Por la Sierra anda un destacamento rebelde

Atra­vesando bos­ques y cafetales, ya oscuro, alumbrados por una parpadeante luna, llegaron a un claro de monte, tibio y seco, con un piso de hojas que asemejaba a un colchón. Allí pasaron la noche.

Con las primeras luces del lunes 14 reemprendieron la marcha. Pendiente abajo, les aguardaba el río de la Magdalena. En una límpida y fría charca se asearon, algunos lavaron ropa. Fidel aprovechó para redistribuir el armamento. Aunque eran 32 combatientes, solo tenían 21 armas largas: 18 fusiles —nueve con mirilla telescópica, seis semiautomáticos, tres de cerrojo—, dos ametralladoras Thompson y una escopeta calibre 16. Aparte, dos pistolas Star de ráfaga y cuatro revólveres. Hicieron una económica práctica de tiro, las balas no estaban muy abundantes.

Al día siguiente, avistaron el objetivo de la acción a menos de un kilómetro. Como Fidel había explicado a sus compañeros, era necesario dar a conocer la existencia de la guerrilla al pueblo de Cuba y al mundo. Y el cuartel de La Plata era idóneo. Su alejada ubicación y la cantidad de tropas acantonadas allí hacían factible un asalto victorioso para el pequeño, bisoño y mal armado destacamento rebelde.

El sitio geográfico de La Plata es un pequeño llano costero de forma triangular. Hacia el centro de ese claro estaba erigido el cuartelito, con el frente hacia el río que, a unos 200 metros, fluía con poca profundidad. Al fondo un bosque de anacahuitas cortaba el paso hacia el lomerío. Dos edificaciones se alzaban a la derecha: la casa del mayoral y el rancho de yaguas que servía de almacén.

La casita usada como cuartel, una construcción rectangular de tablas y techo de zinc, era por aquellos días un apostadero de la Guar­dia Rural, habilitado para alojar una pequeña guarnición, que en la fecha del combate sumaban unos 12 hombres, al man­do de un sargento.

En las últimas horas del 16 de enero, los rebeldes se aproximaron al objetivo. Para llevar a cabo el ataque, Fidel dispuso que Juan Al­meida y sus hombres, entre los que se hallaban Guillermo García y Crescencio Pérez, se apostaran por el norte, perpendicularmente al camino que conduce al lugar, mientras que por el oeste ubicó a la escuadra de Raúl Castro Ruz, que incluía a Ciro Redondo y Efigenio Ameijeiras, entre otros. Más a la derecha se situaron el propio Fidel, Che y cuatro combatientes. Cerraba la formación, por la extrema derecha, la escuadra de Julito Díaz, integrada por Camilo y otros rebeldes.

Ya madrugada del 17, ametralladora en ristre, Fidel inició el ataque con una ráfaga contra la posta. Inmediatamente sus compañeros accionaron su armamento. Dos rebeldes intentaron incendiar un rancho cercano don­de se almacenaban cocos, pero fracasaron. Al final el combatiente Luis Crespo lo logró. Dos guardias batistianos huyeron en dirección al río. Su escapada fue exitosa.

Ya de la casita de zinc no disparaban. Fidel ordenó alto el fuego. Se oyó una voz desde el cuartelito que pedía salir con un herido. Cuando se le autorizó hacerlo, traspuso la puerta el soldado que había voceado antes con un herido que sangraba profusamente. Tras ellos, dos soldados más, ilesos. Raúl, al ver la gravedad del herido, avisó al Che.

Mientras atendían al herido, Raúl le reprochó al primer soldado: «¿Por qué no se rindieron antes? Así hubiéramos ahorrado sangre derramada inútilmente por defender un gobierno ilegal y de bandidos». El muchacho contestó: «Porque pensábamos que ustedes no­s iban a matar». «Eso es lo que hubiera querido el gobierno, para abrir el odio entre nosotros. Pero a fin de cuentas somos hermanos, y nosotros lamentamos la muerte de ustedes, jóvenes cubanos como nosotros. Ustedes combaten por un hombre, nosotros por un ideal».

Fidel, tras orientar que quemaran al cuartelito y todas las edificaciones del lugar, le comunicó al soldado que quedaba en libertad, al igual que sus compañeros. El guardia no po­día creerlo. Se despidió de Raúl y apenas un año después, abandonó el ejército batistiano y se incorporó a las fuerzas rebeldes. Según testimonio del Che, terminó la guerra con el grado de teniente. Falleció en un accidente aéreo en los primeros años de la Re­volución, totalmente integrado a ella.

Sobrecargados con las armas, municiones y demás pertrechos capturados, la columna guerrillera enrumbó hacia el este, por el ca­mino que bordea la orilla del mar, en dirección a las zonas más intrincadas de la Sierra Maestra. Fidel calculaba que, tras el combate de La Plata, el ejército se iría tras el rastro de los rebeldes e iba pensando dónde sería más factible tenderle una emboscada.

Fuentes consultadas: los Diarios de guerra del Che y Raúl

 

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