la noche nos impidió avanzar y resolvimos dormir todos juntos, amontonados, atacados por los mosquitos, atenazados por la sed y el hambre… Así fue nuestro bautismo de fuego, el día 5 de diciembre de 1956, en las cercanías de Niquero. Así se inició la forja de lo que sería el Ejército Rebelde», escribiría luego el Che en su diario.

Pero Alegría de Pío no significó una derrota, no para los combatientes que entraron victoriosos a La Habana un 8 de enero de 1959, ni para Fidel, que los días que siguieron al combate y en medio de un cerco mortal, según cuenta Faustino Pérez, «nunca dio cabida a la idea de la derrota y ni siquiera a la necesidad de una tregua».

«De sus palabras emanaba siempre la convicción del reencuentro con los demás compañeros y ello bastaría para proseguir la lucha (…) En lo personal esa etapa significó, además, una especie de crisol para el conocimiento más profundo del Jefe excepcional que teníamos en Fidel», afirmó.

No pudo el enemigo terminar con la vida del líder en Alegría de Pío, ni con la de ese Ejército que el 18 de diciembre de 1956, en el sitio conocido como Cinco Palmas, le escuchó decir a Fidel que con 12 hombres y siete fusiles se ganaba la guerra.

No pudo terminar después con ese ejército de mujeres, hombres y niños que le siguieron en cada proeza que construyó junto al pueblo; como no podrá tampoco ahora silenciar a los jóvenes, que en franca continuidad de su obra, apuestan por seguir sus pasos de quijote que sueña por ese futuro mejor para todos.

Fuentes:
1. Juan Almeida Bosque. ¡Atención! ¡Recuento!
2. Ernesto Guevara. Pasajes de la Guerra Revolucionaria.

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