De música, redes y sus racismos selectivos

Lo que en determinado momento se disfrazó bajo la égida de una crítica artística, pero dejando entrever un discurso hegemónico y manipulador, hoy se muestra descarnadamente para apropiarse de herramientas de todo tipo que satisfagan, cual desespero canino, una marcada angustia de imposición ideológica. Esa conducta puede conducirnos a esbozar -desde un análisis rápido en cuanto al tema- dos tesis muy simples: una puede ser que el contradiscurso desde Cuba se ha perfilado y posicionado en internet por una intelectualidad comprometida con la defensa de la cultura nacional auténtica, y la otra, pero no menos importante, es la refrendación imperial de una política como nunca antes tan hostil hacia todo atisbo cultural cubano y su incidencia en el desarrollo del arte y de su mercado en las dos orillas.

Así, podríamos afirmar que temáticas sensibles desde lo endógeno del proceso revolucionario y cultural cubano han recibido los ataques más de moda en estos tiempos, con una inusitada presión para la disociación de un debate real y profundo. En esa línea hay uno que sobresale con aberradas acusaciones raciales que en poco tiempo ha pululado en las redes sociales contra nuestros artistas, pero dirigido y a conveniencia. Apenas una mirada bastaría para entender que se pretende torpedear y crear caos con un tema sensible y para nada ajeno a nuestro complejo entorno sociopolítico, pero con una infundada presencia en la música cubana.

Lo más preocupante es la victimización que esgrime el tema racial como causante de males que nada tienen que ver con ello, pero que ante la mirada de lo que desean proyectar como el «fallido esquema social y musical cubano», les viene de maravilla a los involucrados.

Desde una decisión administrativa o alguna que otra diatriba con raseros comerciales se arguyen motivos raciales y se alimenta el supuesto mito sin asideros reales en nuestro entorno, pero que forma parte de un ciclo de preparación y fabricación de un nuevo fantasma ante la falta de argumentos y figuras creíbles que alimenten la parásita fábula del racismo excluyente en la música cubana.

Israel Rojas expresó al diario Trabajadores que «hay gente que se ceba con la ofensa, el disparate, el irrespeto. Hay quien dolorosamente está esperando que la gente se haga daño en las redes sociales para pasarla bien a costa de otro». Foto: Archivo de GranmaCuando se interpela a Cuba, las farsas no necesitan probarse ni llevar apoyaturas gráficas: solo basta creer en la buena fe de un «activista» para dar por sentado dicho circo. En cualquier otro tema y contexto, las acusaciones se basan en pruebas documentales o forenses, que sustenten la denuncia. Para nosotros esas reglas no aplican, sino que la palabra de quien adversa es suficiente para alharacas y linchamientos sin precedentes. Si alguien denuncia -sin prueba alguna- que es víctima de racismo por parte de instituciones de la música cubana, se lanzan los odiadores a despedazar la credibilidad del país sin pensarlo dos veces. Pero si un músico cubano por defender este proyecto social, o solo por no atacarlo, sufre de acoso racista desde plataformas virtuales, incluyendo amenazas de muerte, esos mismos odiadores callan a coro unánime y cómplice, contradiciendo sus propios gritos desde el fabricado «activismo no violento». Y es que los mecanismos de interacción en redes sociales de internet y publicaciones en la web son el nuevo escenario en la guerra contra la cultura cubana, donde importan más los «me gusta» y que alguien comparta una publicación mediocre, que las ideas profundas y la verdad.

A su vez, las instituciones y la prensa del sector debemos saber separar el debate sensible y necesario sobre estos temas del panfleto oportunista, donde en muchas ocasiones se disimulan posiciones de falso activismo para complacer prácticas de rapiña, demoledoras y sin ningún propósito constructivo. A veces la ambigüedad de algunos es tan mortífera como el antifaz de otros.

Entonces, resulta claro, no estamos ante ningún movimiento social ni activismo, ni ante sensibles luchadores por causas como la infancia, la violencia contra la mujer o los derechos de los artistas negros cubanos. Contrario a todo ello, la edificación de una supuesta plataforma de pensamiento libre calla ante las manifestaciones realmente xenófobas y racistas que amenazan a nuestros músicos constantemente y que, reitero, solo buscan el ataque artero por el único delito de vivir en Cuba y estar junto a su pueblo, como acaba de suceder con Alexander Abreu, a quien esa máquina de odio ha llegado a llamar «gorila». Porque lo que realmente duele es que, a él, a mí, a usted, y a muchos nos digan CUBA.

 

 

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