El 16 de octubre de 1953 se celebró el juicio. El principal acusado, Fidel Castro, había dejado perplejo al Tribunal de Urgencia, y aún peor, al régimen de facto de Fulgencio Batista, por sus actuaciones y pruebas de crímenes horrendos, durante dos días consecutivos en la primera etapa del proceso, tras sus contundentes acusaciones de atrocidades cometidas por los soldados a partir del 26 de julio.
Todo el tiempo que habría tenido el fiscal para pronunciar los cargos, los asumió el doctor Fidel Castro Ruz, sin el uso de un solo papel escrito. En sus manos, o sobre una pequeña mesita ante él, un ejemplar del Código de Defensa Civil que le prestó, esa mañana, el doctor Baudilio Castellanos, abogado de oficio, para defender la acción del 26 y su horrible secuela.
Dos horas habló Fidel sobre los hechos criminales cometidos contra sus compañeros. Dio a conocer pormenorizadamente el programa político de la Revolución que comenzaba, cuya vigencia alcanza nuestros días. Y expuso, de forma magistral, las razones del Moncada.
Como escuchas, solo tres abogados de otros acusados (Abelardo Crespo, un combatiente herido en un pulmón, que milagrosamente se salvó de la muerte; y un obrero ferroviario, Gerardo Poll Cabrera, involucrado en los hechos, pero que nada tuvo que ver con ellos). Agréguense dos abogados visitantes y un grupo de soldados, fuertemente armados, dentro del minúsculo local, además de los integrantes del Tribunal; y seis periodistas, en cuyos órganos de prensa no podíamos publicar nada, dada la censura de prensa vigente tras el 26 de julio.
La función de los periodistas era demostrar que el juicio era oral y público, según la norma de los Tribunales de Urgencia. Los seis fuimos los primeros que llegamos aquella mañana del 16 de octubre al hospital y debíamos ocupar las seis sillas del «público».
Fidel tenía derecho a realizar preguntas a los testigos. Pero fue parco. El coronel Chaviano no asistió. El abogado Fidel Castro les hizo saber la trascendencia de sus crímenes, y ridiculizó al coronel Andrés Pérez Chaumont, al extremo de que las respuestas del militar hicieron reír hasta al Tribunal.
Durante dos horas, y quizá algo más, el doctor Fidel Castro logró con el interrogatorio que de 26 años que le pedían de prisión, solo fuera condenado a 15 años, ya que, jurídicamente, en exposición magistral, demostró que no podían condenarlo por violentar los Derechos Constitucionales del Estado, sencillamente, porque no había Constitución, ya que esta había sido abolida el 10 de marzo de 1952 por Fulgencio Batista, y la ley vigente era los Estatutos Constitucionales: un decreto.
Con una toga prestada y de pie, ante el Tribunal, dijo Fidel: ¿En qué país está viviendo el señor fiscal? ¿Quién le ha dicho que nosotros hemos promovido alzamiento contra los Poderes Constitucionales del Estado?… La dictadura que oprime la nación no es un poder constitucional, sino inconstitucional. Se engendró contra la Constitución, por encima de la Constitución, violando la Constitución legítima de la República. Constitución legítima que emana directamente del pueblo soberano… En segundo lugar, el artículo habla de Poderes, es decir plural, no singular, porque está considerado el caso de una república regida por un poder legislativo, un poder ejecutivo y un poder judicial. Nosotros hemos promovido la rebelión contra un poder único, ilegítimo, usurpado y reunido, en uno solo, los poderes legislativo y ejecutivo de la nación.
He ahí el basamento jurídico, pero no solo eso es La historia me absolverá, sino un examen de conciencia, un trozo de historia jurídica y política, un programa cuyas bases principales para el pueblo de Cuba serían: la educación, la salud, la reforma agraria y el turismo, entre otros elementos básicos, para la creación de un Estado justo, de una Revolución verdadera, con sus capitanes primeros, desde Céspedes, Maceo, Martí (el autor intelectual del Moncada), Mella, Trejo y Guiteras, entre los más destacados en la formación de la Nación Cubana, hasta esa época.
El documento ha trascendido tanto por la férrea voluntad, a costa de todos los riesgos inimaginables, al haberlo reconstruido el propio Fidel en la cárcel de Isla de Pinos, por medio de muchos ardides, y hacerlo publicar con el concurso directo de Haydée Santamaría y Melba Hernández, a quienes les dio la tarea de reproducirlo, en días de gran persecución, con el auxilio de amigos, en una pequeña imprenta de las calles Desagüe y Ayestarán. Así circuló clandestinamente y hoy está reproducido y traducido a casi todas las lenguas del mundo. Fidel recibió el doctorado Honoris Causa, en diferentes países, por La historia me absolverá.